Esta película ya la vimos. Se proyectó como una sombra decenas de veces sobre el fútbol argentino. A intervalos cortos y largos, con Julio Grondona o sin él, con campeonatos a una o dos ruedas, con expectativa de Superliga o sin ella, bajo amenazas de concursos de acreedores o quiebras, con huelgas de jugadores, las dos hinchadas en cancha o el público visitante prohibido, con más o menos violencia, con los 321 muertos que acumula nuestra peor estadística, con descensos masivos y promedios de calculadora, con gobiernos que se entrometen, con derechos de TV en manos del Estado o de multinacionales estadounidenses, con los tiburones de siempre que ofician de intermediarios, representantes o gerenciadores de más de un equipo en simultáneo, con esa definición tan vigente del gran Dante Panzeri que dijo “donde el espectáculo es más obsceno en su círculo multitudinario”.

Pueden cambiar los protagonistas, pero los hechos se repiten con inusitada frecuencia de una época a otra. Un repaso a lo que depara el mediano y largo plazo lo confirma otra vez. Pero ahora con un agravante. Vienen por los clubes con sus patrimonios centenarios y vienen en serio. Por esos enclaves adonde miles de socios e hinchas se disponen a resistir. Está por verse si su lucha será suficiente. Pero sí queda claro que desde la Casa Rosada intentarán que gane el mercado. Cuánto peor esté el fútbol será mejor para que se imponga la prédica moralizadora. Repasemos la actualidad y lo comprobaremos.

¿Qué tienen en común Sergio Marchi, el secretario general de Agremiados y Andrés Fassi Jürguens, el presidente de Talleres de Córdoba? Que desde diferentes lugares preanuncian que lo peor –o lo mejor, según quién lo diga– está por venir. El dirigente gremial anunció la semana pasada: “No vamos a empezar si las cosas no están como tienen que estar. Soy realista, si el campeonato tuviera que comenzar la semana que viene no empezaría”. Aduce que los clubes están igual de mal que en marzo pasado. Cuando habían recibido la última cuota del Fútbol para Todos que les debía el gobierno nacional. “Nadie puede empezar la Superliga debiendo cuatro meses”, vaticinó. Newell’s, Central, Huracán, Argentinos Juniors y Banfield integran la lista de morosos a los que se refería Marchi sin nombrarlos. Agremiados difundió un comunicado donde explica su posición: “Por parte de los clubes existen incumplimientos y, a 30 días del comienzo, lamentamos que la Superliga no haya implementado ningún método de CONTROL, FISCALIZACIÓN y eventualmente SANCIÓN, para provocar algún cambio”. Las mayúsculas son del texto original.

El empresario que tiene intereses en tres clubes de México (Pachuca, León y Mineros de Zacatecas) y el Everton chileno le dijo en un reportaje a La Nación el miércoles 19: “Hay que cambiar esa mentalidad y cultura que se ha impregnado en un fútbol con sociedades sin fines de lucro totalmente mentirosas. Porque seamos sinceros: siguen pasando dirigentes que se enriquecen mientras las instituciones se empobrecen. Y hay otros dirigentes tal vez honestos, pero con muy poca capacidad de gestión, y entonces se siguen endeudando los clubes. Esta estructura está acabada”. Hasta ahí, el razonamiento de Fassi podría discutirse y refutarse. El reivindica el modelo mexicano de sociedades anónimas para el fútbol. Viene de ese mundo, en el que hubo clubes controlados por el narcotráfico o donde invierte el multimillonario Carlos Slim. Donde compró franquicias Carlos Ahumada Kurtz, otro cordobés que también gerenció Talleres y lo abandonó muy mal, para derrapar después en un par de clubes de San Luis, donde dejó un tendal. 

