Esta última semana, el enfrentamiento de Rusia contra las principales potencias de la OTAN sufrió una escalada de importantes proporciones y de imprevisibles consecuencias con el envío a territorio ucraniano de tanques Leopard II, de origen alemán, y, M1 Abrams, de fabricación estadounidense.
La transferencia de unidades blindadas no sólo abre la posibilidad de que más países se incorporen activamente al conflicto (como sería el caso de Polonia), sino que además favorece la intervención de modernos aviones de combate pertenecientes a la alianza atlántica.
Pero la escalada que está teniendo lugar no sólo hay que interpretarla en términos de nuevos armamentos y pertrechos militares. Las presiones que actualmente comienzan a percibir varios gobiernos de la región para contribuir con su parte en el envío de armas han creado un escenario inédito desde el inicio del conflicto que pronto cumplirá un año.
En efecto, y en una jugada a varias puntas, desde la OTAN se pretende, al mismo tiempo, nutrir con armamento a Ucrania y desplazar a Rusia del mercado de armas regional. Mientras tanto, en términos políticos, se buscaría provocar un nuevo frente de conflictos entre las naciones que, o bien optarían por alinearse al pedido o, en cambio, elegirían sostener su neutralidad y, sobre todo, su prescindencia frente al lejano conflicto.
Para la cúpula militar de la OTAN, uno de los principales problemas a los que se enfrentan los combatientes ucranianos es su bajo nivel de conocimiento sobre el manejo del sistema armamentista utilizado en la actualidad en las naciones de la alianza.
De ahí que, ante la falta de tiempo para entrenar a los soldados y la posibilidad concreta de que Rusia encare una ofensiva más exitosa en los próximos meses, se convirtió en una necesidad el nuevo aprovisionamiento de maquinaria bélica fabricada en Rusia, con el que los ucranianos están mucho más familiarizados.
En suma, se cree que los sistemas de armas de origen ruso que se utilizan actualmente en América Central y del Sur podrían ser utilizados por el ejército ucraniano casi de inmediato. Y además se tiene conocimiento de que algunos de estos países tendrías reservas significativas.
Por último, se asume que para determinados gobiernos podría ser redituable, económica y políticamente, desprenderse de ese material bélico para, en cambio, proveerse de armas y vehículos militares fabricados en los Estados Unidos, en una política de compensación que, justamente, apunta a desplazar la presencia militar rusa en la región.
El primer llamado provino de la Jefa del Comando Sur, Laura Richardson, cuando el pasado 19 de enero admitió en una conferencia del Atlantic Council que el Pentágono estaba en negociaciones con seis gobiernos latinoamericanos para la transferencia de armas a Ucrania, sin entrar en mayores detalles sobre el tema.
Obviamente, estarían descartados los tres países de la región que tienen los lazos militares más estrechos con Moscú, Venezuela, Nicaragua y Cuba, y que como en el caso de Rusia, también están sujetos a sanciones económicas y militares de distinto tipo.
Según el Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo, habría unos siete gobiernos de la región con reservas significativas de armamento soviético o de fabricación rusa: Perú, Brasil, Ecuador, Colombia, México, Uruguay y Argentina.
De estos últimos, el caso más llamativo por su nivel de compras en las últimas décadas ha sido Perú, incluso, bajo la dictadura pronorteamericana de Alberto Fujimori. Por otro lado, la actual gobernante Dina Boluarte podría convertirse en una de los principales proveedores de armamento de origen ruso para de ese modo poder asegurar su supervivencia hasta que un nuevo gobierno entre en funciones en Perú en 2024.
Hasta ahora, la respuesta más certera a la solicitud de la OTAN provino del gobierno colombiano. En el marco de la reciente cumbre de la Celac celebrada en Buenos Aires, el presidente Gustavo Petro afirmó que “no le jaló” la propuesta proveniente del Norte. Y para no dejar lugar a dudas, el gobernante de Colombia afirmó que “ningún arma rusa, aun inservible en nuestra tierra, será usada en el conflicto ruso”.
Pero las presiones para incorporar a América Latina en el conflicto no sólo han provenido desde Estados Unidos.
En los últimos días, también ha habido elocuentes señales desde el gobierno alemán en la misma dirección, en lo que podría ser una estrategia combinada entre las dos potencias que más aportaciones militares y económicas han realizado a Ucrania entre el pasado y el presente año. El ofrecimiento de Alemania se concretaría en el marco de la gira que actualmente está realizando el canciller Olaf Scholz por varios países de la región.
En este sentido, y según el diario Folha de São Paulo, el presidente Lula da Silva rechazó una petición del gobierno de Alemania para que Brasil suministre munición para los tanques que Berlín enviará a Ucrania para luchar contra Rusia. Según ese medio, el gobierno hubiera recibido 5 millones de dólares por un lote de municiones para sus tanques Leopard 1. Por su parte, Lula rechazó el ofrecimiento argumentando que “no valía la pena provocar a los rusos”.
Al respecto, también el presidente argentino Alberto Fernández manifestó su rechazo a la iniciativa del gobierno alemán, luego de su encuentro con el canciller Scholz. En este sentido, afirmó que “la Argentina y América Latina no están pensando en enviar armas ni a Ucrania ni a ningún otro país donde haya son conflictos”.
La gira de Scholz continuó por Chile y culminará en Brasil. Sin resultados concretos, el canciller insistió en Chile en su política de reaprovisionamiento de armamento, sobre todo, por la existencia allí de una treintena de unidades del tanque Leopard I. De igual modo, Scholz tiene en cuenta que en Brasil existen tanques antiaéreos Cheetah, también de fabricación alemana, cuyas municiones se han vuelto cada día más preciadas.
Resulta claro así que, conforme se desenvuelve el conflicto en Ucrania, crecerá el interés de las grandes potencias de la OTAN por sumar a distintos gobiernos latinoamericanos a su propia alianza anti Rusia.
En consecuencia, estarán por verse los intereses en juego, el margen de acción y la capacidad de maniobra de los gobernantes de la región frente a todas las presiones e iniciativas que atenten contra la noción, surgida en la cumbre de la Celac de La Habana, en 2014, que establece a América Latina como “zona de paz”.