En Via dei Serpenti, desde la colina de adoquines, asoma un cuerpo bengalí vendiendo paraguas. Ahí entendí porque la famosa frase “todos los caminos conducen a Roma”. Debe ser por aquellos ejercicios espirituales del saber comprar y aprender a vender en la calle, para saber argumentar todo con profundidad y picardía.

Los ojos negros del hombre en cuestión me proponen la literatura de su pueblo, en constante divinidad con ese comercio servicial de sus ancestros.

La lluvia en Roma me impide seguir caminado con mi hijo y pedirle un umbrella es la excusa ideal para seguir el camino de aprendizaje, en esas historias que tienen mucho pasado.

El racimo de paraguas multicolores colgados en una mano compite con la segunda propuesta, que son los brazos para las selfies turísticas.

Innecesariamente me pongo a la defensiva, por si acaso sucede un imprevisto cuando quiera pagarle. De pronto, el hombre baja la mirada hacia mi pequeño compañero y le dice, en una mezcla de italiano que emigró de Bangladesh: --No te enojes con tu pasado cuando seas adulto. Quien no sabe agradecer hacia atrás, jamás podrá resolver su propia historia--.

Ese episodio fue como un arpegio en el sitar de Ravi Shankar. Luego, mientras circulábamos por Vía Cavour hacia el barrio Monti, dejó de llover y sentimos en el cuerpo una especie de cambio climático de la felicidad. Sensación que veníamos tratando de atrapar por esa alegría incontenible de ser libres en una garúa de la ciudad eterna.

Lo etéreo de ese instante, que despertó la mirada de ese hombre del pasado divino, vendiendo objetos de futuros pasajeros, nos contagió ese tercer ojo para conectar con el ahora y el destino imprevisible de la armonía.

Son los momentos en los que un occidental quiere meter en un frasco todo lo nuevo de la realidad ampliada, al mejor estilo Andy Warhol.

Mas tarde salió el sol, y en el intervalo de un picadito con penales, que pudimos jugar en el parque de la Galleria Borghese, se generó ese silencio que me hizo pensar en la herencia sanguínea y los dolores que nos anteceden. Me refiero a eso que queda en nuestras espaldas al nacer, como si fuese el impuesto para arrancar a vivir en este planeta.

Desde el primer suspiro de un bebé, la magia siempre es liberase de los mandatos que se parecen a un deshielo que transforma los desiertos en mares de nuevas vidas con nuestros proyectos.

Sucede, que la fuerza del pasado sin resolver siempre nos atrapa como un imán y nos invita a volver a los moldes tradicionales de nuestros ancestros.

Lo que llaman “Karma” en el alma Zen es un negocio de Ciudadela, que conocí gracias a un rasta de Hurlingham, que vuelve sin ser otro que aquel que dejamos de tratar hace 25 años. Su discurso es pacífico pero su resentimiento dice no estar en armonía con el universo. Por eso las épocas se subordinan al orden astral y siempre se hacen visibles las quejas de lo que no pudo ser, como aquel radio pasacassette sin bluetooth.

Saber absorber y administrar esos movimientos puede ser la clave para adaptar el resorte de un estado de armonía en la imperfección de los cambios.

Casualmente escuché, en el taller de recambio de amortiguadores, algo que parece un detalle costumbrista con un dato revelador.

Me refiero al secreto que se esconde en la fosa de un taller en Monte Grande.

Lo escribió un experimentado reparador de elásticos de colectivo cuando decidió salir de su oficio para romper la regla y vender amortiguadores hidráulicos. --Una carga que no podemos resolver, puede ser un resorte que sublime el dolor del repuesto--.

Desde ahí la dirección hidráulica me llevó a salir de nuestra propia historia y escribir una nueva, con identidad propia.

De pronto, innecesariamente y sin motivo me detuve a recordar el Mercado San Miguel de Madrid, donde se mezcla la tradición y la costumbre turista.

Pero escapo de ese tapeo de ayer y de hoy, para abrazar un viejo sifón de soda del barrio de Flores.

Esas imágenes me despertaron una emoción que tiene más de legado que de una aplicación en el Store. Se trata de identificar todo lo que tenemos en la galería de recuerdos que conviven con nuestras posibles vidas.

A veces, se impone el afán de cumplir el sueño de la vida feliz, en el mercado de los gigas de las nuevas memorias, y entran de pronto fotos y videos de vidas pasadas.

El mapa que se nos traza desde lo religioso en la infancia, nos condiciona a ser felices con el cuentito que nos armaron o nos armamos a nosotros mismos.

A eso me refiero cuando uno realiza una búsqueda y aparecen todas las memorias como una lluvia de papelitos en el mundial ´78 queriendo construir la felicidad de telenovela.

Allí entra en escena la vedette y primera estrella. Me refiero a que la tecnología hace lo suyo para ganar toda la gama de vidas felices posibles y exaltar el cuento de la vida perfecta.

Te mando una foto por chat o te recuerdo que estoy, con solo mirar el estado de WhatsApp. Y así todo va construyendo una relación en tiempos modernos para el vacío de una vida que siempre nos conduce a lo mismo, cumplir o escapar de los legados para ser feliz en un cuento de hadas.

Finalizaba el paseo, y ya bajando el sol llegaba al final de la vía Gigliotti, en cercanías de Roma Termini, cuando se apareció un hombre con el sticker de un ojo en el medio de la frente y acento caribeño. Decía ser profesor de yoga y conectar con antepasados. Notablemente cansado de vender su servicio en la vereda, me dijo por lo bajo justificando su visible hábito de picaflor: --El amor es un sentimiento eterno--. Y mientras ofrecía su libro sobre vidas pasadas, continuó intentando excusarse sobre su historia pirata de infidelidad crónica: --Siempre fui hombre de la misma mujer, lo único que cambio fue su cuerpo--.