Las democracias fueron siempre contradictorias y de distintos nombres. De hecho, salvo las teocracias islámicas el resto del mundo se autodenomina democrático. Con distintos nombres: parlamentaria, orgánica, popular, monárquica, etc, en todos los casos se confirma que desde su origen griego la democracia está constituida por un Poder que en última instancia interviene con su fuerza en la sociedad.

Es el Kratos, en la etimología del término, lo que señala que siempre existe una fuerza exterior, una violencia que se impone sin otro fundamento que imponer la obediencia.

Por ello, nunca existió una democracia pura, sin aporías, una democracia absoluta que no estuviera contaminada con cierta violencia inextirpable que demuestra que en el sistema democrático no todo es democrático. Siempre, con distinta intensidad y distintos nombres, según los países, existen excepciones violentas a la norma democrática.

El capitalismo contemporáneo, bajo su modo neoliberal, ha potenciado al máximo esas excepciones a la regla democrática. Su despliegue se apropia de un modo circular y repetitivo de todos los confines de la realidad humana, incluyendo algunas (no todas) zonas íntimas de los seres hablantes, mortales y sexuados .

Estando la democracia tan intervenida y emplazada por el Capital cabría no defenderla más, e ingresar a una suerte de éxodo privilegiando la vida personal y siendo indiferente a la politica y entregarse a diversas exploraciones de la propia existencia.

Pero esta posición es catastrófica, la indiferencia a la política conlleva a la larga a una renuncia al deseo. Si existe algo subversivo en el deseo es el no conformarse con "lo que hay", ni tampoco permanecer a la espera de un porvenir mejor. La auténtica transformación surge de trabajar con lo que hay en el punto de partida para llevarlo a otro lugar. Gracias a que la democracia no puede clausurarse del todo, salvo en el estado de excepción total de la Dictadura, la apuesta por un proyecto transformador puede tener lugar.

Actualmente el capitalismo ha logrado a nivel mundial la apropiación de la realidad política, social y subjetiva. Se trata de la presencia de un nuevo neofascismo que intentaría en el interior de la democracia misma generar su propia destrucción.

Hoy en día el imperativo político mayor es frenar a la ultraderecha en su aceleración neoliberal. Los candidatos en danza deben ser propuestos por su capacidad de echar un freno de mano en este cambio civilizatorio que proponen las ultraderechas zombies.

Por supuesto que a la derecha-ultraderecha no se la frena con más derecha, por tibia y moderada que parezca.

Más bien, se trata ahora más que nunca de proponer un gran proyecto democrático donde en su interior puedan existir distintas praxis militantes de autogobierno y soberanía popular.