Desde Barcelona

UNO Hubo un tiempo que fue hermoso y, aunque no era libre de verdad, Rodríguez si fue una cosa: gracioso. Rodríguez era muy bueno contando chistes. Después algo sucedió: perdió el don. Y pensó que lo suyo había evolucionado: porque entendía que el siguiente paso natural (después de todo contar chistes era contar) era poner todo eso por escrito, escribir un libro. Un libro divertido pero, también, profundo, como lo eran los mejores cómicos, los que más admiraba. Todos junto a un micrófono y frente a toda esa gente que a veces se reía y a veces no. Stand-up comedy. Y Rodríguez hasta tenía lo que pensaba era un gran título para esa novela: StanD. Y sería la historia de un tal Estanislao alias Stani alias Stan y finalmente Stand quien se dedicaría a eso, a contar chistes para así distraerse de una vida muy triste. Comedia y tragedia, sí. Pero, claro, el chiste es que Rodríguez nunca escribió ese libro. Y que, en algún momento --tal vez por haberse dedicado a escribir slogans y jingles pretendidamente ingeniosos-- Rodríguez perdió la gracia.

DOS O tal vez haya sido que la gracia perdió a Rodríguez. Lo que no quita el que Rodríguez haya perdido el interés en el asunto. Siempre le interesaron los stand-up comedians de su patria. Gila, por supuesto. Y Eugenio. Y toda esa camada de los últimos tiempos que no tienen ningún talento pero aún así siguen en lo suyo. Y todos esos especiales de Ricky Gervais y Dave Chapelle y John Mulaney y Norm Macdonald y (no exactamente una comediante pero algo muy parecido) Fran Lebowitz. Y, por supuesto, las sitcoms con protagonistas que, además, son stand-up comedians y que se ocupan de todo lo que hacen cuando no están en la obligación de ser graciosos pero sin poder evitar serlo: Seinfeld y Louie y ese docu-acercamiento al asunto que es Comedians in Car Drinking Coffee. Y también vio varias veces esas películas que tratan sobre el verdadero oficio más antiguo del mundo: hacer reír. Películas como Punchline (con la insoportable Sally Field y acaso la mejor actuación del primer Tom Hanks), Mr. Saturday Night (con Billy Cristal) o Funny People (con Adam Sandler) en la que los cómicos suelen ser personas bastante disfuncionales. Y Rodríguez también leyó Sick in the Head y Sicker in the Head donde Judd Apatow conversa con los mejores de ese género literario norteamericano al igual que la novela y el cuento y el poema.

TRES Y a Rodríguez ya lo tiene un poco cansadito lo de la nueva edad de oro de la tv y del que si Shakespeare y Austen y Dickens hoy estuviesen vivos escribirían para HBO. De acuerdo: Rodríguez respeta a Alan "Six Feet Under" Ball y David "The Sopranos" Chase y Vince "Breaking Bad" Gilligan y David "The Wire" Simon y J J "Lost" Abrams y Josh "Firefly" Whedon y Ryan "American Horror Story" Murphy y... Pero tampoco exageremos. Lo que no sabía Rodríguez era quién era y lo que había hecho Amy Sherman-Palladino. Y --bendita sea, llena es de gracia-- lo que hizo y acaba de terminar de hacer Amy Sherman-Palladino (con su marido Daniel Palladino) es The Marvelous Mrs. Maisel.

