Hace poco más de un mes, quebró el Silicon Valley Bank (SVB) y las primeras reacciones en los Estados Unidos planteaban que se trataba del máximo caos financiero desde la caída de las burbujas hipotecarias, en 2008. Lo cierto es que se repitió la fórmula de acción estatal de aquel entonces: la Casa Blanca rescató a los bancos.

En el caso del SVB, la administración de Biden ha ido en el mismo sentido de auxilio, aunque argumentando que se intervino para proteger los depósitos de los ahorristas sin afectar a los contribuyentes. Desde el Salón Oval juraron que las medidas de rescate no tienen nada que ver con salvar al sector financiero las veces que hagan falta.

El SVB existía desde principios de los '80. Como se puede deducir por su nombre, estaba emparentado a los activos de las llamadas Big Tech, las grandes compañías de desarrollo tecnológico vinculado a las comunicaciones y la información, como Google, Amazon, Microsoft y Apple, entre las más renombradas.

Visto de ese modo, la caída del SVB implica un quiebre en la prosperidad económica después de unas tres décadas ininterrumpidas de dominio de los emporios tecnológicos de comunicación e información. Ya en los últimos meses, estas firmas venían mostrando síntomas de retracción con despidos en masa. El 2023, aunque Zuckerberg lo haya llamado “año de la eficiencia”, viene siendo catastrófico para las empresas de tecnología comunicacional.

Nueva etapa

El SVB tampoco era un banco de enorme envergadura para el sistema financiero. En otras palabras, no era el JP Morgan Chase, el Charles Schwab Corporation ni el HSBC. Sin embargo, por tratarse del tentáculo financiero de las Big Tech, no es extraño deducir que el SVB referenciaba los movimientos de los paquetes accionarios, la solvencia y la gestión de la confianza de los mercados en las compañías de desarrollo tecnológico de comunicaciones e información.

El banco no era nuevo ni era una referencia financiera por antonomasia, aunque sí reflejaba el grado de bienestar económico de los emporios comunicacionales. También hay que agregar el efecto de la pospandemia en las Big Tech: se habían expandido a gran escala durante el Covid-19, pero al mermar el efecto de la virtualidad forzada se desplomó esa espuma.

Y en el desplome ya no hay sólo recortes en la mano de obra ni opciones de alza en los precios o limitaciones en los servicios, como pretende hacer Netflix, sino que también hay un derrumbe bursátil y financiero. No hay jueves ni martes negro, no hay una única jornada, hay toda una etapa que podría estar frente a la oscuridad. “La pospandemia negra de las Big Tech”, sería el titular.

Esta opaca etapa que se avizora tampoco es sólo un efecto financiero y bursátil. Por eso, la quiebra del SVB no es un día negro, ni una semana negra, sino que podría ser el ocaso de todo un período. Para entenderlo así hay que observar el asunto desde la óptica de la historia de la tecnología. Resumiendo, podríamos decir que esa óptica observa cómo los mayores y más significativos esfuerzos de la humanidad se han puesto en tales o cuales desarrollos tecnológicos, según los momentos y los lugares.

Los sistemas tecnológicos de energía domiciliaria y de alumbrado público, a fines del siglo XIX, los automóviles con motores de combustión interna unas décadas después, la carrera nuclear y la industria petroquímica, por mencionar sólo algunos desarrollos tecnológicos conspicuos luego de la Revolución Industrial. A partir de aquel entonces, el desarrollo tecnológico siempre ha ido en maridaje con el capital que maneja las grandes inversiones mundiales.

El asunto es que desde aproximadamente principios de los '80, el principal flujo de los capitales que manejan la inversión mundial ha estado puesto en las “nuevas TICs” (tecnologías de la información y la comunicación). Desde la telemática con transistores en las alcobas de los nerds no académicos como Bill Gates y Steve Jobs, hasta las actuales startups de aplicaciones de telecomunicaciones y de georreferencia, datos en la nube, inteligencia artificial y toda otra clase de formas de invertir en desarrollos de comunicación e información, que también incluyen, por supuesto, las erogaciones de los estados para mejorar sus sistemas de espionaje e inteligencia.

Entonces, está fuera de debate que las Big Tech se erigieron a fuerza de una proliferación de su potencia en el mercado, dada principalmente por la velocidad de innovación en materia de tecnología smart, desde la telemática hasta los datos encriptados en la nube en apenas un par de décadas.

Con la caída del SVB como señuelo, se puede pensar que la era de predominancia en el desarrollo tecnológico de las comunicaciones y la información ha llegado a su ocaso. Las principales inversiones se empezarán a hacer en otra clase de desarrollos tecnológicos.

¿Cuáles son los rubros que podrían relevar a la comunicación y la información en la hegemonía de la inversión mundial en desarrollo tecnológico? Entre la variedad de opciones hay dos que se posicionan como preeminentes: la biotecnología de seguridad sanitaria frente a gestaciones y propagaciones de virus, reacción lógica tras la reciente pandemia, y la transición energética hacia la desfosilización, acelerada por los vetos económicos al gas ruso. Proyectemos esa segunda posibilidad.

