Si alguien quisiera saber qué hay debajo del agua tendría que mirar las pinturas de Lula Mari. Ver la obra de esta artista es igual a bucear, a descubrir un paisaje infinito lleno de criaturas misteriosas y desconocidas. El agua avanza en la pintura de Mari. Inunda las imágenes y devuelve un paisaje realista, pero trastocado al mismo tiempo: en estos lugares los cocodrilos viven adentro de otros cocodrilos, los cangrejos se pasean por la tierra rodeados de granadas y los patos tienen cabezas de pez. El universo de Mari es así de vasto y extenso. Su imaginación parecería no tener un límite claro.

Una parte de la obra más reciente de esta artista se puede ver en Yo estuvo aquí, una exhibición organizada en el Centro Cultural Rojas por la Secretaría de Relaciones Institucionales, Cultura y Comunicación de la UBA. La curaduría de la muestra estuvo a cargo de Soledad Erdocia y reúne alrededor de 80 pinturas que cubren las paredes de la institución desde el piso y hasta el techo, como si se tratara de un museo del Siglo XIX. Esta decisión curatorial de cubrir todo el espacio con las pinturas de Lula Mari establece una relación con las imágenes que muestran esas obras. Lo que se ve en ellas también es una totalidad o un universo que cubre toda la superficie de la tela y absorbe a quien esté mirando esas imágenes. Enfrentarse a estas pinturas de esta artista es caer por el agujero del conejo que atrapó a Alicia.

Lula Mari nació en San Fernando en 1977. Su casa fue una casa rodeada de creatividad: padre fotógrafo, clases de arte para toda la familia, libros y música alrededor. Apenas entró a la adolescencia empezó a formarse como artista. Primero, cuando tenía 14 años, ganó una beca para poder estudiar en el taller de Hermenegildo Sabat. Su formación continuó en el taller de Alejandro Boim: a lo largo de 7 años viajó con sus dibujos, sus hojas, lápices y carpetas desde el conurbano para asistir a cada clase. Finalmente, pasó también por la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón y la clínica de obra de la artista Diana Aisenberg.

Todos estos años y experiencias de formación convirtieron a Mari en una pintora con un virtuosismo particular que pone al frente al claroscuro, revive imaginarios de otros siglos y que apuesta por una figuración exacerbada. Sobre su técnica, el curador e investigador Roberto Amigo escribió: “Si la antigua técnica artística ha perdido su combate frente a la tecnología, acabado el sueño reformista de la modernización, solo resta subsumirse a las posibilidades visuales de los nuevos soportes, al conceptualismo relacional o aceptar el desafío restauracionista de la pincelada medida, de la figuración literaria, de los géneros pictóricos, de la imitación de la naturaleza, del placer de poner color sobre un lienzo, de afirmar que una pintura puede adeudar más a otra pintura que a su tiempo. Lula Mari ha tomado esta última decisión estética”

El conjunto de obras que tiene su nueva exhibición en el Centro Cultural Rojas fue realizado en los últimos 15 años e incluye pinturas como “La pared de la abuela” –una producción que muestra unos platos colgados de una pared–, incluida en una serie iniciada en 2004 y titulada Una casa. Yo estuvo aquí funciona como un mapa para recorrer la obra de Mari y también esos otros mundos que aparecen en sus pinturas, lugares donde los monstruos se esconden bajo el agua, los animales tienen dos cabezas, los jarrones se rompen y las tortugas abandonan sus caparazones como si fueran caracoles.

Además, en el marco de esta exhibición, la artista va a volver a realizar otra vez sus “recitales de pintura”. Esto es una experiencia que busca redefinir el vínculo entre las obras y los espectadores: sobre un escenario un conjunto de pinturas se suceden una detrás de otra, colocadas sobre un atril y manipuladas cuidadosamente por Lula Mari. La artista decide cuánto tiempo queda cada obra en escena –aproximadamente 6 o 7 minutos– mientras el público las contempla desde sus butacas.

En palabras de la propia artista, un "recital de pinturas es un dispositivo creado para que la experiencia con la obra se despliegue. Se propone un giro en el modo de ver pintura, donde el tiempo, corrientemente vivido como accesorio al cuadro, pasa a formar parte de los términos de la pintura misma”. En total habrá cuatro funciones: los miércoles 17 y 24 de mayo a las 19 y los sábados 3 y 10 de junio a la misma hora.

Así, Yo estuvo aquí es una exhibición que muestra el universo de Lula Mari, pero también permite conocer lo que ella piensa de la pintura, de cómo mirarla y de cómo mostrarla. Se trata de una muestra que tiene en sus paredes un conjunto de telas, pero también el registro de la mente de una pintora que no se cansa de producir y mostrar un mundo propio. Como señala la curadora de la muestra, “Lula tiene una necesidad imperiosa de pintar y nunca deja de hacerlo. Si no lo hace, siente que algo le falta. Es como si esa necesidad estuviera por encima de los motivos, las paletas y las técnicas, algo entre el deseo y la entrega”.

