Hace muchos años, viajando en taxi hacia el aeropuerto de El Alto, en La Paz, escuché por la radio un ritmo musical que logró rescatarme del letargo provocado por los 4.000 metros de altura; no era cumbia, no era rock y el conjunto era realmente energético. Busqué luego por Internet hasta enterarme que se trataba de algo novedoso, el reguetón, pura “gasolina”. Tiempo después llegó a ser el ritmo más difundido en los medios y en las discos de Argentina. El reggae es una expresión musical jamaiquina vinculada con la liberación del sometimiento de la población negra que luego se asocia al hip hop y el rap, expresiones culturales de denuncia de jóvenes afroamericanos y latinos del Bronx y Harlem. Entre estos géneros, con la influencia también desde Panamá y con arreglos electrónicos, se da lugar al reguetón. Son canciones pegadizas que hablan de dificultades sociales, violencia, drogas y con contenido sexual explícito, introducen el argot local y neologismos. Las canciones en inglés que invadían las emisoras de todas las latitudes cedieron lugar, de a poco, a otras melodías que transmitían una alegría contagiosa, un ritmo brutal que invitaba a bailar, el ritmo “sexy” que sacudía la monotonía anglófila aportando una onda distinta. Era parte de una tendencia que insertaba la música latina en el mercado mundial.

Muchos cantantes, hombres y mujeres latinos, accedieron a lo más alto del podio de la difusión discográfica. Ellos habían apostado a lo suyo, a su idioma y su historia musical en lugar de tratar de imitar y plegarse a la lengua extranjera. Y triunfaron. Portorriqueños, mexicanos y otros, incluso algunos intérpretes argentinos que emigraron y se convirtieron en íconos espirituales o musicales en Estados Unidos, proponiéndose como modelos familiares, como remake del “sueño americano”. En nuestro país, el rock nacional que emergió luego de Malvinas con una fuerza y creatividad inusitadas, hizo alianza con las expresiones musicales de otros lugares de América del Sur y de Centroamérica, surgió también la cumbia villera, y se dio expresión a temas desenfadados, risueños, emotivos, sensibles.

Pero últimamente resulta cada vez más difícil distinguir si una canción o un cantante es argentino o centroamericano. El acento es un impersonal “latino” y los temas no se distinguen de los contenidos internacionales de moda. ¿Es que ahora estamos imitando y nos estamos plegando a los nuevos “triunfadores” que se impusieron? Muchas interpretaciones resultan encantadoras y se convierten en hits, pero ha llegado un momento en que... comenzamos a sorprendernos de la tonada de los cantantes nacionales, nos comienzan a cansar las letras pobres en metáfora que apelan a la provocación para rellenar la falta de creación. Lo que antes divertía empieza a aburrir. Lo que comenzó como reacción de culturas acalladas se convierte en moda que se vende, se consume y se banaliza.

Los géneros musicales, como toda manifestación cultural, responden a las peculiaridades y especificidades históricas, geográficas, subjetivas, de cada región. No podemos hablar de tipos musicales “puros”, todos reciben influencias de otros de acuerdo a migraciones, conquistas, difusión de cualquier índole, que los modifican, enriquecen o empobrecen. El fenómeno de globalización incrementado por la interconexión cibernética multiplica estas influencias aportando elementos o aplanando diferencias que restan matices. Los modelos, como los géneros musicales, nos guían, nos orientan, pero deben nutrirse de lo propiopara crecer, mutar. De pronto, algo que escuchamos nos conmueve, “muchachos”. A veces surge como canción de cancha, que inesperadamente convoca a un país y trasciende las fronteras. Y nos lleva a esperar, a los que disfrutamos del género popular, aquellas expresiones que logren sumar aportes novedosos sin dejar de interpretar nuestro sentir singular, profundo, esa singularidad que por momentos parecería estar latente otapada.

Lacan utiliza una expresión cuando alguien debe encarar una actividad o un proyecto, pero vacila y siente que necesita pedir permiso o apoyarse en otros; dice que es necesario “autorizarse a sí mismo”, buscar dentro de uno mismo los recursos, los motivos y la confianza para asumir la responsabilidad y poner en movimiento un impuso o un deseo. Asimismo, a nivel social no es preciso pedir disculpas o permiso por expresar una subjetividad propia, que adhiere al flujo musical general pero se distingue de una tendencia social a la uniformidad, que bajo la fachada de “hermandad latina” privilegia el objetivo de favorecer el consumo. En el caso de la expresión musical popular, es necesario “autorizarse a sí mismo” para plasmar e incorporarse a las tendencias de este tiempo desde la riqueza del estilo propio, capaz de provocar nuevos despertares. Abrevar en las fuentes que corren, subterráneas, de la musicalidad autóctona y de nuestra propia manera de vivir en la época actual.

Diana Sahovaler de Litvinoff es psicoanalista de la Asociación Psicoanalítica Argentina.