El último 22 de octubre volvimos a vivir una jornada democrática. Me encanta ir a votar cada elección; la vivo como una fiesta, recuerdo la vuelta a la democracia así, con la gente en las calles festejando, gritando, celebrando que los años más oscuros quedaban atrás. Me parece que fue ayer, en un abrir y cerrar los ojos ya llegamos hasta acá con las cosas buenas y malas.

A 40 años de recuperar la democracia, creía que ciertos debates y discusiones se daban por saldados. Me resulta increíble que resurjan con más saña, pero es esperable también si quienes fogonean esto son quienes se postulan: es de público conocimiento que uno de los candidatos a la presidencia se maneja con expresiones de violencia en su discurso. Mientras que la erradicación de la discriminación debería ser meta de todos los partidos políticos, algunos cargan las tintas con tanto odio que solo la actualizan. Convengamos en que esto va más allá de estar de un lado o del otro de la grieta, o de ser peronista o radical. Todxs conocemos el infierno que vivimos por años gays, lesbianas, travestis y trans en Argentina y el mundo. Fuimos perseguidxs, golpeadxs, detenidxs y asesinadxs por dictaduras y gobiernos democráticos, además de la ciencia y la religión.

Esta última votación fue, para mí, de emociones encontradas: mi entusiasmo quedó algo golpeado, ya que hace tiempo no asistía a una violencia tan explícita, surgida desde la ignorancia y el fanatismo. No imaginaba, por ejemplo, que iba a volver a sentir miedo por mi identidad. El miedo es una de las emociones más básicas y naturales que experimentamos los seres humanos. El miedo paraliza, angustia, preocupa, bloquea, se convierte en terror. Es un sentimiento espantoso, aun cuando su objeto sea algo controlable: la oscuridad, los espacios cerrados, los insectos, los roedores, la soledad, las alturas, volar. Su disparador puede variar ampliamente, y siempre es una experiencia personal: la forma en que cada individuo lo transita y lo maneja varía de maneras diferentes. Como sea, el miedo es una emoción horrible.

¿Se pueden comparar diferentes miedos? No es lo mismo el miedo a la oscuridad que sentir miedo a que te lastimen por tu identidad de género. Hay miedos más asentados en la fantasía y otros temores que despiertan experiencias tangibles, que nos alertan de peligros frecuentes y reales.

Es difícil de poner en palabras, estoy segura de que las personas trans y travestis saben a qué temor me refiero. A ese que nos transmitieron por nuestra identidad, por ser diferentes, por salir de lo binario, por no ser hombre o mujer. Me refiero al terror que experimentábamos al pasar junto a un grupo de hombres y rezar: “que no se den cuenta que soy una chica trans, que no me griten nada, que no lastimen que no me maten”. El cine, incluso, ha narrado miles de historias en las que alguien se encontraba en una situación en que quedaba expuesta su identidad de género: “Te tengo que revelar algo… No soy mujer”, decía el personaje y cada vez que llegaba la confesión, venían los gritos, las palizas o la muerte. Será por eso que nunca me gustó la palabra “confesar”.

Quizás estoy sugestionada, pero la violencia que vi en redes sociales estos días me espantó. Está claro que con un candidato que dice en su discurso que va a eliminar la ESI y recibe esa cantidad de votos, mi miedo tiene fundamento. Si con un gobierno que respeta la diversidad yo seguía leyendo mensajes que preguntaban públicamente, por ejemplo, si yo había votado en mesa de hombres, refiriéndose a mí con pronombres en masculino, ¿qué puedo esperar? Me acordaba de una frase de Mahatma Gandhi que reflexionaba sobre la complicidad: “lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena”.

Es importante que recordemos que el miedo no nos define y no olvidar que no estamos solxs. Hoy más que nunca debemos estar unidxs. Si en su provincia, barrio, escuela o en el hogar no se sienten apoyadxs, pidan ayuda en las comunidades LGBTIQ+ más cercanas. Allí van a encontrar grupos de apoyo y les brindarán herramientas y experiencias, además de comprensión y sostén necesario para afrontar y superar los miedos.

La identidad debe ser respetada y nadie tiene derecho hacer sentir mal a otrxs por ello. Un gobierno que saluda y promueve la diversidad y los derechos humanos contribuye a generar un ambiente en el que todas las personas se sientan seguras y respetadas. Uno que, en cambio, desde su propio discurso niega y degrada esa realidad plural, promueve el miedo. No se puede vivir sin miedos, me queda claro, pero sí es posible alejarse del peligro.