"Cada loco con su tema."
Refrán popular

Quiero comenzar pidiéndoles falsas disculpas a quienes se sientan aludidos/as en esta nota, ya que no se refiere a personas en particular, sino a conductas, estructuras, ideas. Y pedirles disculpas en serio a los/as psicoanalistas en serio, ya que me voy a meter en un terreno que solamente conozco a través de mis más de tres décadas, no al pie del diván, sino sentado o recostado en él, y muy agradecido por ello.

En 1980 era yo un joven neurótico, ya preocupado por la salud mental propia y ajena (si no hubiera estado preocupado, no habría sido un buen neurótico), y como jamás creí en que haya gente “sana”, mis primeros palotes psicoanalíticos (en el diván y en la Facultad de Medicina) me hacían pensar que había tres clases de personas: los neuróticos, que negocian con la realidad y el deseo; los psicóticos, que niegan la realidad y van por el deseo inmediato, sin la menor posibilidad de postergación; y los perversos, que reniegan, o sea: "para los demás vale la realidad, para mí vale el deseo", "esto está muy mal si lo hace otro; si lo hago yo, está muy bien".

Creía que el clásico de los clásicos, el Boca-River de la mente, era “Neurosis versus Psicosis”. Perversión era el referí que sacaba tarjetas rojas o amarillas según le conviniera.

También pensaba que, más allá de las estructuras profundas, nadie es neurótico o psicótico tooodo el tiempo, y que todos, cada uno a su manera, tienen una negociación “dinámica”, en movimiento, entre el deseo y la realidad, donde a veces se impone la realidad, aunque uno la niegue, o el deseo, que puede llenarnos de culpa aunque nos encante.

Ahí se me apareció otro tipo de categorías, “lo creativo” (que tiene en cuenta lo singular y desde allí mira lo colectivo) y "lo alienado” o “en-ajenado” (que repite, imitando sin saber por qué, el discurso hegemónico –aunque los hegemónicos sean tres personas en un grupo de cuatro– por carecer de, o por no animarse a conectar con, uno propio, singular).

La falta de límites amorosos, o la existencia de límites sádicos, puede contribuir a que creamos que los límites no existen, o que son terribles siempre. Sé que hay quien puede no estar de acuerdo, pero personalmente creo que la falta de límites es falta de amor. Lo dije y lo banco. La falta de cierta “función paterna” –límites amorosos que puede poner un varón, una mujer, una institución; pues me refiero a la función– es, a mi entender, una “fábrica de psicosis”.

Y las conductas alienadas son como cuando los equipos de fútbol “no dependen de sí mismos” para clasificarse, o para salir campeones: perdemos el control de la situación y puede pasar cualquier cosa. Y pasa cualquier cosa cuando no tenemos un límite amoroso que nos diga "esto no, pero esto otro sí”. Si tienen dudas, pregúntenle a Edipo, a Hamlet o a su propio psicoanalista.

El psicoanálisis se las ha arreglado bastante bien con la neurosis, diría que tiene un efecto “elaborador” de la angustia, típica del neurótico. Pero la psicosis requiere otro tipo de trato, y para eso reservo la palabra “sanación”, que no forma parte de mi vocabulario habitual, pero me parece adecuada hoy.

¿Cómo mostrarle a alguien que su conducta es psicótica, y que en general lo único que trae es destrucción, propia y ajena, cuando, a esa persona, la falta de límites amorosos la ha llevado al odio o a la indiferencia? A mi gusto, el único camino es apelar a su matiz –su costadito– neurótico, ofreciéndole límites amorosos, realidades que, sin ser “ideales”, le sean soportables, vivibles y, finalmente, superables. Y ser coherente y consecuente en ello.

Pero del otro lado hay quien quiere reafirmarle sus temores/terrores/odios proponiéndole “destruir todo”, sin decirle, o diciéndole, que él/ella misma caerá en el intento:

–¿Qué te importa perder derechos si ya no los tenés? –le soplaría al oído ese que suele ser quien le quita “el derecho al derecho”. Y, además, le mostraría a quienes sí los ejercen como “competencia”, “casta” o “privilegiados”. Y tendría espacio para hacerlo, cuando del otro lado no tratan de acercarlo a ese derecho que en verdad tiene pero no le permiten ejercer.

Finalmente, desde una perspectiva neurótica, me imagino a un J. Mipropialey ficticio, también neurótico, diciéndole esto a su psicoanalista (imaginario):

–¡Me siento muy mal, licenciado, ya no sé qué carajo hacer para perder las elecciones! ¡No, licenciado, no es que no me guste ganar; el problema es que si ganás, después tenés que gobernar, y ahí se me acabó el chiste! ¡Es un despelote, y después de un tiempo todo el mundo te detesta! ¡A mí ya me alcanza con que me detesten mis padres, mis compañeros de colegio, mis ex… bueno, todos, menos mi hermana y mis cachorros!

”Me encanta decir las cosas que digo, para que la gente se cague de la risa y me ame… ¡Porque a la gente le encanta que la hagan reír, licenciado! Después del sexo, la comida y el fútbol, viene la risa… Y con las cosas que yo digo, ¡se deberían estar cagando de risa! Les digo que hablo con mis perros muertos, que lo más cercano que tengo a una pareja es mi hermana, que voy a dinamitar el Banco Central, que van a poder vender su duodeno o su sobrino si necesitan unos mangos…, ¡y me votan, licenciado!

”¡Les digo que les voy a pagar el sueldo en dólares, y en vez de caerse al piso de la risa, ¡van y me votan! Me pongo de novio con una comediante, a ver si por carácter transitivo se ríen de mí también, y nada: ¡más votos, pero ninguna carcajada! Meto de vice a una negacionista mesozoica y… ¡ni una risa! Después voy a la tele, revoleo los ojos, les grito que voy a cerrar todos los ministerios, me peino como si tuviera un cachorro poodle en la cabeza, digo que soy Moisés y, cuando no sé cómo rematar un chiste, grito "¡viva la libertad, carajo!" y tiro un puñetazo al aire... ¡Y me votan, licenciado, me siguen votando!

”Después, digo que en vez de educación les voy a dar un voucher, que el que se enferma se jode, y que el que no produce ganancias no morfa… Y me siguen votando.

”Subo la apuesta, licenciado, a ver si logro una risita: ¡digo que Macri es mi ídolo! Macri, licenciado, el que nos endeudó por cien años y tenía un ministro que se disfrazaba de árbol, otro que no sabía lo que era Internet y otro que se puso en pedo para hacer un pacto con Inglaterra, ¡y me votan igual, licenciado!

¿Qué quieren de mí? ¿Ponerme de presidente para poder echarme la culpa de todo? ¿Qué tengo que hacer para que se den cuenta? ¿Ponerlo a Lassie de ministro de Seguridad, declarar el “estado de orgía romana en todo el territorio nacional”, decir que además de Moisés también soy Nerón, Ulises y Bugs Bunny; gritar "¡la casta está en orden!"?

Y el psicoanalista podría decirle:

–¿Sabe cuál es su problema? No es que lo que usted hace no sea cómico…, ¡es que está en el escenario equivocado! Si probase en un club de comedia…

Sugerimos al lector acompañar esta columna con el video “¡agarren el Clio!”, estreno de Rudy-Sanz: