Un paisaje de vibración. Seis contrabajos se turnan, entran y salen con movimientos graves, una tensión a punto de estallar; en otros momentos, sobreviene una calma que se mece equilibradamente entre las cuerdas. Aparece un preludio con aires clásicos que, sin embargo, se permite cierto filón rockero, y una fuga que parece escucharse como una chacarera. Y luego acordes algo melancólicos, entre el tango y la música de cámara, que naufragan en la secuencia titulada “Café Metro”.

Editado por Club del Disco, Crudo es un álbum atípico, de esos que es imposible apreciar en la escucha apresurada: se necesita una dosis de paciencia y atención, palabras difíciles de pronunciar en el panorama actual de la música, más propicia al fragmento que a la escucha de conjunto en la totalidad de un disco. El ideólogo de las piezas instrumentales del grupo de seis contrabajistas argentinos que se conocieron en el Teatro Colón es Germán Rudmisky, quien no casualmente tituló Crudo al ensamble, incluyendo un arte de tapa en la cual se deja ver unos contrabajos que penden como patas de jamón en el escenario de un teatro.

Rudmisky había compuesto música para cortometrajes y para diversas agrupaciones populares. Hasta que se dedicó de lleno al contrabajo, ese gigante de madera que es la base rítmica de la música popular como el jazz –donde suele escucharse más en el fondo que en un primer plano– y que en la música clásica es tan preciado como otros más conocidos como el violonchelo y la viola. Todo empezó cuando tomó clases con Elián Ortiz: allí se formaron ensambles de contrabajo poniendo el centro en la técnica y estética del instrumento. Junto a Julián Medina, Elián Ortiz, Mariano Slaby, Pedro Salerno y Santiago Bechelli, todos ellos compañeros de las orquestas del Teatro Colón, Germán Rudmisky creó una dinámica circular, donde nunca suenan los seis juntos. La rotación, en Crudo, se impone. Hay dúos, solos, cuartetos y un trío.

“La mayoría de las obras fueron escritas durante pandemia con la idea de hacer un disco”, comenta Germán Rudmisky, compositor y líder del grupo. “Julián Medina se encargó de la dirección musical y ayudó en el proceso de edición y mezcla. El arte de tapa lo hizo Alejandro Montaldo, quien planteó la imagen de un ensamble de contrabajos colgante que, cuando uno los ve de más cerca, comienzan a encriptarse, a mostrarse más difusos”.

Tomando elementos de la música popular como de la música académica, en el disco hay rítmicas y armonías del folclore argentino, esbozos de una sonoridad que tiene como centro gravitatorio a la tradición europea del siglo XIX. Allí, en los nueve temas del disco –algunos de ellos estructurados en partes o en movimientos, tal como Allegretto-Andante-Vivace en la apertura–, se escuchan algunas perlas como “Una mula”, que arranca con una frase que recuerda a la baguala “El seclanteño”, de Ariel Petrocelli, desplazándose con un sutil pizzicato. O el tema “Dúo I Introducción y Banda de Escena”, un vaivén envolvente que luego se expande en formas abiertas, con silencios y secuencia trepidante, cierta luminosidad en lo cavernoso como si fuera la banda de sonora de una película de Buster Keaton. “El contrabajo aporta la sonoridad grave pero cálida, es de los instrumentos que definen los bajos de la armonía”, sigue explicando Germán Rudmisky. “Es un instrumento más bien rítmico y armónico. Siempre fui de asociar su sonido con lo oscuro, lo profundo”, agrega Pedro Salerno, su compañero en el grupo.

Un ensamble de contrabajos no es algo extraño en el mundo del instrumento, no así un disco completo que apuesta a la melodía, a las texturas tímbricas de voz principal y acompañamiento con registros tan agudos como graves. “Unos de los aspectos que disfruté del proceso creativo fue el de ir convirtiendo una especie de cosa sin forma, de balbuceo, en una realidad más sustanciosa. A rasgos generales, la sonoridad es propia de la música de cámara, pero seguramente con la extrañeza que genera el timbre del contrabajo”, dice Rudmisky, que además es contrabajista estable de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires y estudió en el conservatorio de música clásica Juan José Castro, en La Lucila.

Su perfil ecléctico lo llevó al rock, donde cantó y tocó la guitarra. Luego al bajo eléctrico y poco después a formar parte de grupos de tango. Fue parte del cuarteto de Latin Jazz de Carolina Cohen y hoy continúa en el cuarteto de tango de Ariel Pirotti. Con Crudo busca algo más suculento: “Escuchar un álbum implica una decisión particular, singular, elegir un momento y dedicarlo a eso; implica una actitud más reflexiva frente al objeto. Spotify nos lleva a una escucha frenética, quizás ausente, casi como cuando se scrollea mirando fotos o publicaciones prestando atención a todo y a nada a la vez”.

Contra los que piensan que su estilo de música puede resultar intrincado, Germán siente lo contrario. “La música de cámara, la orquesta, así como el teatro, la danza, todas aquellas disciplinas que impliquen materialidad, espacialidad o un acto performático en la realidad, actualmente se revalorizan y toman fuerza frente a la imposición de la virtualidad. Frente a esto, me parece interesante pensar a estas disciplinas artísticas como una especie de resistencia”. La contradicción, asume el contrabajista, es que es imposible abstraerse del uso de la tecnología digital para que el disco suene lo más parecido a lo que se escucharía en la realidad.

En la música de tradición escrita hay poco música de concierto para el contrabajo. El más conocido de los contrabajistas que dejó música fue Giovanni Bottesini (1821-1889), una suerte de Paganini del instrumento de cuerda frotada más grave, con arco al igual que el violín o la viola, al que Crudo ubica en primera fila. Con sus temas, Rudmisky aspira a engrosar el repertorio argentino para instrumentistas. “En el tango y en la música clásica tocar el contrabajo con arco es fundamental, el pizzicato lo arrasó todo en otros géneros como la salsa o el jazz y obturó variantes. El contrabajo es más grande en proporciones que el violonchelo, tiene más caja, pero el chelo ganó la pulseada como solista en las orquestas patentando un sonido. En el disco quisimos representar la fidelidad de un ensamble y no el brillo del solista, a través de un viaje musical en la profundidad del contrabajo como anfitrión y no como mero acompañante de banda”.