La visita de Bill Evans a San Nicolás cifraba una película, y el director Mariano Galperín lo hizo posible con Bill 79. El estreno para las salas de Rosario podría ser esta semana. (De paso, ¿cuántas demoras e inconvenientes tiene que sortear una producción nacional para llegar a donde lógicamente debiera; esto es, a las salas de todo el país?).

Como se sabe, el paso primero y decisivo fue la crónica que Joaquín Sánchez Mariño publicó en La Nación en 2018, recopilada por Horacio Vargas en el libro Gente con Swing II (Homo Sapiens, 2020). Allí se narra desde una reconstrucción precisa y pluma admirable la más delirante de las presentaciones: Bill Evans, el pianista maestro del jazz, recala en San Nicolás en 1979 tras presentarse en Buenos Aires y Rosario. Vende pocas, poquísimas entradas, y comparte escenario con la elección de la Reina de la Primavera. El piano, además, afinado de urgencia, entre varias otras cuestiones –como la adicción a la heroína– que hacían de aquella historia un fresco de imágenes.

“La película no tiene nada que ver con una biopic, pero es una anécdota muy increíble. Y se basa en la presentación de San Nicolás porque es la más delirante de las opciones de todo lo que le puede pasar a un músico; bueno, a los músicos les pasan cosas delirantes, pero ésta lo es mucho más. Y además cierta”, comenta Mariano Galperín a Rosario/12. También fotógrafo, Galperín conoce un trazado profesional ligado al mundo de la música; como señala: “Empecé haciendo tapas de discos, como la de Tango de Charly García, de Fricción, de las Viudas; después me pasé un poco a los videoclips, con Charly, Soda Stereo, Alejandro Lerner, Juana Molina, mi amigo Daniel Melingo”. 1000 Boomerangs (1994), 100 Tragedias (junto a Sergio Bizzio, 2009), Todo lo que veo es mío (con Román Podolsky, 2017), son algunos de sus varios largometrajes. Allí, ahora, también el nombre de Bill Evans en Bill 79.

“Cuando salió la investigación de Joaquín Sánchez Mariño, que es muy profunda, al leerla se me iba transformando en una película alucinatoria, porque me daba cuenta que cada hito de lo que contaba era muy sensacional, muy imposible pero muy cierto; y si bien era el bajón absoluto, también era una historia muy entretenida. Fue así que agarré las boyas más importantes de la investigación y las fui cociendo para hacer un guion y transformarlo en película”, continúa.

-Siendo el personaje que es, ¿cuándo y cómo apareció el actor Diego Gentile?

-La técnica de la película empezó con el casting, así buscamos a todos los personajes y fue así cómo apareció Diego, que hizo un casting impresionante. Cuando lo vi no tuve dudas de que debía ser él. Si bien uno lo puede tener asociado a Relatos Salvajes, su personaje acá no tiene nada que ver con aquello, sino que es más downtempo, más profundo, más hacia adentro; además regado de drogas. Heroinómano durante mucho tiempo, Evans muere a los 51 años. Todo eso era un condimento que cada vez me lo hacía más interesante para contar en forma de película. Ensayamos con un coach, porque la película está hablada en inglés; Evans no podía hablar en español como tampoco en un inglés con acento, nunca se me pasó por la cabeza algo así. Como hay mucho material de audio de Evans –no me refiero a la música, sino a registros donde se lo escucha hablar–, allí uno puede reconocer sus tiempos, y con Diego escuchamos muchísimo esos audios. Evans era una persona muy introspectiva, y había que sacarle todo el jugo desde esa tranquilidad, para mostrar con pocos movimientos y acciones su mundo interior. Era el desafío que tenía Diego como actor. Por otro lado, hay que tener en cuenta que su visita ocurre durante la dictadura. Entre gente con bigotito y pelo corto, aparecieron estos cuatro astronautas de Nueva Jersey, con un estilo muy fuerte en su vestimenta y colores; todo eso le permitió a Diego refugiarse en ese lugar, tan chiquitito pero a la vez tan grande.

-Justamente, la película está atravesada por una atmósfera enrarecida, por un tono muy particular.

-Sí, tiene eso; y también algunos toques de humor medio delirantes, pero muchos eran totalmente ciertos. Además, Evans era alguien de un humor no cínico pero sí filoso y ácido. Más allá de su decadencia física, era un ídolo mundial, recontraconsagrado; y de pronto estuvo acá, caminando por las calles de San Nicolás. Eso hacía que todo fuera muy raro. Para colmo, el mismísimo día en que iba a tocar, le informan que tiene que hacerlo en el medio de la premiación de la Reina de la Primavera, por las pocas entradas que se habían vendido. Cuando su manager se lo comenta, él, que se había recorrido miles de kilómetros para llegar de Nueva Jersey hasta allí, dice algo que en realidad escribí yo, pero con mi conocimiento de los músicos siento que ellos piensan así; le dice: “A mí me es más fácil tocar que no tocar”.

-¡Gran frase! Resuelve la situación desde la idiosincrasia del personaje.

-Yo creo que sí, y que la cosa fue así. Si a un músico le ponés un piano enfrente, es todo. Además, me atrajo el contraste de estar en un escenario junto a un cartel que dice “Miss Primavera” y después de la presentación de un mago.

-Y con un brigadier en el jurado de premiación de la reina.

-Quise también meter un poco lo malo que estaba pasando en Argentina; que el juez del concurso de belleza fuera un brigadier tiene que ver con cosas que pasaban, cuando por todos lados había policías y militares ocupando puestos que nada tenían que ver con ellos.

-Se disfrutan los momentos donde evidentemente recreás situaciones, como el encuentro entre él y una de las concursantes.

-Fue por eso que al comienzo señalo que la película está “inspirada en hechos reales”, para que nadie se me enoje. Usé boyas reales pero con la libertad de imaginar una situación como ésa, así como cuando va a la casa de una abuela y come empanadas, incluso mirando una pelea de box, cuando eso es algo que ocurrió unos meses antes y no esa noche (se refiere al combate entre Víctor Galíndez y Mike Rossman, el 14 de abril de 1979; la presentación de Evans fue el 25 de septiembre); me interesaba hacer el caldo de la época y del momento, sin ser una estricta persona que mide las cosas con una regla.

-Finalmente, el empleo de la música.

-Fue algo que hablamos mucho con Diego Tuñón, de Babasónicos, encargado de la música de la película. Si bien nos decían “conozco a un pianista que toca al estilo de Evans”, la conclusión a la que llegamos fue que no sería ése el mejor homenaje, porque Evans hubo uno solo. Así que no tuvimos miedo de alejarnos un poco y hacer una música más cercana a la que le pasa por su cabeza que a la que irradia con sus manos sobre el teclado. Es su mente la que le da sonoridad a la película. Una cosa que descubrí y me encantó fue saber que era fanático de la música clásica rusa, y agregué toda una escena donde puse a Músorgski. Me di el placer de pensar, por supuesto que a pura imaginación, que la música que estaba poniendo en la película era la que de verdad le gustaba a Evans.