El informe sobre la muerte de Alberto Nisman entregado el viernes por la Gendarmería –fuerza que no tiene ninguna trayectoria en el mundo de las autopsias ni los estudios médicos– se basa en una secuencia especulativa sobre la cual no hay evidencia científica alguna. Se supone que dos personas entraron al departamento del fiscal porque él les abrió la puerta. Es que no hay nada forzado y él cerraba las puertas por dentro, como quedó comprobado. Las visitas le habrían dado una bruta paliza, pero sin desordenar nada: le fracturaron la nariz, le pegaron en la zona de los riñones y en las piernas. Todos esos golpes –detectados por un grupo de peritos sin experiencia médica– no fueron advertidos ni por la médica policial, que analizó el cuerpo en el propio baño, ni por los dos experimentados profesionales que hicieron la autopsia unas horas más tarde, ni por trece médicos forenses designados por la Corte Suprema. Es decir que la Gendarmería sugiere que los médicos con más autopsias del país no vieron una fractura de nariz que, además, debió dejar un hematoma. 

El siguiente paso fue la supuesta administración de ketamina –tampoco detectada por los toxicólogos del máximo tribunal– a un fiscal que estaba ya desmayado por los golpes. No hay constancia alguna de la cantidad ni de cómo se le administró, ya que no registra rastros de inyección, la única manera de dormir a un individuo con ketamina. Estas manipulaciones son parte del arsenal usado para concluir lo que los poderes nacional e internacional exigían que fuera la conclusión: que a Nisman lo mataron. Es su forma de continuar la ofensiva contra el gobierno anterior, ya que le adjudicarán la responsabilidad, e incluso meterán en la bolsa a Irán y Venezuela, que integraron el comando sicario, según especulan sin una sola prueba. 

Se necesitaba mucha elucubración para contrarrestar las pericias anteriores que no dejaban demasiado resquicio para la hipótesis del homicidio. 

  • No había rastros de pelea ni en el departamento ni en el baño. 
  • No había desorden
  • Las gotas de sangre salpicaron hacia los cuatro costados, lo que indicaba que no había ninguna otra persona en el baño
  • No hay pisadas
  • No hay huellas, salvo de Nisman y del informático Diego Lagomarsino, en una taza, en la que tomó café el sábado
  • No hay ingreso forzado
  • Nadie vió a personas sospechosas o ajenas al edificio
  • Nisman le pidió el arma a Lagomarsino, pero antes lo hizo con el custodio Rubén Benítez y el ex comisario Bogoliuk. Es decir que buscó el arma.
  • Nisman ingresó a su computadora el domingo 18 de enero a las 7.30 de la mañana y terminó revisando una página sobre el regreso de la muerte

Golpiza

Lo que le dieron a la Gendarmería era un guión escrito, un resultado marcado antes de iniciar la pericia. Por lo tanto había que buscar cómo encajar las piezas. 

La Gendarmería tiene un cuerpo de peritos con trayectoria en temas como balística, porque siempre les dieron los estudios en casos de gatillo fácil en que estaba apartada la Federal o alguna fuerza policial provincial. Lo mismo respecto de pericias de voz o, hasta cierto punto, comunicaciones. Pero la Gendarmería no tiene la menor trayectoria en lo que tiene que ver con autopsias, análisis médico de muertes, porque justamente la última palabra siempre fue del Cuerpo Médico Forense, dependiente de la Corte Suprema. 

Uno de los obstáculos mayores que afrontaban los gendarmes es que no hay ningún rastro de pelea. Resulta poco aceptable que un hombre de 1,90 de altura, como Nisman, no haya opuesto ninguna resistencia a un disparo realizado a menos de un centímetro. 

La solución que encontraron los gendarmes es que a Nisman lo tuvieron groggy gracias a una paliza singular. En primer lugar, concretada por alguien a quien el fiscal le abrió la puerta. No se puede sospechar en este caso de Lagomarsino porque cuando el informático subió al departamento de Nisman estaba acompañado por el custodio, Néstor Durán. Ambos subieron juntos en el ascensor, algo que quedó filmado por la cámara del propio ascensor.

Como no hay ningún vestigio de cerradura violada, el fiscal le abrió la puerta a sus agresores, según la versión tácita de la Gendarmería. Y, además, Nisman no se dió cuenta del peligro, porque después le dieron la paliza. Todo ocurrió sin romper nada ni desordenar nada. La madre de Nisman, Sara Garfunkel, testimonió: “Cuando entramos al departamento estaba todo en su lugar, como cuando yo fui de visita dos días antes”. 

Los especialistas del CMF registraron dos golpes. Uno, en la cabeza, producto de la caída. El segundo en una pierna, de antigua data. 

En cambio los de la Gendarmería, que no tienen experiencia ni trayectoria en autopsias, sostienen que le fracturaron la nariz, algo que se le habría pasado a la doctora Gabriela Piroso, de la Policía Federal, que fue la primera que revisó el cuerpo en el propio baño. Unas horas más tarde, a las ocho de la mañana del lunes 19 de enero, dos veteranísimos forenses hicieron la autopsia: Héctor Di Salvo y Fernando Trezza, ambos del CMF. Tampoco vieron la fractura de nariz. Y finalmente, trece forenses, la gran mayoría del cuerpo de la Corte, tampoco percibieron algo tan obvio como una fractura reciente de la nariz que, por supuesto, deja hematoma. A esto se agrega que, según los gendarmes, también tenía un golpe al costado del cuerpo. 

