En el célebre microrrelato del gran escritor Augusto Monterroso (Tegucigalpa, 1921- Ciudad de México, 2003), las siete palabras que lo componen -“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”-, ligan de un vistazo el pasado más remoto imaginable con el presente de quien lee, para que la ficción genere inmediatamente un puente y desde allí, a pesar de que el microrrelato llega a su fin, todo un mundo se ponga en funcionamiento en la cabeza del lector.

En el autotexto que Pablo La Padula (Bs.As, 1966) presenta para su muestra “Trans Humo”, también tiende un puente instantáneo con los primeros homínidos, y luego con sus pinturas rupestres. El sujeto de la escritura, en el texto de La Padula, es el propio artista, que cuenta su arte cavernario, con el uso del fuego y el humo; “Intuyo que la huella del humo del hoy -escribe-, es de alguna forma un eco de lo rupestre del ayer, y que lo orgánico de aquella caverna fosforece aun en la penumbra de un geométrico espacio contemporáneo”.

La Padula es además doctor en Ciencias Biológicas de la UBA y a partir de allí toma cuerpo la ficción científica que funciona como hilo conductor de la exposición.

En palabras del curador de la muestra, el artista Eduardo Stupía: “Probablemente la ciencia sepa cómo era aquel primer ser humano, el homínido, cuando faltaban miles de años para que se lo pudiera llamar ser humano. En su texto introductorio, Pablo La Padula, científico y artista, le otorga a ese remotísimo congénere, conjetural y poéticamente, una voz, una conciencia y un punto de vista y lo hace hablar en una primera persona que, en pocos párrafos, hace confluir aquella incógnita figura con la de éste autor en tiempo presente. Ese somero ejercicio discursivo opera como umbral de acceso, y también como poderoso síntesis conceptual no sólo de esta muestra, sino del conjunto de toda la obra de La Padula, desarrollada a lo largo de veinte años y en diversos formatos y soportes.”

El artista en sus obras atrapa el humo y contiene sus efectos en una serie de tramas geométricas que en conjunto trazan ritmos, colores, texturas, formas, repeticiones, contrastes y degradés negros-grises-blancos.

También construye sistemas, como un “Cubo alquímico” (instalación de objetos de vidrio con humo), o un políptico compuesto por quince cuadros de humo de pequeño formato y ocho instalaciones de objetos trabajados con humo y pigmento.

En la construcción de cada sistema y en el conjunto de la muestra como sistema, aparece el principio constructivo de la “dispositio”, que para los poetas latinos era la llave del texto; y que luego diversas corrientes de la crítica extendieron y traspolaron el concepto a las artes visuales (entre otras). La disposición y ordenamiento de los elementos en la hoja, en el plano o en el espacio, como clave a partir de la cual se puede generar una obra, una serie y un sistema.

En este caso se logra el efecto de caverna contemporánea, a través de la densidad sistémica de formas (de vida) hipotéticas, tan remotas como presentes.

En la exposición de Daniel Joglar (Mar del Plata, 1966), el visitante se sumerge en una atmósfera suspendida y exquisita, que se complementa y contrasta con la muestra de La Padula (a su vez curador de la de Joglar). Si bien ambas exhiben gran rigor y precisión, aquí la condición poética parece constitutiva.

En el mundo flotante que propone Joglar, la levedad poética se contagia de a poco: “Me gusta pensar que una obra es una invitación a un estado -dice el artista-. Quisiera que quien se relaciona de alguna manera con las obras no se sienta anclado a algo específico. Y que se genere la posibilidad de un cambio de estado, de un cambio de clima. Como si la obra fuese ese contacto, un corrimiento hacia otro aire, hacia un lugar para descansar”.

Se produce entonces una relación posible con las ideas subyacentes a la corriente de grabado japonés Ukiyo-e (que se traduce como “mundo flotante”) que en una de sus etapas remite a un mundo “efímero, fugaz o transitorio”, y al arte como contrapartida del ruido, el dolor y los padecimientos del mundo. Lo bello y placentero son motivos para ingresar a un nuevo estado.

El curador enumera “ciertos objetos primordiales, los cotidianos, los más simples y sensibles a la percepción: cuerdas, aros, átomos, tensores, líneas, esferas, puntos, planos y colores y la geometría en el espacio… “, para luego concluir que “Daniel Joglar busca en la mínima unidad funcional de lo cotidiano una poética de lo simple, bello y verdadero”.

En el segundo subsuelo la muestra de Joglar continúa y allí reaparece el principio constructivo de la dispoisición, en la obra central de la sala, una instalación de seis por seis metros, conformada por resmas de papel colocadas con una delicadeza que invita a perderse, por ejemplo, en las mil historias posibles que podrían sucederse en aquellos papeles en blanco.

El título de esta instalación (“After Pangea”) remite circularmente a la prehistoria, citando el supercontinente que abarcaba a todo territorio emergente del planeta, del que luego se desprendieron los continentes.

* En el Museo de Arte Contemporáneo de Buenos Aires, San Juan 328, hasta el 15 de octubre.