Decir que si gana Javier Milei está en riesgo la democracia no es una campaña del miedo. Es una reflexión que surge de sus posicionamientos públicos, sus ideas y sus proyectos de gobierno. Para que quede claro, repasemos cuáles son los cimientos mismos de una sociedad democrática que permita el desarrollo de una ciudadanía plena.

Las democracias occidentales crecieron a partir del desarrollo de una ciudadanía construida a partir de diversas tradiciones: la liberal, la social y la republicana. Cada una de ellas habilita un ámbito de pertenencia a una comunidad de iguales y permite que los ciudadanos puedan desarrollar su vida en libertad. Pero para que exista una sociedad democrática, las tres deben poder garantizarse.

Veamos. La tradición liberal ha sido un avance histórico, que permitió que entre los siglos XVIII y XIX las sociedades occidentales sean concebidas como un conjunto de ciudadanos iguales en términos civiles y políticos. Muy esquemáticamente, los derechos liberales se asocian con derechos individuales, tanto civiles (circulación, opinión, culto, prensa, etc.) como económicos (libre comercio, empresa, etc.) y políticos (formar partidos políticos, ser candidatos a cargos públicos, votar en elecciones a nuestros representantes, etc.).

Esta concepción permitió ampliar el horizonte de la ciudadanía, pero al mismo tiempo se encontró muy rápidamente con un límite. Los ciudadanos pueden ser política y jurídicamente iguales, pero están atravesados por múltiples formas de desigualdad (de clase, étnicas, etarias, de género, etc.). Si lo ciudadano se resume a una libertad individual basada en una igualdad formal las desigualdades no se reconocen y se exacerban. Milei lo demuestra continuamente, por ejemplo, cuando niega la desigualdad de ingresos entre varones y mujeres, escudándose en que la única igualdad que debe garantizarse es la igualdad ante la ley.

Pero donde más se tensiona esta igualdad formal y la desigualdad en las condiciones de vida de la población es en el terreno económico. En este plano, el ideal democrático de una sociedad de iguales encontró su límite en el desarrollo de las sociedades capitalistas. Cómo señaló Anatole France: “Los pobres tienen la libertad de morirse de hambre bajo los puentes de París”.

Reducir la ciudadanía a una concepción liberal extrema recorta el ideal democrático, en tanto las igualdades se reducen a meras formalidades jurídicas. Es por ello que bajo un régimen liberal las relaciones laborales se consideraban parte de un acuerdo individual entre privados, que no tenían que ser reguladas por el Estado. Esto sucedía hacia fines del siglo XIX, cuando las jornadas laborales eran eternas y los trabajadores no tenían garantizadas mínimas condiciones de trabajo digno.

Las sociedades democráticas, como la argentina a partir de la ley Sáenz Peña, de 1912, se consolidaron a partir de un cambio de concepción sobre la ciudadanía liberal que no solo supuso la extensión de los derechos políticos. Ser ciudadano no es solo tener derechos individuales, sin importar que le ocurra al que tengo al lado. Por el contrario, es reconocerse como parte de una comunidad solidaria. Aun cuando no conozca directamente a mis conciudadanos, reconozco que es la sociedad toda la que tiene el compromiso de garantizarles una vida digna. Es por ello que todas las sociedades en las que se desarrolló durante el siglo XX una democracia liberal tendieron a incorporar un principio solidario, base para el desarrollo de los derechos sociales como la salud, la educación o la vivienda.

En nuestro país, esto vino de la mano del radicalismo y del peronismo, los dos grandes movimientos políticos populares que signaron el siglo XX. Desde la tradición liberal, y aún más en la vertiente neoliberal que defiende Milei, el desarrollo de este ideal de igualdad democrática y ciudadana es visto como un robo. Es por eso que no pierde la ocasión para lanzar sus diatribas sobre la idea de justicia social.

No es novedosa esta posición, puesto que se asocia a las posturas históricas del liberalismo extremo. Para esta mirada, lo único sagrado es la libertad individual, sobre todo la libertad económica. Los principales autores neoliberales a los que admira Milei insistían en que el Estado debía actuar para crear las condiciones en las que el mercado se desarrolle sin interferencias, a partir de un principio de libre competencia. De allí deriva la idea de que el ciudadano se reduce a un homo economicus, un individuo que solo busca su beneficio personal, el desarrollo de su “capital humano”. Es en estas ideas que Milei basa el “Ministerio de Capital Humano”, así como las ideas de implementar los vouchers en la educación.

Según los neoliberales, el riesgo de las democracias es que los ciudadanos voten por gobiernos “estatistas” que garantizan el “robo” de los derechos sociales. Por eso estas ideas extremas se llevan mal con la democracia, puesto que en base a los sagrados valores del individualismo liberal se llega con frecuencia a poner en duda la inviolabilidad de la voluntad popular, base de un gobierno democrático. Esto no es una simple cuestión conceptual, Milei ha expresado públicamente su desconfianza en que la democracia sea el mejor sistema político posible. Para impedir la deriva estatista que consideran “autoritaria”, los liberales extremos no han dudado en defender y apoyar a las mas sangrientas dictaduras. No es extraño, entonces, que junto a Milei venga de la mano una figura como Villarruel, que niega que la dictadura haya cometido terrorismo de Estado y defiende el accionar de las fuerzas armadas.

Pero hay, además, otro factor que debemos incorporar. El desarrollo de una ciudadanía plena en una sociedad democrática reconoce no solo el derecho sino la necesidad de promover los canales de participación y deliberación. La tradición republicana de la ciudadanía ya postulaba que ser ciudadano es poder sobrepasar los límites de la vida privada e individual para involucrarse en los asuntos que nos conciernen como sociedad. Para ello, es vital el reconocimiento del otro como un igual que piensa diferente, pero no como un enemigo. La sola idea de exterminar o acabar con el otro, como plantea Milei con el kirchnerismo, los zurdos o todo aquel que se aparta de su esquemático marco ultraliberal, es profundamente antidemocrática.

Estas elecciones son trascendentes porque se juega el destino de nuestra democracia. Es triste y preocupante que en una sociedad que sufre de graves problemas económicos, no pueda establecerse un debate sobre las bases de acuerdos de convivencia democráticos básicos. Pero justamente por eso, la elección nunca estuvo tan clara. Para poder debatir, negociar y discutir en un marco democrático, Milei no.

(*) Matías Landau es sociólogo.