En el universo musical de Santiago Vázquez predominan al menos dos elementos: la improvisación y el baile como celebración colectiva. Creador de un lenguaje de ritmo con señas, el percusionista y compositor argentino construyó un recorrido artístico a lo largo de tres décadas que se caracterizó por la creación colectiva. De este modo, fundó grupos como Puente Celeste, La Bomba de Tiempo, La Grande y PAN. Radicado hace un año y medio en Maldonado, Uruguay, Vázquez no pudo con su genio y hace algunos meses creó allí una nueva agrupación con músicos uruguayos y argentinos, Ñu, que combina el ritmo con señas y una sonoridad acústica delicada. "Vivo en un campo en Maldonado donde estoy armando un huerto para uso familiar. Estamos regenerando una chacra, plantando árboles y haciéndonos una casa para vivir acá”, cuenta Vázquez a Página/12 vía telefónica.

Sin embargo, cruza seguido el charco para tocar con sus grupos o dar clases en su escuela de percusión. La próxima visita será el miércoles 13 de diciembre cuando se presente con PAN en Complejo Art Media (Corrientes 6271), a partir de las 22. “No tenía pensado irme a otro país”, introduce Vázquez. “Sí sabía que quería vivir cerca de la naturaleza y comprobar si el tema de la autosustentabilidad en ecosistemas chicos era realmente posible o era una fantasía”, cuenta.

“Por un lado, investigar a ver si realmente puede ser una solución viable a un montón de problemas que hay no solo en la Argentina sino en el mundo. Y también en cuanto a la producción de alimentos, no arruinar la tierra y que las próximas generaciones todavía tengan un suelo para cultivar comida. Para mí es un tema prioritario, no superficial. Las plantas son las que nos permiten que existamos", se explaya. "Entonces, mi sensación es que la solución a una cantidad de problemas que tenemos como humanidad no está tanto en cómo nos ponemos de acuerdo entre nosotros sino más bien cómo nos ponemos de acuerdo con el planeta. Por otro lado, tenía la idea de investigar eso que para mí es parecido a estudiar música”.

-¿En qué sentido?

-Porque componer es también crear un pequeño ecosistema de sonidos, pero es un ecosistema que tiene que tener su organicidad para estar vivo, no cualquier cosa funciona. Y componer, estudiar composición o música es también estudiar ese tipo de ecosistema de sustentabilidad. Es algo que me va a enseñar y tal vez algunas cosas que yo sé de música me puedan ayudar a entender ciertas cosas del ecosistema natural. Es una exploración, estoy experimentando. Entonces, yo sabía que quería eso pero no tenía pensado irme de la Argentina, la idea era quedarme cerca de Buenos Aires para poder continuar con mis proyectos, pero sucedió que apareció un proyecto de una gente muy interesante que estaban armando estas chacras y me conquistó la idea.

-¿Y esta nueva experiencia te abrió otras posibilidades musicales?

-En principio, la idea no era crear acá, pero donde sea que estoy es donde enseño ritmo con señas, más allá de que sigue existiendo mi escuela en Buenos Aires donde doy clases una vez por mes cuando voy, aunque hay otros profes que mantienen eso vivo. No tenía pensado armar un proyecto musical acá, mi idea era más bien seguir yendo a Buenos Aires a tocar y continuar con las giras en Europa y Japón de cada año, y acá en Uruguay ocuparme de este proyecto vinculado a la agricultura. Pero finalmente me pasó que fui conociendo músicos acá y empecé a sentir que era lo lógico interactuar con la comunidad local, tanto con los músicos como con el público de Uruguay. Y me di cuenta que tenía que armar un grupo de ritmo con señas, pero que respondiera a lo que necesito en este momento como persona y como músico.

-¿Y qué es lo que necesitás en este momento?

