Con excepción del cambio de nombre en el Frente de Todos, el cierre para inscribir alianzas no dejó novedad alguna por fuera de pullas de segundo orden. Como si hiciera falta ratificarlo, el país vive una situación electoralmente inédita desde su recupero democrático.

Si vamos más cerca, de 2000 a 2003 también se presentaron incógnitas. Se despejaron cuando, a la sazón, kirchnerismo primero y macrismo después fueron las designaciones adquiridas por las dos potencias que surgieron hacia mediados del siglo pasado: peronismo y antiperonismo, con sus derivados circunstanciales.

Hoy, la fuerza antiperonista tiene considerables divisiones de personalismo; pero su esencia está intacta. En cambio, es un interrogante enorme qué acontecerá en la fibra contraria. ¿De qué hablaremos cuando hablemos de peronismo? ¿A qué intereses representará? ¿Tendría de nuevo una deriva neoliberal? ¿Una “nacional y popular”? ¿Un mix “desarrollista”, mediante el cual se distribuiría cómo?

La moralina con que tantos se indignan al prevalecer la pelea por los cargos es comprensible. Sin embargo, y sin que sirva de consuelo, es igual en todas partes cuando se acercan instancias decisivas.

En política no existen los lechos de rosas. Mucho menos cuando hay comicios presidenciales de por medio. Y menos que menos si se trata de países complejos, como éste, debido al suceder histórico, extensión geográfica, características económicas, tipos de liderazgo, poderíos en pugna y otros factores de magnitud semejante.

El problema puntual del caso argentino es que, a través de los nombres circulantes en las dos ¿coaliciones? principales y de las probables o inevitables mixturas entre ellos, no queda claro sobre qué están discutiendo en materia de diferencias ideológicas profundas. En consecuencia, es forzoso que chicanas, minucias y hasta agresiones o insidias personales ocupen el primer lugar.

Las cosas son más complicadas todavía en Unión por la Patria, que nació enrevesada, a tono con un embarazo de tres años y pico plagado de daños autoinfligidos, precisamente porque se le dificulta justificar o explicar cómo es que lo que separa es más fuerte que lo que une.

En principio, son razones operativas de resolución dificilísima en lo electoral.

Cristina, en Río Gallegos, volvió a apuntar con toda razón que el Fondo Monetario nos tiene con la pistola en la cabeza. Por obra y gracia de Macri, desde ya. Eso es objetivo. Entra en la subjetividad si se pudo arreglar mejor o si sólo era cuestión de evitar una corrida financiera terminal para volver a sentarse, inexorablemente, a la primera de cambio.

CFK ya estará cansada de repetir que ése es un drama nodal de la Argentina, y que para superarlo se requiere un acuerdo con la oposición no delirada.

Pero el detalle tremebundo es que el gatillo de la pistola ésa podría ser accionado no a mediano plazo, sino ahora mismo o entre julio/agosto y octubre si el FMI no desembolsa adelantos que incluyan sus dólares para evitar cualquier desestabilización cambiaria. Y ni siquiera es todo: se pretende que, a cambio, el Fondo no exija devaluación. Hasta hoy, el tan comprensivo Joe Biden no estaría logrando que el board del organismo se conmueva.

Entonces, y aun suponiendo que nuestros estrambóticos índices inflacionarios ingresaran a descenso de décimas, ¿cómo se hace para decidir en los próximos días si Sergio Massa debe ingresar a cabeza de la fórmula presidencial? Y si la decisión fuese positiva, ¿cómo logra UP que el núcleo duro kirchnerista se entusiasme con una figura reactiva, además, para grandes porciones del peronismo y del progresismo en general? ¿La sola bendición de Cristina, con quien Massa viene acordando palmo a palmo, bastaría para conseguirlo? ¿Massa aseguraría voto “centrista” si enfrente va Larreta, o únicamente -y quizás- si la contienda es con Bullrich (o con Milei, a quien la gran mayoría de los analistas se apresura a mostrar deshilachado por elecciones provinciales que no deben ser extrapoladas)?

Massa es un animal político, juega fuerte y su ambición de poder, que es condición indispensable, resulta la más grande de UP. Podría arriesgarse que Cristina lo tiene bien claro, y que como pragmática que es no titubearía en apoyarlo. Pero el costo es altísimo y se entiende la duda, al margen de lo que suceda con el Fondo: un Massa candidato a Presidente implica renunciar al capital simbólico de la combatividad.

