Acha acha cucaracha. Cucaño ataca otra vez: 8 puntos

(Argentina, 2017)

Dirección: Mario Piazza.

Guión: Mario Piazza, basado en las investigaciones de Caren Hulten, Señales en la Hoguera.

Producción: María Langhi

Fotografía: Cristian Ferreira Da Cámara.

Montaje: Verónica Rossi.

Entrevistados: Guillermo Giampietro, El Marinero Turco, Carlos Ghioldi, Graciela Simeoni, Yimi Ghioldi, Marcelo Roma, Alejandro Palmerio, Luis Alfonso, Miguel Bugni.

Duración: 75 minutos.

 

 

En procesión, llevando un cajón fúnebre de utilería, subían la vereda unos "jovencitos" al encuentro de los "chetos" que entonces -‑circa 1980-‑ frecuentaban el bar Vip. ¿Cómo habrá sido ese encuentro inesperado, entre mantras fúnebres, hamburguesas revoleadas y novios celosos? Las mesas del Savoy y El Cairo oficiaban como correo de tales primicias: el Cucaño ataca esta noche, se informaba, como si se tratase de tretas secretas perpetradas por un moderno Mabuse o Fantomas. En esas se mete Acha acha cucaracha, el nuevo film de Mario Piazza, dedicado a perseguir y retratar ese grupo escurridizo. La película se estrena este sábado en Parque de España, a las 20, con entrada libre y gratuita; es la primera de una serie de funciones organizadas por El Cairo Cine Público en diferentes salas de la ciudad.

Los Cucaño andan desperdigados, por Rosario y el mundo; Piazza los localiza e invoca -‑se trate de Trieste o Miami-‑ como piezas de un puzzle maleable. Ya lo dicen los propios entrevistados, Cucaño se redefine todo el tiempo. Siempre hay algo más que de ellos se dice o se inventa, y este film es parte consciente de tamaña tarea.

Cucaño, el grupo artístico performático que sobrevivió al Rosario de los años 1979‑1982, merecía una aproximación así, dedicada a organizar lo sabido, lo que falta, atento también a la reconstrucción de un imaginario. De esta manera, el film sale al encuentro de la memoria del espectador, lo asalta a través de registros fílmicos con las calles en blanco y negro, a veces de colores tristes, merced al paso del tiempo sobre el Súper 8, pero también por el tamiz acromático de la época. Contra esa quietud ‑-mortuoria, silenciadora‑- atacan los Cucaño y son esos ecos los que aquí se celebran.

El resultado es de por sí fascinante. Piazza indaga en archivos ‑-rasgo estético sobresaliente de todo su cine-‑ y parece por momentos lograr un viaje en el tiempo, así como al atender la palabra de los protagonistas. "Hice un pacto con la prostitución para sembrar el desorden en las familias" clamaban/claman, en contraste con la dictadura militar y los valores burgueses. Durante ese periplo, son dos instancias las que ofician como apertura y oclusión: la función en la sala Pau Casals del Centre Catalá -‑de mayor caladura en su puesta en escena‑- y la intervención en plena misa de la Parroquia Nuestra Señora del Carmen; este último, el hecho más estético y sublime, según Guillermo Giampietro. Entre medio, la presentación pública en San Pablo, con intervención policial y manipulación mediática del hecho.

El efecto Cucaño sobrevive, revisa contradicciones (como las vinculadas a la militancia partidaria y la ¿inevitable? "museificación"), a la vez que reparte repercusiones en la historieta (Marinero Turco, Mosquil), la militancia sindical (Carlos Ghioldi), la música (Zapo Aguilera), el humor (McPhantom), el periodismo (Osvaldo Aguirre, Juan Aguzzi), la desinstitucionalización psiquiátrica (Giampietro). Basta como ejemplo la rememoración corporal/gestual que Pandora (Graciela Simeoni) hace de sí misma, bellísima. La enumeración es injusta, son muchos y muchas más. Porque Cucaño oficia como la no‑película de Alejandro Jodorowsky que es Dune: inasible pero con sobrevida en muchísima otras, a la manera de un cometa que despide estelas de colores variados.

En este sentido, Cucaño es un mito que el film revalida, al actualizarlo y lograr visibilizar lo mucho que todavía dice; las anécdotas faltantes esperan en los espectadores, seguramente ávidos de lidiar entre duelos verbales luego de ver la película. Porque hay algunas proezas que no son ciertas -‑como la del cumpleaños en el colectivo‑-, pero no importa, entre la leyenda y la verdad ya se sabe qué se elige. Acha acha cucaracha es un equilibrio justo entre ambas instancias.