-Lo que necesito en este momento es, por un lado, seguir haciendo música para bailar, improvisada; seguir explorando el ritmo de señas como método, pero también estaba buscando retomar un costado más de timbre acústico como fue en su momento Puente Celeste. Entonces me pregunté si sería posible el desafío de generar un grupo de música para bailar pero con una sonoridad acústica, chiquita, como de cámara. Si el baile sí o sí tiene que estar ligado al volumen fuerte y a algo que te aprieta a nivel de presión sonora, de potencia; o si puede ser que la potencia o lo bailable esté en un lugar más relacionado con el balance de los elementos. Eso fue lo que me decidió a experimentar y armé un grupo que se llama Ñu. La mayoría son músicos uruguayos pero hay un par de argentinos. No es un grupo que está localizado en algún lugar específico, aunque sí tocamos todos los lunes desde hace cinco meses en Punta del Este, en un espacio que se llama Pueblo Narakan. Está yendo espectacular, bastante sorprendente cómo prendió, tanto a nivel humano como de público.

-¿Ñu también tiene eje en la improvisación?

-Sí, es parecido a La Grande en cuanto a que combina composiciones mías de diferentes momentos, pero la base es la improvisación, de manera que las composiciones las mezclo. No es que tocamos las composiciones de principio a fin, sino que cada vez aparecen fragmentos de las composiciones, tal vez con una armonía distinta, con un ritmo distinto, superpuestas una con otras o con fragmentos improvisados. El concepto es principalmente de improvisación, pero hay mucha composición mezclada. Es música para bailar pero tiene un componente armónico importante. La idea es integrar diferentes mundos y épocas de mi universo musical en un mismo grupo: composición, canción y el ritmo con señas como método, con una cuestión muy rítmica para bailar.

-Cada proyecto que creás lleva consigo el trabajo anterior, una acumulación de aprendizaje, nada de borrón y cuenta nueva…

-Sí, uno va aprendiendo cosas y las quiere usar, no quiere desprenderse de cosas que le gustan, que aprendió a hacer, o que descubrió y que ya son parte de uno. Al mismo tiempo, se recombinan de nuevas formas y uno va aprendiendo cosas nuevas o explorando otras que todavía no conoce y todo se va mezclando. Intento no repetirme, que no sea igual un proyecto que el anterior, pero tampoco tengo ningún problema en reutilizar cosas que me gustan y que todavía tienen mucho jugo para mí.

-¿Por qué siempre tuviste esa inquietud o necesidad de crear nuevos proyectos, de no quedarte con uno solo?

-Es algo que se da de esta forma, no sé si podría hacerlo de otra manera. Sí me doy cuenta de que sigo aprendiendo, estudiando música y otras cosas que incluyen la música, como la permacultura, y eso genera nuevas necesidades musicales. Entonces, no puedo evitar imaginar nuevas cosas que tienen que ver con lo que está vivo en mí en ese momento. Y hay ciertos momentos que no me alcanza con imaginar y quiero concretar. Si llegara a no poder poner en juego ciertas ideas cuando ya cobran un peso interior determinado me volvería loco. No me las puedo sacar de la cabeza hasta que no las hago. Entonces, llegado un momento las hago, aunque no siempre repercute positivamente en otras partes de mi vida, porque a veces tengo poco tiempo para dormir o para estar con personas que quiero. Pero necesito sacarme de la cabeza estos embarazos conceptuales. Yo lo siento así: hay algo que anida, que empieza a crecer y que no me deja tranquilo. A veces hay cosas que están en la mente y las olvido tranquilamente, pero hay otras que van creciendo, se van sumando con otras ideas, se van fertilizando y potenciando en la mente hasta que en algún momento la única forma de sacármelas de encima es ponerlas a prueba. Y cuando lo hago, algunas funcionan muy bien y otras no tanto. Pero es mi forma natural de avanzar, de seguir viviendo. No sé si podría quedarme con un solo proyecto.

-¿Por qué?

