“Era una tigresa Camila, defendía a todo el mundo”, recuerdan en la familia. “Amaba a los animales, se traía a los perros de la calle y los cuidaba, estaba la Lola, el Pulguita, la Loba”, cuentan. “Siempre estaba con nosotros, somos sobreprotectores, y me pedía que la llevara a la plaza a rapear”, recuerda con ternura su abuela Mónica, la madre de su padre, Cristian. Camila López es la niña de 13 años que perdió la vida --junto a tres amigos--, en la persecución policial que terminó en un choque, en 2019, en San Miguel del Monte. Solo hubo una sobreviviente, Rocío, quien ya tiene 17 años. Por el suceso, hoy se juzga a cuatro policías bonaerenses, por homicidio agravado. "Aunque dos ya están estudiando abogacía..." pone su reparo la abuela de Camila.

La familia sigue atenta el devenir del proceso en el TOC 4 de La Plata. La abuela Mónica Cedan, de 55 años, “cinco hijos y 17 nietos”, fue a la primera y a la segunda audiencia. “Ahora está allá la mamá de Cami, Yanina”, cuenta en la entrevista con Página/12, en la Casa de los Derechos Humanos de Monte. El 19 de mayo, “en su último día”, lamenta Mónica, Camila pasó por su casa y quiso que la lleve a ver al papá. Le dijo que quería comer “tarta de jamón y queso”. Y que esa noche se quedaría a dormir en la casa de su mamá, con su amiga Rocío.

Pero “a las cinco de la mañana me llaman y me dicen que había tenido un accidente” recuerda Mónica. Fueron al hospital. “Lo que menos pensaba era que tenía que ir a reconocerla, mi hijo (Cristian) estaba en un ataque de nervios”. Había cinco policías en la morgue. “Y ella estaba en el medio. Me la destapan, y sí, es Camila”, revive su dolor de abuela. “Y ahí vi los cuatro cuerpos, así, en fila” explica. Es una mujer fuerte, y llora.

“No sabíamos lo que pasaba, fue un accidente decíamos. Luego vinieron y se llevaron los cuerpos. Y nosotros fuimos al lugar del accidente” repasa. Pero ya estaba “limpio”. A las cinco y media de la mañana ya no había nadie. Ni manchas en el asfalto. Eso la intranquilizó. La angustia fue mayor cuando un amigo de sus hijos “mandó el video de las cámaras de seguridad. Ahí se ve que a los chicos los mataron, el video lo muestra, los corrían”, enfatiza Mónica.

Camila fue sepultada en el cementerio parque, como quería su mamá. “Pero cuando se destapó la olla hubo que sacarla. Es duro, pero había que hacerlo porque se vio que el Centro de Monitoreo (de vigilancia de la ciudad) ocultó la información”, resume sobre la trama de encubrimiento que involucra incluso a los bomberos, "que limpiaron el lugar”. 

“Después la volvieron a exhumar porque decían que tenía un tiro ¡de vieja data!, eso lo escuché en la radio”, se alarma Mónica todavía, al recordarlo. Sabe que fue la red entre los familiares y los amigos, junto a los vecinos solidarios, lo que permitió “que se descubra todo”, como dice. “Hoy testifica el chofer del camión --apunta sobre el juicio--, el que no se quiso ir del lugar como le decían, y se fue a Cañuelas a declarar, no quiso hacerlo en Monte, acá todo eran mentiras”, detalla.

“Ayer en el recinto --refiere--, volví a vivir lo mismo, que nos mintieron descaradamente, el comisario (Rubén) García lo decía por televisión: fue un accidente, decía”, y ya no llora Mónica. Explica que le hace mal ver los carteles, y que “todos los malditos días”, para ir al restaurante que tiene con su pareja, Juan, debe que pasar por el lugar. “Y le pido a Cami, por favor, dales fuerza a tu papá y a tu mamá para seguir”, comparte. 

Ya en el restaurante, Mónica conversa con María del Carmen Lamothe, de la Casa de los Derechos Humanos, sobre cómo ayudar con la comida a la familia de Danilo Sansone, otra de las víctimas: "Son diez hermanitos", dice. A Mateo, el hijo de Anibal --quien manejaba el auto en el que iban los chicos--, ya lo incorporaron a la familia: "Tiene tres añitos", dice. Y concluye: "Quiero a mis hijos, a mis nietos y quiero a la sociedad, ojalá que el juicio condene a los acusados, y no salgan nunca más".