El martes pasado por la noche, un grupo de jóvenes libertarios se infiltró en dos capacitaciones virtuales haciéndose pasar por alumnos, para emitir mensajes misóginos, amenazas y masturbarse en vivo. No son loquitos. Los ataques como los que sufrió el taller dictado por la ONG Orgulloses de Construir Comunidad son sistemáticos. Explotaron sobre todo en la pandemia. Se organizan a través de plataformas que les aseguran el anonimato para “doxear” y “jijiear” (burlarse). Son cada vez más orgánicos: quienes los llevan a cabo se identifican insistentemente como seguidores de “El León”.

Para entender estas formas de acoso hay que remontarse a los 90. “Doxear” es la versión local de “doxing”, una palabra que se empezó a usar en el mundo de los hackers de los 90, cuando el anonimato era cuestión de supervivencia. En las peleas entre hackers a veces alguien decidía “exponer docs (los datos personales)” de otra persona que hasta ese momento sólo era conocida por su alias. “Docs” se convirtió en “dox”. Hoy, doxear equivale a exponer información sobre alguien para dirigir un acoso en manada. Se volvió cosa de “incels” (célibes involuntarios), una insignia que da sentido de pertenencia a jóvenes que son fuerza de choque para la quema (principalmente virtual) de feministas en todo el mundo, y también en Argentina. Jóvenes que en sus propias palabras se sienten acorralados, hartos y discriminados por el feminismo.

Son categorías y prácticas que vienen de la cultura chanera (de la plataforma 4chan, en EE UU), muy activa en las campañas de Donald Trump y Jair Bolsonaro. Son la vanguardia del activismo online de espacios políticos que en los últimos años se han ido moviendo desde los márgenes hacia el centro del tablero en países como España, Francia, Holanda y, claro, Argentina.

Si se lo quiere contextualizar todavía más, a este ataque se lo podría ubicar como una expresión de backlash, noción que se usa para describir la reacción que encabezan quienes se sienten despojados de su posición dominante ante cualquier avance de derechos de grupos que históricamente han estado en inferioridad de condiciones. Una ola de revancha para restaurar un orden en peligro.

En Argentina, Javier Milei se arrogó la representatividad de estos sectores. Pudo canalizar ese resentimiento, en parte, a fuerza de metáforas que conectan permanentemente sexualidad con violencia (las sábanas de la señorita, los niños envaselinados, entre las más elegantes). Le tocó ocuparla a Milei, pero la vacante estaba disponible mucho antes de su llegada. El león logró erguirse como portavoz de esa visión del mundo en la que el antiprogresismo y la anticorrección política están construyendo un sentido común en el que la justicia social es una aberración y la “ideología de género” una imposición estatal propia del "marxismo cultural".

Es posible que los feminismos hayan perdido de vista a esa porción de la juventud. Parte de ese universo masculino que no engrosó las filas de los “aliados”, optó por derivas de distinto grado de violencia. El chico que se masturbó en cámara en medio del taller, sin que nadie se lo hubiera solicitado, es un representante de una porción de la población que no sólo no se sintió convocada mientras todo cambiaba, sino que además se sintió atacada. 

“Los feminismos y la agendas de ‘las minorías’ se fueron de mambo”, se escucha por ahí. Pero si hubo ampliación de derechos y faltó redistribución de la riqueza, el problema no es lo que hubo sino lo que faltó... Decir que hay un sector de una generación al que no se supo interpelar no es lo mismo que culpar a la conquista de derechos y a la masificación de los feminismos del avance de la ultraderecha. No es de ninguna manera un “algo habremos hecho”, pero sí un “¿qué vamos a hacer de ahora en más?”

Esa es la pregunta para el largo plazo. Y para el corto: ¿La agenda feminista será piantavotos (como se viene sosteniendo en algunos sectores, incluso peronistas)? Del 37% de personas que votaron a Sergio Massa el 22 de octubre, la mayoría son mujeres. Lo contrario pasó con la composición del voto de Milei, el candidato que niega la existencia de los femicidios y la brecha de género. El candidato con la plataforma rebalsada de propuestas misóginas ─como la iniciativa de “renuncia a la paternidad” de Lilia Lemoine, el plebiscito por la IVE─. La llamada gran remontada de Massa de la primera vuelta tuvo como piedra angular al sufragio femenino. Un voto que es más que nunca (y nunca más literalmente que ahora) en defensa propia. 

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