-Porque sería un poco tirano. En un proyecto con otras personas es muy difícil pretender que todos deseen hacer las cosas que a mí se me van ocurriendo y que van cambiando. Porque significaría que justo todos quisieran doblar en la misma curva o seguir el mismo trayecto. Entonces, prefiero que un proyecto se encargue de algo y si veo que tengo otra necesidad nueva que me apareció, si no le calza bien a ese proyecto, tengo que hacer otro. Y eso no quiere decir que el proyecto anterior no sirva, simplemente tengo otra necesidad que tiene que ser satisfecha.

-Incluso algunos grupos que creaste van tomando vida propia y funcionan incluso sin vos, como La Grande o PAN. ¿Te interesa que los proyectos sean independientes a tu presencia?

-Depende qué grupo, porque también tiene que ver con la semilla de la idea. Hay ideas que son más impersonales, en el sentido de que el concepto es lo que está vivo y que no necesita que esté yo. Por ejemplo, La Bomba de Tiempo desde el vamos lo pensé de forma tal que en algún momento pudiera no estar yo o cualquier de los miembros, y que eso no determinara el color de ese grupo. Y con PAN pasó un poco lo mismo. En PAN es muy importante quiénes son los músicos, porque cada uno tiene una personalidad musical súper específica y muy fuerte, casi que está basado en eso el grupo. Pero aun así lo pensé como un grupo en donde si yo falto no pasa nada, no soy la voz cantante. Simplemente soy un percusionista más que dirige, pero otros también lo hacen. En cambio, La Grande sí es un grupo que originalmente no estuvo pensado para que yo no esté, porque es un proyecto que toca composiciones mías. Fue pensado como algo más personal. Y, en realidad, en La Grande fue distinto el proceso. Yo me vine a vivir a Uruguay. Primero iba cada dos semanas para tocar con ellos, pero lentamente me fui dando cuenta que era muy difícil de sostener eso para la familia y para mí. Entonces, de a poco empecé a ir menos y tuvimos que ir adaptándolo de manera tal que el grupo pudiera seguir tocando, que gane otras cosas y evolucione.

-Todos tus proyectos tienen algo en común más allá del ritmo y la percusión: el baile como ritual de cohesión comunitaria. ¿Por qué te interesa tanto el encuentro de los cuerpos en torno a la danza?

-Me parece que la música tiene una función dentro de la comunidad, así como cualquier otra profesión o campo. No sé si la música existe solamente porque el músico quiere hacer música. Creo que hay algo en donde también somos como hormiguitas a las que fuerzas que ni siquiera comprendemos nos mueven; nos mueven cosas que quizás estudian la sociología, la antropología, la biología, la física. Pensamos que tenemos el control de nuestras vidas y de lo que hacemos, pero la verdad es que respondemos más allá de a nivel individual sino también como especie, como grupo, como comunidad. Respondemos a fuerzas que a veces no terminamos de entender. Y creo que, dentro de esas fuerzas, la música tiene un porqué que tiene que ver con una fuerza de cohesión comunitaria, que está vinculada no solo con el individuo sino con el grupo. Y que por eso sucede esa necesidad de comunicarse con la música, de empardar el sonido interno con el externo, el de los otros con uno mismo y con la naturaleza. Entonces, en algunos tipos de música claramente ese rol tiene que ver con el baile, con armonizar el cuerpo con el movimiento, no solamente con el oído, la mente, la emoción o el corazón. El cuerpo también es parte de la ecuación y el cuerpo en música es el baile. Después hay otras músicas que no.

Ñu es la última creación del percusionista.

-¿Por ejemplo?