El problema, en teoría, puede tener eventual solución si Axel Kicillof acepta trasladarse a la boleta nacional, a regañadientes y sólo si CFK se lo pide. Pero en esa hipótesis aparecen dos inmensos inconvenientes sustitutos: el gobernador no es garantía más allá del voto K, y encima La Provincia quedaría desprotegida.

El consenso interno sobre Wado de Pedro, quien encariña y que también se mueve articulando hacia “el centro” con sindicalistas y actores económicos, es el mismo que inquiere si tiene volumen político para cargarse una candidatura presidencial.

Daniel Scioli y su tropa deberán arreglárselas, por empezar, para constituir aparato (y plata, mucha plata) por las suyas. Si no se baja, como todo indicaría, ¿esos votos se trasladan a Massa, su profundo enemigo íntimo, o a una opción kirchnerista pura?

Vaya con el intríngulis. Si el candidato es exclusivamente K no alcanza ni por asomo. Y si las combinaciones redundan en Wado, Massa, Scioli, un Manzur agregado o símil para dibujar “federalismo” (ese mito analítico del poder de los gobernadores), ¿de cuáles diferencias ideológicas están hablando?

Los cambiemitas, según se comprueba todos los días, tienen lo suyo. Pero el final del camino los encontrará sin distancias insalvables.

Las conjeturas que envuelven a sus pujas, que en definitiva son asuntos de negocios, consisten en una guerra de fuegos artificiales no porque los egos no pongan en riesgo su imagen pasajera, sino porque no tendrán más que coincidir a la hora de los bifes.

Frente a un balotaje, o antes, la potencia del antiperonismo forzará que se trasmuten sus votos sin mayores incertidumbres.

¿Acaso los votantes de Larreta, en porcentaje determinante, dudarían en mudarse a Bullrich si es para impedir que un peronista continúe al mando? ¿O viceversa?

¿En serio cree eso la patria encuestológica, que vive de promocionarse de canal en canal y de señal en señal con sus aires de relevamientos telefónicos u on line?

Si no es un Schiaretti sumado ahora será más tarde, para ponerlo en términos de la novela reciente.

Si no es el Milei que no llegaría ahora porque se asustará de sí mismo, será más adelante. Acaba de adelantarlo la Comandante Pato (quien también se cargará las ínfulas del políticamente extinguido Mauricio Macri), no porque desprecie los votos del personaje -al contrario- sino en función de que los cooptará.

Si no son los radicales ahora en algún rol renovadamente patético (el dictadorzuelo Gerardo Morales que ya cerró con Larreta, o el evolucionado Lousteau que ya hizo otro tanto por debajo de la mesa contra el primo Jorge), será un poco después. Con Larreta o con Bullrich.

Todo merecería ser puesto en potencial, claro. Pero si las respuestas no aparecen cristalinas, sí lo son cuando las preguntas marcan un rumbo de derechas.

Luego, están las candidaturas testimoniales que solamente perjudicarían a Unión por la Patria. Los cambiemitas casi no tienen y, para reiterar, en las grandes ligas se juntarán por espanto contra el peronismo. El enfrentamiento a lo bestia entre Carolina Losada y Maximiliano Pullaro en Santa Fe, por ejemplo. En lo electoral de la coyuntura, no se sabe cómo termina. En lo político, acaba en los votos de la unidad antiperonista.

Al revés, algunos mínimos puntitos de Juan Grabois, y hasta de Guillermo Moreno, serían capaces de restar a una UP a la que no le sobra nada. En el primer caso, si va Massa de candidato a cabeza o en posición expectante. En el segundo, perque me piace a través del peronómetro de las almas bellas.

Del discurso de Cristina, en Río Gallegos, no es eficiente tomar sus alusiones a un Presidente decorativo o rival. Ni la mención de que, desde su propia fuerza, amenazaron con ir al Partido Judicial después de todo lo que esa lacra le hizo.

La clave debería ser su frase acerca de que, “cuando uno tiene responsabilidades de Gobierno, la responsabilidad es gobernar y que haya la menor conflictividad”.

Aun concediendo que le toca una parte de por qué no se percibe dirección hacia las necesidades populares, siendo que, le guste o no, ella intervino decisoriamente en el armado del perimido Frente de Todos, subraya lo que el oficialismo está olvidándose.

Que todavía gobierna.