Fassi, cuando retornó a Córdoba en 2014 para ganar con holgura las elecciones en el club del cual es hincha, decía: “Arrancar un nuevo proyecto requiere mucho tiempo y así lo haré; sin embargo, voy a concentrar mi trabajo en Pachuca y Talleres; el Grupo ya está enterado y me apoya porque es un proyecto muy importante. Es la internacionalización de nuestro modelo”.

Un debate necesario debe darse de cara a la sociedad deportiva sobre estas cuestiones. Las declaraciones del presidente de Talleres no merecen soslayarse. En otro tramo de la entrevista que le hizo el periodista Cristian Grosso se preguntó: “¿Queremos un fútbol donde, si mañana asciende a Primera Colegiales, pueda jugar en Primera? No”.

Fassi pone como ejemplo para el fútbol argentino aquel Boca de Mauricio Macri que ganó todo con Carlos Bianchi, Juan Román Riquelme y Martín Palermo en la cancha. “Un modelo de gestión empresarial”, le explicó al diario de los Mitre. Un modelo que después se proyectó del fútbol a la ciudad de Buenos Aires y de esta al país, con los resultados conocidos y que no son futbolísticos.

Macri y Fassi no están solos en esta cruzada a favor de las sociedades anónimas en el fútbol. En sus casos no llama la atención. Vienen de las grandes ligas del mundo empresarial. Conciben al deporte más convocante como un gran negocio para ser un deporte o apenas eso. Los acompaña también la voz de José Lemme, el presidente de Defensa y Justicia, muy afín a Julio Grondona cuando presidía la AFA. Es también un hombre de negocios, aunque de un local de ropa para niños en Florencio Varela. A comienzos de este año confesó: “Las sociedades anónimas no me asustan. Que vengan a Defensa serían la salvación”. Nunca se hubiera atrevido a decirlo con énfasis durante el gobierno de Cristina Kirchner, cuando le rendía pleitesía al patrono de Sarandí. La explicación es que en 2015 coqueteó con el PRO de su distrito para ser candidato a intendente. Los tiempos cambian.

Lo que no ha cambiado es el estado calamitoso de los clubes que son víctimas de las malas administraciones en muchos casos. Además el Estado comenzó a tejer una telaraña sobre ellos desde que gobierna la alianza Cambiemos. La primera situación es funcional a la estrategia de desguace de sus patrimonios. Una política que se ya comprobó cómo terminó en la década del 90, con las empresas estatales privatizadas a precio de remate. Aunque los malos dirigentes se empeñen en llevar agua hacia el molino del descrédito, no son la única excusa del gobierno nacional para intervenir en el fútbol. Incluso, el presidente de la Nación lo hace en persona. 

La enorme deuda con la Seguridad Social se desmadró. Los clubes no respetaron el fin para el que había sido concebido el decreto 1212 de la presidencia de Eduardo Duhalde en 2003. Deben casi 1.600 millones de pesos. Ciertos dirigentes perciben que el reclamo legítimo de esa deuda, el eventual aumento de la alícuota para aquel régimen especial o cualquier otra medida gravosa hundirían las economías de sus clubes. Ven esta situación como una amenaza o un ahogo deliberado del Estado.

El presidente de Racing y secretario de la AFA, Víctor Blanco, ya lo había dicho en mayo pasado, después del último balance negativo de la asociación madre del fútbol nacional: “Vamos directo a la quiebra sino cambiamos”. El ejercicio arrojó una pérdida de 223 millones de pesos. Con el nivel de endeudamiento actual, la debilidad económica de los clubes, la incertidumbre sobre el comienzo de la Superliga, la demorada firma del contrato entre esa estructura profesionalizada y la AFA, la difícil relación con las compañías que adquirieron los derechos de TV por las fechas y horarios de los partidos, los costos de seguridad exorbitantes que demandan las distintas policías y el reclamo salarial de Agremiados, si empezara con normalidad la próxima temporada del fútbol sería un milagro.

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DyN
n Sergio Marchi, secretario general de Futbolistas Argentinos Agremiados.