Hay dos cosas que marcan el comienzo de Lula Mari como artista: Mick Jager y el delta. Aunque parezcan cosas inconexas, el frontman de los Rolling Stones y ese espacio geográfico marcaron una línea de partida para esta pintora.

“Revolviendo discos en mi casa me encuentro con uno de los Rolling Stones –cuenta Mari en diálogo con Radar– y me pasa algo muy adolescente con Mick Jagger, me agarró como una obsesión erótica por decirlo de alguna manera. Eso me hizo querer estudiar música así que empecé a tocar con un teclado que había en mi casa”. Sin embargo, el teclado le dio gusto a poco y quiso un piano, pero sus padres no le concedieron el capricho: “En mi casa me dijeron que practicara primero con lo que tenía y que si mejoraba me conseguían un piano”. El flechazo con la música se volvió demasiado tedioso para Mari y dejó atrás los pentagramas para ponerse a dibujar. “Era tal el fanatismo que tenía con Mick Jagger que un día dibujé hasta la parte de adentro de su boca y creo que ese día me convertí en artista porque fue el día en el que entendí cómo hacer un giro para mostrar el interior de una boca. A partir de ese momento entré a dibujar sin parar”.

Foto: Nora Lezano

Lo que siguió a eso fue participar en un concurso de dibujo que se hacía en el Unicenter y que organizaba una marca de lápices. En la mente de Mari, ir con un dibujo de Jagger era un pasaje al fracaso, así que decidió dibujar algo que reflejara la conciencia social que tenía en su adolescencia: “Lo que presenté fue un dibujo de una mujer boliviana cargando una bebé. Me acuerdo que lo saqué de una publicación de UNICEF, pero como no quería que los jueces del concurso me vieran dibujando desde una foto me lo aprendí de memoria”. Sin embargo, a pesar de la planificación, Mari no ganó el concurso. “Por participar de ese certamen también entrabas en un concurso para ir a Suiza a conocer la fábrica donde se hacían los lápices y también se sorteaba por una beca en el taller de Sabat. Mi hermana se ganó el viaje a Europa y yo nada, pero mi mamá consiguió una beca consuelo y ahí fue que empecé a formarme en ese taller”.

Sin embargo, el dibujo se apoderó de Mari cuando empezó su formación con el artista Alejandro Boim. Atrás quedaron los ejercicios para dibujar imágenes de Disney que proponían en la escuela de Sabat porque cuando llegó a las clases de Boim el punto de partida fueron otro tipo de imágenes, como fotos de Robert Mapplethorpe, el fotógrafo norteamericano.

El segundo elemento que configura la obra de esta artista es el delta y el borde del agua, las orillas. “Mi imaginación está enmarcada en ese espacio de la naturaleza por estar de chiquita con mis viejos en el delta, sentada en alguna orilla. Ellos fueron de los pioneros del delta, antes de que existiera todo lo que hay ahora. Siempre que estaba ahí me quedaba pensando o imaginando qué había debajo de ese agua marrón, de ese barro”. Ese misterio que notaba Mari en ese lugar después se trasladó a sus obras, incluso algunas de ellas muestran lo que hay debajo del agua. Por ejemplo, en una pintura de 2012 se puede ver a una persona sentada con el agua hasta el cuello. Esa misma persona tiene un brazo extendido con el cual acaricia una especie de bestia que parece un hipopótamo, pero con una boca redonda llena de dientes en punta. Sin embargo, ese animal está pintado de un tono que se camufla con el entorno: Mari muestra a la bestia, pero envuelta en un halo de misterio. Esta artista devela alguno de los misterios que hay debajo del agua, pero a la vez los oculta.

Con el correr de los años, ese paisaje fue ampliándose en la obra de esta pintora. No sólo los pantanos aparecen en su imágenes, sino también bosques, montañas y praderas. Incluso hay algunas escenas domésticas, es decir, sin un afuera natural. En Yo estuvo aquí se incluyen, por ejemplo, dos pinturas que muestran escenas de la vida cotidiana: una caja de huevos abierta al lado de un frasco pequeño y una pila de platos arriba de una mesa junto a unos cubiertos. Lo que une estas pinturas a las otras, con escenas completamente diferentes, es justamente la contemplación: de la misma manera que Mari veía de niña el agua con barro, también mira los objetos que tiene alrededor.

La combinación de todo esto, una obsesión por Jagger que la llevó a dibujar hasta el interior de su boca y su relación con la naturaleza, es lo que da origen a la pintura realista que Mari realiza porque aunque tenga animales “sobrenaturales” la obra de Lula mantiene una cuota de realismo. “Uno piensa que el realismo es eso que pasa durante la vigilia, pero todo lo que soñás, temés, proyectás para el futuro, lo que leíste, todo eso es parte de lo real, de la experiencia de lo vital –dice Mari–. Hay algo de la mutación, de un posible movimiento, que me interesa trabajar en la pintura y esos animales extraños que aparecen podrían ser imágenes de un futuro posible. Por eso no creo que sean animales fantasiosos o fantásticos. Lo que yo hago es un realismo de la incertidumbre”.