Los especialistas de la defensa de Lagomarsino afirman, en cambio, que los gendarmes no tienen los equipos para hacer esos análisis y que usaron radiografías que no sirven para ese estudio. No sólo consideran que no tiene ninguna fractura sino que, en caso de existir, tiene que ser muy anterior. 

Ketamina

Para seguir el guión prefijado, los gendarmes diseñaron una especulación en base a un químico que supuestamente se le encontró a Nisman en el hígado. La sustancia no fue detectada por el equipo de toxicología de la Corte, encabezado por Ana María Perkins, una profesional reconocida, presidenta de la Asociación Argentina de Farmacia y Bioquímica Legal. 

Lo impactante es que la Gendarmería no pudo ni puede determinar la cantidad de ketamina, algo esencial para poder sostener que Nisman estaba indefenso. No es lo mismo, por ejemplo, tener 0,2 gramos de alcohol en sangre que 2,5 gramos. Pese a no saber qué cantidad tenía Nisman, la Gendarmería resolvió, sin base alguna, que efectivamente lo tenían virtualmente dormido. 

A esto se agrega que para dormir a una persona con ketamina se necesitan dosis enormes, unos 245 gramos, en un cuerpo grande como el de Nisman y la forma de suministrar la sustancia es mediante una inyección. El fiscal no tenía vestigios de ningún pinchazo. 

Sangre

Otro de los obstáculos para instalar la conclusión de homicidio es que Nisman tenía sangre en ambas manos. Tiene que ver con lo que sostuvieron los criminalistas: disparó con la mano derecha, pero sosteniendo esa mano con la izquierda. Cuando se produce el impacto, la sangre salta para atrás desde el orificio y eso es lo que mancha las manos. El fenómeno se conoce como back splatter.

Para los gendarmes, en realidad disparó uno de los sicarios y explican que Nisman se manchó las manos o, mejor dicho, que el supuesto homicida le manchó las manos, una hipótesis descabellada. 

En la pericia anterior, por cinco votos a uno, se estableció que las salpicaduras de sangre quedaron en la bacha, en el inodoro y hasta el bidet, lo que muestra que no había ninguna persona atrás ni al costado. Es uno de los elementos que los llevó a concluir que Nisman estaba solo en el baño. 

Por otra parte, la mancha de sangre fresca del lado interno de la puerta del baño demuestra que la puerta estaba cerrada en el momento del disparo. La madre del fiscal testimonió que esa puerta casi no se podía abrir porque la cabeza de su hijo estaba apoyada ahí y lo mismo dijeron los médicos que llegaron. Eso demuestra que había escasas chances de que alguien saliera, pero mucho menos que saliera sin dejar ninguna pisada. 

Arma

La siguiente elucubración de los gendarmes tiene que ver con que, según suponen, los sicarios armaron una escena simulando un suicidio. Estaban solos en el baño y podían hacer lo que quisieron.

Sin embargo, el arma del disparo apareció bajo el hombro izquierdo. La Gendarmería dice que porque los homicidas lo colocaron allí, cuando mucho más razonable era colocarlo en la mano o cerca de la mano. 

Tampoco se entiende cómo es que los supuestos homicidas super-profesionales utilizaron una vieja pistola que Lagomarsino tuvo guardada durante años sin disparar un tiro. Está probado que Nisman no sólo se la pidió prestada al informático sino que intentó convencer también a su custodio, Rubén Benítez, que le diera un arma y se comunicó con el ex comisario Ricardo Bogoliuk, pero éste estaba en Mar del Plata. 

Horario

Uno de los elementos más llamativos del estudio es que los gendarmes se animan a contradecir la data de muerte fijada en las tres instancias anteriores: la médica policial, que le tomó la temperatura al cuerpo en el baño; la autopsia hecha en la morgue y la junta médica de los forenses de la Corte. Todos coincidieron en que Nisman murió en la mañana del domingo, entre las ocho y las 12. Eso coincide con un tiempo posterior a su ingreso a la computadora, a las 7.30 de la mañana. 

Todo indica que en el guión que les dieron, los gendarmes tenían que meter, sí o sí, a Lagomarsino en la escena. Por lo tanto, contradijeron a los forenses y fijaron la data de muerte a las tres de la mañana del 18 de enero, utilizando un método –el potasio, humor vítreo– específicamente dejado de lado en la junta médica anterior porque los resultados son controvertidos. Eso sí, aclaran que podría ser en seis horas más o seis horas menos, lo que llevaría la punta del horario de muerte a las 21 del sábado 17 de enero.

Hoy está probado que Lagomarsino se fue a las 20.36 de Le Parc, algo que quedó grabado por las cámaras de seguridad. Y después de esa hora Nisman habló por teléfono con uno de sus custodios, Néstor Durán, y chateó con dos periodistas, Laureano Pérez Izquierdo de Infobae y Natascha Niebieskikwiat de Clarín. El chateo termino a las 21,17, hora en que Lagomarsino ya había llegado a su edificio, lo que las cámaras registraron un par de minutos después de las 21. El chateo fue personal, con códigos e ironías propios del diálogo entre esos dos periodistas y el fiscal. 

A la mañana siguiente, pasadas las siete de la mañana, Nisman seguía con vida porque entró a su computadora a revisar sus mails, notas periodísticas, la imagen de una chica con la que había estado cuatro noches antes y finalmente ingresó a una nota sobre el regreso de la muerte posteado por Claudio María Domínguez. 

Ninguno de todos los elementos encaja con la partitura que les dieron a los gendarmes. No importó. Tocaron la música que les dijeron que debían tocar. No les importó desafinar porque órdenes son órdenes.

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