No estoy solo: 8

Creación, dirección e interpretación: Iván Haidar

Acompañamiento y asesoría artística: Florencia Vecino

Gestión y curaduría: Jimena García Blaya

Diseño y realización de dispositivo escenotécnico: Marisol Santaca

Asistente escenotécnico: René Mantiñán

Imágenes: Julián Merlo

Diseño: Jonatan Kluk

Composición de canción: Aldo Benítez e Iván Haidar

Producción y distribución en Latinoamérica: Cafe Müller Territorios

Coproducción: Fide, Cobai, Red de Artes Vivas, FIBA

En el Instagram de Iván Haidar –performer, coreógrafo y director– figura la siguiente descripción: “Empecé a bailar a los 5 frente a un espejo”. También pueden verse varios posteos con su cuerpo en el centro de la escena (casi siempre desnudo), intervenido por un uso hilarante del Photoshop para esquivar la censura y en interacción con otros elementos de lo más variados: él desde la altura de una cama cucheta mirando a su clon digital recostado en la de abajo; él metiendo la mano en el centro de su pecho, sacando un trozo de hielo y preparando un Cinzano; él con los brazos recortados imitando a la Venus de Milo para promocionar un laboratorio de composición. La mención no es caprichosa. Algo de ese juego libre de prejuicios –que podría ser el de aquel chico de 5 años– atraviesa su obra y aparece con fuerza en No estoy solo, que se presentará este martes a las 20 y el miércoles a las 16.30 en El Galpón de Guevara (Guevara 326) como parte del FIBA y que luego seguirá con funciones durante marzo en el mismo espacio.

Haidar se recibió como bailarín en la Escuela de Danzas Clásicas y Contemporáneas de La Plata y en el Taller de Danza del Teatro San Martín, pero también estudió actuación con Raúl Serrano y Ricardo Bartís, y pasó por la carrera de Comunicación Audiovisual. Ese cruce de disciplinas puede verse en esta propuesta que incluye dos cámaras y una pantalla donde se proyecta el mapping con el que interactúa. La pieza se presenta como “una performance unipersonal que a la vez es un dúo” porque, efectivamente, Iván no está solo en escena; por momentos hay dos Ivanes, cinco o una decena caleidoscópica.

Desde el ingreso a la sala ya se plantea una pregunta sobre el espacio que ocupa el cuerpo colectivo de la audiencia y el cuerpo individual del performer. El silencio es un acierto porque permite que emerjan pensamientos en relación a lo que se está viendo; sólo hacia el final se escucha la canción compuesta por el artista junto a Aldo Benítez. ¿Cómo interpretar un solo en compañía? Haidar parece haber hallado una respuesta en la réplica digital. La búsqueda se enmarca en una contemporaneidad atravesada por las redes, el culto al yo y la mirada narcisista, pero aquí se retoma esa perspectiva para pensar un cuerpo multiplicado, fragmentado, disociado y, en algún sentido, roto.

Las búsquedas del performer tienen un sello propio y no están guiadas por las últimas tendencias sino por inquietudes muy personales. En este sentido, puede hablarse de un autor ya que no sólo interpreta materiales ajenos sino que crea los propios y les da su impronta. Los “materiales Haidar” no se parecen a otros. El año pasado, por ejemplo, en el marco de la Bienal de Performance llevó adelante un experimento extremo de cinco horas (Soy tu performer) en las que prestaba su cuerpo a ocho artistas facilitadores y lo dejaba a completa disposición para crear juntos algo nuevo en el puro presente de la sala Casacuberta. En No estoy solo explora las zonas liminales de la idea de soledad, las múltiples versiones de unx mismx en la interacción con diversos espacios y las huellas que dejamos con cada una de nuestras acciones e intervenciones. ¿Es posible convivir con uno mismo y sus réplicas?

Sobre el escenario hay un cuerpo físico y múltiples fantasmas virtuales. Haidar se acaricia, se abraza, se explora y se descubre en esa dualidad. Atraviesa una puerta para encontrarse con otra versión de sí mismo: se abre, se desgarra, se disecciona y se contempla. Una vivisección que –como suele decirse muchas veces del humor– pone las cosas allí donde no deberían ir e indaga los efectos. Cierto sentido común tiende a acotar los límites de la danza al movimiento grácil, la espectacularidad o el preciosismo, pero en verdad puede ser mucho más que eso y a veces la mayor riqueza está en el proceso más que en los resultados en términos de “pieza acabada”. Es necesario habilitar espacios donde llevar adelante este tipo de exploraciones y No estoy solo es una muestra de las preguntas que puede disparar un solo cuerpo (y sus réplicas) en escena.