Santiago Giordano

Diego Fischerman, crítico musical y periodista de PáginaI12, teórico, docente y escritor, fue distinguido con el grado de Chevalier de l’ordre des Arts et des Lettres, una de las principales distinciones entre las cuatro órdenes ministeriales de la República Francesa. “Estoy muy conmovido por esta distinción y a la vez muy orgulloso”, destacó Fischerman. “Para todos los que de alguna manera nos interesa la cultura, Francia es una referencia fundamental. Cómo no pensar en el cine de la Nouvelle Vague, en André Malraux o más acá Pierre Lemaitre, en el jazz francés actual que es muy dinámico y particularmente interesante, en Pierre Boulez... La tradición francesa es muy fuerte y a todos nos marca, al punto que podríamos pensar que la idea de lo que llamamos cultura, incluso con todas su contradicciones, es francesa”, observó. 

La Orden de Caballero de las Artes y de las Letras de Francia reconoce a “las personas que se han distinguido por sus creaciones en el dominio artístico o literario o por la contribución que han aportado al esplendor de las artes y las letras en Francia y en el mundo”, y es una de las máximas distinciones en el universo de la cultura. Fischerman recibió la noticia a través de una carta encabezada por tres palabras: “Liberté, egalité, fraternité” y firmada por la ministra de Cultura y Comunicación francesa, Audrey Azoulay. Mientras conversa sobre esta distinción, el periodista repite varias veces la palabra “asombro”. “La escritura es un acto solitario y es difícil saber qué pasa con lo que uno escribe –dice–. De pronto te das cuenta de hay ecos de eso en otras partes y eso es sorprendente, como cuando me invitaron a dar clases a una universidad polaca, o a la Fundación Gabriel García Márquez para un Nuevo Periodismo Iberoamericano… sólo porque habían leído mis notas por Internet. En mi blog (<http://cuentosdelpescador.blogspot.com.ar/>) tengo entradas de Rusia o de Alaska. Cosas como estas no dejan de sorprenderme”.

Además de publicar regularmente sus notas en este diario y otros medios, Fischerman es autor de libros como Efecto Beethoven. Complejidad y valor en la música de tradición popular, Escrito sobre música o Después de la música. El siglo XX y más allá. A esta notable producción en el campo de la crítica musical acaba agregar otro título: El sonido de los sueños, editado por Debate. Se trata de una serie de ensayos, breves, consistentes y bien trazados. Como páginas de álbum para piano de algún compositor de la Generación Romántica o, mejor, como una zaga de relatos en los que nombres y sucesos animan un panorama movedizo de fondos y figuras, contrastes y continuidades. Son 43 ensayos que atraviesan tiempos y espacios de la música y sus circunstancias, entre el jazz, el tango y el rock –en particular el de los años 60-70– y lo que con poca precisión se suele llamar “música clásica”. “Son ensayos que nacen de ideas, apuntes, cosas en todo caso precarias que no llegan a tener la forma de un tratado”, explica el autor.  

Fischerman es de los periodistas que escriben en los diarios con la convicción de que finalizado el día la página escrita servirá para algo más que para envolver media docena de huevos o, en tiempos de abismos digitales, sobrevivir al vistazo fugaz en el fárrago de ofertas de una pantalla.  “Cuando escribo busco cierto equilibrio entre la información objetiva y el análisis, como para que el lector pueda relacionar cosas que no conoce con otras que sí, cuidándome de ciertos peligros del ‘datismo’: que una cosa no se convierta solo en datos porque muchas veces, cuando sacás esos datos, te quedás sin nada”, explica Fischerman. “Pienso en los artículos que Jorge Andrés escribía en la revista Análisis.  Su crónica del estreno de María de Buenos Aires, por ejemplo, es una escuela de periodismo: está la información, bien distribuida en los párrafos, pero también la reflexión, la proyección de ideas que hace que aún hoy tenga sentido leer esa crónica”.

 El momento en el que Billie Holiday se muerde el labio; las posibles coincidencias entre William Burroughs y Ornette Coleman; los paisajes de la voz de Tom Waits y ese tránsito del decir que Barthes llamó “el grano”; la invención del Oeste de Ennio Morricone; las vidas del jesuita Doménico  Zípoli; los sedimentos semánticos de Luciano Berio; la política del canon. Sandro y la marca del melodrama; el final sin final de Ginastera; la incompletud en Schubert y en Lennon; el jazz en el círculo polar y en Latinoamérica, en Ligeti y en El Congo. El folklore y la fundación del otro; el insomnio y las Variaciones Goldberg; María Elena Walsh y el mundo, Chet Baker y el tiempo,  Charles Mingus y los ancestros, Paul Desmond  y el Martini seco. La nocturnidad del Gato Barbieri y el puntillismo de Salgán. Spinetta. Estos son algunos de los abordajes de Fischerman, que desde la brevedad de lo que aparece como el núcleo temático de cada ensayo, logra notables desarrollos, en los que elabora una finísima forma de montaje que pone al texto en condiciones de dispararse en múltiples direcciones. Hay una especie de vocación biológica para articular organismos, construir sistemas, crear conexiones a veces sorprendentes, que interpelan desde otro lugar el hábito del buen melómano y desafían la impostura industrial de los géneros. 

   Lejos del énfasis pedagógico, cada historia despierta curiosidad dejando en claro que, al tratarse de música, una de las pocas formas de verdad posible, al final de cuentas, es la escucha.  “Los escritos sobre música en general funcionan con la música al lado. Si un texto sobre música no te contagia ganas de escuchar esa música, si no te la acerca de un modo distinto o no te ilumina desde algún otro lado, no sirve. Lo escrito debería funcionar como un casco de minero, que con su luz ilumina un pedacito. Una guía que muestra algo en parte, que al final de cuentas es apenas una representación, distante e imperfecta”, define Fischerman. 

Por la naturaleza del sonido y sus formas de organización en el tiempo, hablar o escribir sobre música es una operación de traslado de sentidos siempre riesgosa. Sin exagerar en metáforas, proporcionando datos y visión propia y con un logrado equilibrio entre lo técnico y lo sensible –entre la erudición y la pasión–, Fischerman logra elaborar un lenguaje directo y ameno sobre la complejidad de la música y sus relaciones.  “La música de la actualidad configura un universo complejo y vasto, que termina de definirse en la comparación. Cuando solo se conoce una cosa, cualquier definición resulta parcial.  También en música un género se define en relación a otros géneros, por eso es siempre importante poder atravesarlos”, concluye. 

Para entrar a otras músicas o para trazar otros recorridos y establecer otras relaciones sobre las ya conocidas, El sonido de los sueños propone un panorama posible, intenso y gustosamente desordenado. Como una tarde de discos compartidos.