“Siempre supe que habíamos habitado una casa con mis papás, pero no sabía qué casa era, nunca la había visto y me costaba mucho averiguarlo, era demasiado.” La que habla es Victoria Montenegro y la casa de la que habla es aquella donde militares y policías la secuestraron en 1976 junto a su papá y a su mamá, cuando ella tenía apenas un par de semanas de vida. De sus padres no supo más nada hasta mediados de los 2000, cuando el cuerpo de Roque Montenegro fue identificado. A ella se la apropió el jefe del operativo, el represor Herman Tetzlaff; conoció su verdadera identidad décadas después. Y hace poco sumó otra pieza a su rompecabezas: descubrió, por fin, el lugar en donde “por única vez” sus padres y ella fueron familia.

Montenegro recuperó su verdadera identidad en julio de 2000. Había aportado una muestra de su sangre en 1993, instada por el juez Roberto Marquevich. En su juzgado federal de San Isidro corría la investigación de una denuncia radicada por Abuelas de Plaza de Mayo sobre la posibilidad de que Victoria, por entonces María Sol Tetzlaff, no fuera hija del militar retirado del Ejército y su mujer, María del Carmen Eduartes. La actual legisladora había sido apropiada y sus padres, Roque Montenegro e Hilda Torres, permanecen desaparecidos.

Con el tiempo, fue abrazando a su historia: con ayuda de la familia biológica –tíos y tías maternos y paternos– supo que había nacido a fines de enero de 1976, no en mayo, como figuraba en la partida de nacimiento falsa con la que contaba el matrimonio Tetzlaff-Eduartes. Que su mamá y su papá eran dos jóvenes salteños –18 y 20 años, respectivamente–, militantes del PRT-ERP que habían llegado a Buenos Aires escapando del Operativo Independencia, que vivieron los unas semanas en “una casa en William Morris” de la que fueron secuestrados el 13 de febrero de 1976. Una historia a la que “siempre le faltó la precisión de la casa”, contó.

– ¿Qué sabía de esa casa hasta que la encontró?

– Yo nunca me animé activamente a continuar con la búsqueda que hicieron mis abuelos paternos cuando presentaron la denuncia (en tiempos del secuestro) y cuando se acercaron a la Conadep. Ya entonces hablaban de una casa que era de mis padres, de donde suponían que nos habían secuestrado, que estaba a siete cuadras de la estación de tren de William Morris (que por entonces pertenecía al partido de Morón y que ahora integra Hurlingham). En la familia de Roque estaban seguros de que mi papá había comprado esa casa pero nunca había escriturado, no había registros. Y me quedé con eso, nunca lo continué porque... no sé bien cómo explicarlo… no soportaba una nueva frustración. Lo sentía como mucho: ¿cómo encontrar una casa entre tantas otras casas? ¿Por dónde empezar? Yo imaginaba que ya no quedaba ningún vecine de aquella época.

Roque Montenegro e Hilda Torres. 

Sin embargo, había “una deuda” consigo misma que pesaba. Una vez, en plena campaña legislativa de 2021, se cruzó en Hurlingham con quien por entonces era ministro de Desarrollo Social, Juan Zavaleta. “Juanchi, tengo que verte, me gustaría saber si se puede encontrar una casa acá, la casa en la que secuestraron a mis papás”, recordó que le dijo, palabras más o menos.

“Quedó ahí, qué se yo, campaña, recorrida”, contó Montenegro. Pero no estaba solamente Zavaleta en ese encuentro. La entonces ministra de Mujeres y Género, Elizabeth Gómez Alcorta escuchó el comentario. “Vicky, yo sé con quién tenés que hablar”, le dijo. Y le recomendó que se contactara con Aníbal Hnatiuk, ex abogado en causas vinculadas a las violaciones a los derechos humanos de la última dictadura y aficionado a “descubrir datos”, se autodefinió. La legisladora tomó el consejo, pero no escribió.

Insistir

“Le empecé a escribir yo. La whastappee varias veces, me contó que para ella era medio difícil, hasta que nos juntamos y me compartió los datos que tenía”, reconstruyó Hnatiuk, en diálogo con Página/12. Poco y nada había para arrancar. Hay varios expedientes judiciales abiertos sobre el secuestro y desaparición de Roque e Hilda, pero ningún avance.