-Ahora estoy armando un trío en el cual voy a hacer música más delicada que no va a estar basada en la improvisación, y que no es para bailar sino para escuchar y viajar con los ojos cerrados. Y también es un rol comunitario, pero es otro rol. Con el rol con el que diría que no comulgo es ese del artista como ídolo, como estrella o como algo que está ahí para ser contemplado; como un modelo de algún tipo de perfección. Eso no lo compro mucho. Obviamente, veo que es un rol de la música, también, pero a mí particularmente no me atrae jugar a ese juego, no me atrae ese rol y tampoco el resultado de eso. No me parece que sea bueno en mí. En mi ética personal, la música como aglutinador y separador de tribus no me gusta.

-Esa lógica que propaga la industria que pone al músico en un lugar de ídolo, como algo medio inalcanzable y no terrenal, es funcional al mercado, ¿no?

-Sí, bueno, para la industria seguramente es ideal porque es una forma de vender mucho de lo mismo. Una vez, una terapeuta me dijo: "El dinero no se hace inventando cosas, se hace replicando lo que funcionó". Creo que es una verdad, pero es un poco triste para los que gustan de crear, de inventar, de experimentar; para los científicos, para los músicos o los artistas que están buscando algo nuevo, porque quizás estás toda tu vida inventando cosas pero eso no se traduce en una economía muy sustentable. Y hay una lucha doble: por un lado, la lucha del artista como experimentador o descubridor de cosas, y por el otro lado cómo mantenerse económicamente. Los que hacen algo que ya está hecho y que funciona y simplemente lo replican con una pequeña variación, en general, les va mucho mejor económicamente y con mucho menos esfuerzo. Pero dentro de eso hay gente que lo hace de forma muy honesta y tiene la suerte de que su búsqueda personal está justo al lado del carril principal. Lo único que puede ser cada uno es lo más honesto posible consigo mismo y con su público, es decir, ofrecer lo que para cada uno es bueno y no lo que funciona necesariamente.

-Todos tus proyectos, desde Puente Celeste hasta acá, se han caracterizado por celebrar la diversidad y la posibilidad de apertura.

-Claro, porque se trata de improvisación, así que claramente está abierto a una mayor variedad, de eso se nutre el juego. Me gusta la diversidad, disfruto mucho de eso. A veces lo logro más, otras veces menos, pero siempre lo intento. De alguna manera, en permacultura -la cultura de la permanencia- la clave es la biodiversidad, que haya mucha diversidad de seres cohabitando ese espacio: diversidad vegetal, animal, hongos, microorganismos. Y ahí está la salud del sistema. Entonces, me da la sensación de que nos pasa lo mismo a nivel cultural: cuanta más diversidad haya en nuestro sistema, cuanto más seamos capaces de integrar lo diverso y de promoverlo, más sanos vamos a estar como humanidad. Cuando tratamos de unificar, de restringir esa diversidad en pos de algún tipo de beneficio, ahí es cuando empezamos a hacer lío.

Estudios de ritmo

Un proyecto ambicioso

Santiago Vázquez trabaja hace un tiempo en un proyecto ambicioso -"macro y monstruoso"- que engloba una veintena de discos con sus respectivos libros teóricos: Estudios de ritmos. Sin embargo, su mudanza a Uruguay hizo que el proyecto entrara en stand by. "Estoy empezando a construir una casa. Tengo todo mi estudio almacenado en un deposito", precisa el percusionista. "Estoy tratando de preparar la cancha para una etapa distinta en mi vida. Cuando tenga tiempo para mí, me interesa volcarme de lleno a ese proyecto. La idea es grabar composiciones solistas. Estudios de ritmos es algo que voy a grabar solo y tiene que ver con una inquietud personal en la que seguramente grabaré todos los instrumentos; es decir, es un proyecto muy puertas adentro para hacer en el lugar más escondido de mi mundo", se explaya. “Es un proyecto medio macro que engloba veintipico de libros sobre teorías rítmicas que fui acumulando y que tengo que ir volcando a capítulos de un libro grande”, puntualiza el músico y docente. Si bien tienen un componente pedagógico, los discos están pensados para la escucha de cualquier persona.