La foto tuvo un impacto inmediato que trascendió el pago chico de las esculturas. Fue cuando The Walking Conurban, la conocida página de instagram que narra visualmente el conurbano bonaerense, subió la imagen de un ejército de esculturas en tamaño real, en un jardín de frente suburbano. Entre los miles de “me gustas” y comentarios, los usuarios identificaron que la casa se encuentra en Ciudadela. La escritora argentina Mariana Enríquez se entusiasmó con un “MARAVILLA. El ejército de terracota del Conurbano”.

La casa está nomás en Ciudadela y ahí vive la familia Ierace, María Rosa, Carlos y Yesica, que cuentan quién es el artista detrás de las más de treinta esculturas. Era Antonio Ierace, “el nono”, un italiano veterano de la Segunda Guerra Mundial que encontró su arte y una nueva vida en Argentina y murió hace cinco años. 

Llegada a la Argentina

Antonio nació en Calabria en 1919. Como muchos inmigrantes italianos del siglo XX, llegó al país una vez terminada la Segunda Guerra Mundial. María Rosa, su hija cuenta que "papá vino a la Argentina a los cuatro años del fin de la guerra. Vino y una de las primeras estatuas que hizo fue esa”. Señala la que tiene por título “el coraje del inmigrante” y agrega: “Veía reflejada su vivencia de haber venido acá sin nada más que una valija llena de ilusiones y las ganas de hacer un futuro acá, formar una familia”. Ierace estuvo cuatro años en la marina italiana, llegando a estar en el frente de batalla en África.

Al llegar al país, Antonio empezó a trabajar como ayudante de albañil. No lo había hecho antes pero le gustaba aprender. “Estudió para maestro mayor de obra e iba al colegio nocturno por el idioma” cuentan desde la familia. La vida siguió dándole sobresaltos también en el plano familiar. Con una historia de amor atravesada por la guerra y la inmigración, Antonio y su esposa se casaron a distancia para poder reencontrarse. “Estuvieron nueve meses de novios hasta que terminó la guerra. Él viene a la Argentina y ella se quedó allá y no podía venir si no estaba casada. Entonces se hizo un casamiento por poder. Un hermano de ella firmó allá como si fuera mi papá. Y él acá, una vecina creo que firmó como si fuera mi mamá. Con ese papel mi mamá pudo venir” recuerda Mari, hija única del matrimonio.

Su oficio en la construcción le dio a Antonio las primeras herramientas para lo que serían sus esculturas años más tarde. “Lo que él usaba para la construcción de una casa, después lo usaba para las obras: una malla de alambre, hierro, cemento y después las pintaba”. señala Yesica, nieta política del escultor. Un camino que comenzó alrededor de 1980 y siguió hasta poco antes de su muerte, alberga obras de distinto tipo. Cada estatua tiene su nombre y son varios personajes: el peluquero, el payaso, el albañil. María Rosa destaca que incluso hay una escultura erótica titulada “el diálogo íntimo entre el pene y la vagina”. “Mi papá era muy open mind” bromea.


Una vida para contar

Mucho antes de que la foto se viralizara en redes sociales, los vecinos de Ciudadela ya habían sentido el impacto de las esculturas de Antonio. Carlos, su nieto, recrea un episodio particular con una estatua de la virgen de Lourdes hecha por su abuelo. “Vivimos en esta casa hace trece años y hace trece años que todas las mañanas y tardes viene el mismo hombre a rezarle a la virgen. Se queda parado en la vereda y reza. Incluso durante la pandemia. Un día estábamos cortando el pasto y nos cuenta que suele rezarle a la virgen en forma de agradecimiento porque se le cumplió un deseo”. Las obras de Antonio nunca pasan desapercibidas dando lugar a varias anécdotas del encuentro de quienes pasan por la casa con las esculturas: “Es un tema. Por un lado, es una alegría inmensa pero también es un tema el temor. Incluso hay gente que ha entrado pensando que era una especie de museo. Nosotros mirando por la ventana y la gente abriendo el portón y entrando a sacar fotos” recordó Carlos.

Al escultor de ciudadela siempre le interesó conversar con otros. Cuando había clases de historia en las escuelas de la zona, lo invitaban a hablar de la Segunda Guerra Mundial y a contar sus vivencias. Estas ganas de compartir lo llevaron a pensar en hacer de su casa un espacio común de encuentro. Su familia dice: “Él en un momento tuvo la idea de transformar esto en un museo escolar. Llamar a los colegios de la zona y él explicar un poco de las esculturas. Vinieron algunos”.

Antonio murió hace cinco años. Un largo recorrido que empezó en un pueblo de Calabria, llevó a Ierace al frente de batalla en la Segunda Guerra Mundial, a un amor a distancia, a una vida en otro país e incluso a estar presente en la plaza durante la muerte de Mussolini el 28 de abril de 1945. Hoy es recordado por su familia que intenta preservar las esculturas y sus historias de vida con registros fotográficos y fílmicos.