CUATRO Y el misterio es cómo se le pasaron a Rodríguez las cinco temporadas de esta serie que terminó el viernes pasado (no es algo tan misterioso, porque tampoco vio ni un solo episodio del otro hit palladinesco: Gilmore Girls, así que Rodríguez ahora tiene por delante algo que quedó detrás para muchos y, sí, la vida es hermosa). Y, aquí también, la felicidad es que así haya sido: porque entonces Rodríguez pudo ver a The Marvelous Mrs. Maisel como si leyera un libro (cruza de Mordecai Richler con Anne Tyler) a lo largo de apenas una semana y no de años. Y ser tan pero tan feliz. La historia de una joven comediante por accidente que se convierta en maestra magistral del oficio y de eso que se conoce como observational comedy pero a ritmo de screwball comedy. Y Rodríguez supo de ella a partir de algo que escribió Laura Fernández, una de sus escritoras favoritas: la autora de ese monumento narrativo que debería ser ya netflixada y que es --como Mrs. Maisel-- tan divertida como melancólica: La señora Potter no es exactamente Santa Claus. Y The Marvelous Mrs. Maisel no es exactamente una serie que cuenta la vida de una stand-up comedian. O sí lo es: pero también es tantas otras cosas. Comedia de costumbres (judías). Estudio a fondo (¡Susie Myerson! ¡Sophie Lennon!) de la amistad/enemistad entre mujeres. Y, ah, esos personajes instantáneamente inolvidables (ese principesco elenco principal y esos, todos, secundarios de primera, y esos invitados de luxe). Y esa familia en la que, en verdad, todos son comediantes aunque no lo sepan. Y esa preciosa a la vez que fiel reconstrucción de época --los '50s y los '60s-- que parece algo entre Tintín y Wes Anderson más una pizca del histerismo histórico-enciclopédico-maníaco-referencial de Forrest Gump. Y esa New York (ese Upper West Side, ese Greenwich Village y ese Village Voice y ese Gaslight Café, y esa modista 7th Ave., y ese Chinatown, ese Harlem y su Apollo, y ese Broadway, y esa tienda por departamentos y esos night-clubs y cafeterías y esos estudios de tv) y esos Catskills y esa Miami y sus hoteles y esa París y sus buhardillas y esa Oklahoma y esa Las Vegas y esa Coney Island... Y todo eso en un "glorioso Technicolor". Y esos cocktails y esos cigarrillos. Y esos Jackson Pollock y Phyliss Diller y de Johnny Mathis y de Hugh Hefner y Johnny Carson y Sue Menger alternativos. Y esos tan auténticos Lenny Bruce (formidable) y Moms Mabley y Jackie Kennedy y Jane Jacobs y la princesa Margaret. Y esos vestidos y sombreros que a Rodríguez casi le hacen desear ser mujer para poder ponérselos (pero enseguida se le pasa cuando comprende que él jamás podría comprarse vestidos y sombreros así). Y esa manera tan ligeramente profunda de tratar asuntos como el racismo y la homosexualidad y la caza de brujas. Y esos espectaculares números musicales. Y --por encima de todo-- esos micrófonos y monólogos y esos diálogos y esas llamadas telefónicas y esos one-liners y esas punchlines como de los tiempos en los que todos hablaban a toda velocidad (menos James Stewart) y las hiperkinéticas Katherine Hepburn y Lucille Ball entraban y salían por puertas (y ventanas y escaleras de incendio) tan bien aceitadas y, sí, más Mad Women que Mad Men.

 

CINCO Ahora es domingo de elecciones autonómicas-municipales y Rodríguez se levanta temprano y --tits up-- va a votar a los variados pero siempre iguales y repetitivos bromistas pesados y (des)graciados payasos de costumbre con sus chistes más podridos que verdes. Cumplido su deber ciudadano, Rodríguez regresa a casa y vuelve a meterse en su pijama y va a pasar el día viendo la quinta y última temporada de The Marvelous Mrs. Maisel. A la noche, Rodríguez hará una breve pausa para enterarse de los resultados: punchline sin punch ni remate y demasiados de remate y rematados. Después, enseguida, más Mrs. Maisel hasta el último episodio. Y algo le dice a Rodríguez que, a la hora final del final, soltará alguna lágrima. Pero mejor llorar por algo que vale la pena aunque termine que seguir --tits down-- llorando por algo que sigue y que es el cuento (y no el chiste) de nunca acabar. Y con el que no se ríen con él sino de él.