Roque fue identificado por el Equipo Argentino de Antropología Forense en 2011, su cuerpo había aparecido en mayo de 1976 en las costas de Uruguay y había sido sepultado sin identificación en un cementerio local. Se estipuló que fue arrojado de un avión que partió del aeropuerto de El Palomar. De Hilda no se sabe nada. La supuesta fecha de sus secuestros es el 13 de febrero de 1976, por cálculos que realizaron las familias al hacer la denuncia. Pero no hay datos que lo confirmen. Tampoco se sabe adónde fueron trasladados, en dónde permanecieron cautivos.

Hnatiuk contactó al abogado y representante en la querella de Montenegro en los expedientes judiciales existentes, Pablo Llonto, que además de llevar esa causa lleva otra que investiga un operativo sucedido en William Morris, en mayo de 1976, en el que resultaron secuestrados y desaparecidos Oester y Alfredo Aspeleiter. Y tiene sospechas de que la casa de los padres de Montenegro fue el mismo escenario de aquellos hechos.

A Hnatiuk se le ocurrió “desconfiar” del dato de la falta de registro de la casa. “Victoria estaba segura de que sus padres no habían registrado la compra, pero ¿y si sí?”, se preguntó. Pidió registros al gobierno de la provincia de Buenos Aires. “Pumba. Estaba. Figuraba un boleto de compra-venta registrado a nombre de Roque Montenegro”. La dirección era sobre la calle General Villegas al 2500. “Agarré un mapa, ubiqué la casa y conté las cuadras que había desde la estación de William Morris. Siete. Era la casa.”

La noticia

Hnatiuk y Llonto –uno de manera presencial, el otro conectado por videollamada– le dieron la noticia a Montenegro, una tarde que estaba “tapada de trabajo” en su oficina –es legisladora y preside la comisión de Derechos Humanos de la Legislatura–. “No puede ser, ¿cómo?”, recordó Llonto que Montenegro repetía aquella tarde. “Para mí era increíble. Yo estaba segura de que no iba a poder encontrar esa casa. Fue muy movilizante”, contó la nieta restituida.

A los pocos días fueron a visitar el lugar. Hablaron con una vecina que ya vivía allí cuando Roque e Hilda compraron la casa. Una vecina que se acordaba todavía de “un operativo” de militares que una noche la obligaron a quedarse adentro de su casa.

“La vecina tiene el baño fuera de su casa, en el patio. Me contó que una noche quiso salir para ir al baño y se le apareció un militar de uniforme y armado y le ordenó que no saliera, a punta de fusil”, reprodujo Montenegro. De allí, hiló otro dato más que le “confirmó” que aquella era la casa de su familia: “Yo no tengo recuerdos de aquella época, pero sí retuve aromas, olores. Uno en particular me acompañó siempre y nunca pude atribuirlo a mi vida con Tetzlaff. Era un olor como a mingitorio, y ahí estaba, el baño de la vecina de esa casa”.

Luego hablaron con la mujer que actualmente vive en la casa y Montenegro pudo recorrer la vivienda. “Fue muy movilizante”, resumió.

– ¿Cómo fue ingresar a la casa?

- Fue muy movilizante. Me puse a llorar, aunque soy muy dura. Es el único lugar en el que nos puedo imaginar juntos y felices. Yo no tengo una foto con mi mamá y mi papá juntos, y si nos tenía que imaginar a los tres, nos pensaba en Campo de Mayo, pero eso era un escenario de horror. Esta casa es la materialidad de nuestra familia, nuestro último refugio, la foto de los tres que nunca pudimos tener.

Lo que antes le causaba ansiedad y angustia, ahora le provoca una sonrisa. Montenegro está feliz, organizó para el 11 de marzo la colocación de una baldosa en memoria de sus padres y espera que puedan acompañarla Estela de Carlotto y Taty Almeida. Por otro lado, la incógnita revelada, ahora, le “permite pensar en cómo avanzar en la causa judicial”, reflexionó. “La verdad siempre es reparadora”, concluyó.