Todas las pinturas de Mari dejan sobre la superficie ese realismo de la incertidumbre. Es eso lo que genera una extrañeza en las imágenes que muestran estas obras, ya sea la de un chico que va sentado en el asiento de atrás de un auto o en el cuerpo de una mujer que se entrelaza con un pelícano. Lula Mari es una artista de la posibilidad, de eso que puede pasar pero sobre lo cual no tenemos ninguna certeza. Su obra hace explícita la incertidumbre del día a día. Y nada más realista que mostrar la ausencia de certezas.

Yo estuvo aquí puede pensarse como una gran instalación. La decisión curatorial de colocar la mayoría de las obras en una única pared, cubriendo todo, permite entrar a la obra de Lula Mari de una manera directa –y sin salida–. Hay una línea que se traza entre las pinturas, que las organiza y las une. Por momentos parecería ser una misma tela.

Pararse frente a la pared que tiene la mayoría de las obras es pararse frente a una cornisa y mirar hacia abajo: da vértigo y al mismo tiempo hipnotiza. Además, el montaje de esta exhibición crea una ilusión temporal, es decir, parecería ser que las pinturas ubicadas en el extremo izquierdo de la pared fueran el comienzo de algo y que las que están en la otra punta el final.

Hay 10 momentos claros en esta exhibición, cada uno armado por un conjunto de pinturas: a veces con dos obras, otras con 10. El primero comienza con un díptico ubicado al lado de la puerta de ingreso del Centro Cultural Rojas. Está compuesto con una pintura de 2023 titulada “Murciélagos” que, valga la redundancia, muestra a cinco murciélagos volando –por la manera en la que aparece en la pintura también podría ser el mismo, en diferentes momentos de su recorrido–, y la otra pintura de la dupla es de 2022 y muestra un paisaje onírico con cascadas, hecho en tonos amarillos –podría funcionar como la geografía donde está Rivendel, esa ciudad élfica creada por Tolkien en medio de cascadas y montañas–. Este primer momento, que no necesariamente tiene las obras más viejas, se enfrenta a la gran pared cubierta del piso al techo, que es donde se desarrollan la mayoría de los momentos restantes.

En la pared estilo museo del Siglo XIX el recorrido empieza con imágenes pintadas en tonos oscuros –negros, azules, verdes– y luego, a medida que se avanza por las más de 60 obras, esos colores se abandonan para dar pie a otros como el marrón, el rojo, el amarillo. Esta pared entera, esta forma de montar el conjunto de piezas genera que la obra de Mari cobre un sentido orgánico: cada tela es una parte de un ser vivo más grande. En este sentido el montaje transforma las pinturas en una instalación, en una única pieza creada de varias partes.

En las primeras obras de esta selección hay criaturas deformes o monstruosas que se esconden en los escenarios que pinta Mari. Sin embargo, en ningún momento parecerían ser bestias salvajes o violentas. Más bien son animales domesticados, mascotas tranquilas de personas que habitan esta otra dimensión que crea Mari. En esa otra dimensión hay elefantes pequeños con cuatro trompas y dientes deformes que viven debajo de las ropas de una mujer. También zorros que se dejan abrazar y cocodrilos que no muerden a una potencial víctima. En la obra de Lula Mari, las bestias son aliadas.

Sin embargo, estos seres desaparecen sobre el final de la pared y las bestias con múltiples narices o miles de dientes son reemplazados por animales comunes y corrientes. En las últimas obras de esta gran pared un pájaro es un pájaro y un insecto muerto es un insecto muerto. Es el color lo que va transformando las imágenes y los relatos que hay al interior de las pinturas. Es el color lo que organiza la disposición de las obras.

En el texto de Ezequiel Alemian que acompaña la muestra –creado apartir de diálogos con la artista– se dice: “El tiempo es como una serpiente que va cambiando de color. / El color es lo que da fluidez a una pintura / Los pintores pintan colores, después se arman los objetos. / ¿Qué está primero: la forma o la luz? / ¿Y qué es un color? / El color es luz”. Con este pasaje, Alemian sintetiza perfectamente lo que ocurre al enfrentarse a Yo estuvo aquí: por un lado, señala la ilusión temporal que general el montaje de las obras; por otro lado, da cuenta de cómo el color es un elemento central en la pintura de Mari, a tal punto que es lo que organiza una exhibición entera.

Con esta decisión, tanto la curadora como la artista logran abandonar “el tema” de la pintura para dejar en primer plano características formales de la obra. Ya no importa “el paisaje” o “la naturaleza” como tema, sino más bien la forma en la que Mari pinta, los colores que usa, las pinceladas que da. Esta es la forma en la que la ilusión del tiempo se hace presente: lo que en un comienzo es oscuro y extraño, sobre el final se vuelve claro y preciso. Aunque igual de perturbador.

Yo estuvo aquí de Lula Mari se puede visitar en el Centro Cultural Rojas (Avenida Corrientes 2038, Ciudad de Buenos Aires) de lunes a sábados de 10 a 20. La entrada es gratuita y la exhibición permanecerá hasta el 15 de junio.