Energía

La transición energética es un propósito que ya se ha sugerido en la agenda mundial de la ONU a través de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible. La descarbonización se venía discutiendo incluso desde algunas décadas antes y la transición energética se convirtió en “justa” cuando los sindicatos de trabajadores de la energía le añadieron la preocupación por los “empleos verdes”, a fines de los '90. El debate por la diversificación de la matriz energética y luego por la descarbonización total no es ninguna novedad.

Lo que ha precipitado la transición energética es la guerra en Ucrania y las sanciones económicas al gas ruso. El asunto es complejo porque en esa precipitación muchas medidas son contrarias a la descarbonización. Ocurre que primero que nada hay que garantizar el abasto, y ello ha llevado a economías como la británica a volver a incentivar las inversiones fósiles y las plantas eólicas en tierra y al gobierno de Biden a alentar inversiones petroleras en Alaska.

En paralelo, más a mediano plazo, lo que buscarán los capitales mundiales será seducir a las administraciones estatales para que contraten servicios de alta complejidad sobre energías renovables. Si bien es cierto que para garantizar el abasto ahora mismo se están explotando sin reparo los hidrocarburos, no es menos cierto que si la inversión en tecnología genera rápidos y más eficientes desarrollos, pronto habrá un relevo en los sistemas de movilidad, por el abandono de los motores de combustión interna, y en los servicios de energía domiciliaria y pública, por la generación por fuentes renovables o no convencionales y mayor eficiencia de equipos tecnológicos.

Innovación

Desarrollos tecnológicos que potenciarían las energías renovables podrían enfocarse, entre otros dispositivos, en las baterías de almacenamiento, en las que por lo pronto predomina el litio y el cobalto. Ya se están probando baterías de litio-azufre y todavía hay todo un potencial por explorar con el hidrógeno verde. Para la energía solar fotovoltaica se han hecho recientes avances en las celdas de Perovskita, que podrían triplicar el rendimiento de las elaboradas con silicio. Mientras que en Alemania ya se están probando los cables superconductores para la transmisión de electricidad.

Sobre el litio se sabe que la mayor parte del mineral se encuentra entre el triángulo argentino-chileno-boliviano y Australia, y que el grueso de la industria de tratamiento y producción de baterías están en China. Con el cobalto la dinámica empieza en la República Democrática del Congo, que cuenta con la amplia mayoría de las reservas mundiales y tiene condiciones de explotación que van desde la gran escala hasta la minería artesanal.

Otra vez, el máximo aprovechamiento industrial lo hace la economía China. Sin embargo, en lo que a vehículos eléctricos respecta es Tesla el que viene a la cabeza de la inversión mundial. La compañía es estadounidense y forma parte de las propiedades de Elon Musk, también CEO de Space X y Twitter.

Advertencias

Queda claro que la desfosilización bien puede ser un proceso de “greenwashing, en el que los grandes capitales se reacomoden sin perjudicar la dinámica del sistema económico y reconfigurando, sin afectar, los flujos del sistema financiero mundial. La proyección del desarrollo tecnológico para la descarbonización, si acaso se corrobora la hipótesis sugerida más arriba, llevaría a las energías renovables a un nuevo nivel de influencia dentro de los esquemas mundiales de planificación, ejecución, inversión y fomento.

En ese caso, habría que advertir que la geopolítica contemporánea es otro elemento que abona a tomar por cierta la ya mencionada hipótesis: tanto los Estados Unidos como China, las dos principales potencias del mundo actual, mantienen interés e inversiones en investigación y desarrollo de tecnologías de energías renovables. Sea en la explotación de recursos mineros, en la elaboración de insumos o equipos de captación y generación o en el desarrollo de tecnología inteligente con baterías o vehículos eléctricos, ambas potencias están avocadas a invertir en acelerar el desarrollo tecnológico para la transición energética.

En ese punto, habría que advertir que, aunque la hipótesis se cumpliera de que las mayores inversiones en desarrollo tecnológico se volcaran a las energías renovables y la transición, no habrá planeta que aguante si no se acompaña la innovación en dispositivos y equipos con ciertos cambios en las pautas culturales de consumo energético.

Es importante advertirlo porque, pese a que se lograse en pocos años equiparar con energía renovable la capacidad de generación, transporte y distribución de energía que se mantiene actualmente, sin cambios culturales y económicos los problemas ambientales persistirán aunque se releven las fuentes fósiles.

En ese caso, con cierta disrupción con respecto al desarrollo tecnológico desde que comenzó la Revolución Industrial, la innovación en dispositivos y equipos tensionará su maridaje con el aprovechamiento capitalista. No porque los accionistas e inversores no se fuesen a beneficiar con el desarrollo tecnológico para la transición energética, sino porque el margen de lucro se morigerará a partir de un dato fáctico: la necesidad de que el consumo y las formas de vida tiendan a hábitos más sustentables.

* Docente universitario. Especialista en Derechos Humanos y becario doctoral del CONICET.