En el umbral de la poesía de Vento está Neruda. Luego acudirían también al llamado de auxilio Huidobro, Juarroz, Pizarnik, Gelman... entre muchos más. Y lee al inefable Juan – Jacobo Bajarlía, inmenso idólatra del lirismo. Esas largas charlas nocturnas, que sostenían entre ellos dos, provocaron que un manojo de poemas abarrotados en un cajoncito pudiera arribar a las librerías de la gloriosa calle Corrientes. Era 1984. Aquellos fueron los primeros berridos poéticos en A lo fugaz perpetuo (Milton Editores, Buenos Aires).

Años más tarde, Vento viaja a Europa. París lo encandila y decide establecerse  allí como profesor de español. Tanto lo inspira Francia que escribe como si tuviera un mandato divino. Distribuye sus textos y una madrugada, un aldabonazo colombiano lo sobresalta: “Oye Alfredo, nos cuadra sobremanera tu poesía... Suminístranos material tuyo ni bien puedas, y un merecido volumen de tus composiciones se impondrá". Es 2018 y la imprenta de Medellín da a luz Elogios al dietario de una peatona titilante.     

Borges un día sentenció: "Curiosa suerte la del escritor. Al comienzo es vanidosamente barroco. Pero a través del tiempo, si los astros están a su favor, conseguirá, no la sencillez, mas la modesta y secreta complejidad". Y ese sutil detalle mana del poemario A lo fugaz perpetuo. 

Hay tres caminos que el autor dirige a nuestra conciencia: el capítulo que inicia la obra puede estar resumido en los versos de César Vallejo:  En suma, no poseo para expresar mi vida sinomi muerte..., donde se contraponen el conflictuado mundo de la escritura y la manifiesta realidad de los elementos cotidianos. Del poema de Vento "Latente adultez", una muestra:    

Henos aquí...  

Eligiendo ser jueces o reos.  

Para enviciarnos de incredulidad.  

En viaje hacia la resignación.  

En la segunda, tercera y cuarta partes Alfredo Vento arranca con violencia los espasmos del amor, las pesadillas reveladoras, el furtivo tránsito, las aspiraciones ingenuas y desmesuradas, enfrentándose con patéticas metamorfosis, y lúcidos microbios. Leemos en "El anfitrión":  

Sobre tu desnudez 

- cerrojo que suplica llaves -

corretea un pájaro ciego  

con alas de humo y de cuchillos. 

El quinto capítulo nos devuelve atávicamente al olor a tierra como madre ineludible y antípoda del apocalipsis tan temido, y al enigma postrero ante el sumo juicio:  

¿Y si después del poema  

coligiésemos que todavía  

no hemos empezado a escribir?   

Alfredo Vento despliega en sus versos la búsqueda musical y la meta como imagen. Es un artista riguroso y un atento lector. Cumplir con este dogma es fundamental para todo aquel que pretenda llegar a su propia cúspide.  Y él ya se adueñó de los ingredientes claves de la receta.  

En Elogios al dietario de una peatona titilante (Inkside Ediciones, Colombia, 2018) esto se cumple. Germina en este nuevo poemario de Alfredo Vento un conjunto de pasajes sucintos en prosa, que se distinguen por una suerte de repetición del perfil atribuido a la actriz-faro, y es así como el escriba apela a sucesivas visiones de lo inusual e irrepetible. Porque sabe que acaso hay todavía un lugar en el orden del mundo reservado al ejercicio incorpóreo de aquel sino, la peatona, que aguarda en silencio:   

País embadurnador, tajante; invocas testarudos entremeses, lisonjeas obreros; dosis infantil, encolumnas. (IV de la sección Elogios).  

Estos textos aluden o enuncian una actitud conceptual engarzada en una sensibilidad extrema, sin perderse en análisis vanos, erigiendo estructuras de las que se decanta una mínima ironía:   

Enseñorearse, inquiriéndote, duermevela oblicuo, latifundio epistolar, titubeante invasión; todo epilogas, prólogo. (VI de la sección Elogios).  

La destemporalización de la lírica de Alfredo Vento, el olvido adrede de algunos artificios del ritmo, y el empleo de alegorías que conjugan seso, quimera y unción, lo ubican en el espacio de la exigencia y lejos de la alabanza asequible. El escritor sobresale y se realza por un afán de desnudez y pureza poéticas, eliminando comodines redundantes: 

Tamaña insensatez, -tarugo estéril, papisa enjuagable- interrumpiendo dentelladas, obrajes, ladeando enterezas. (X de la sección Adenda).  

Esas minúsculas partituras, a guisa de las cántigas medievales o de los salmos bíblicos, que arman el cuerpo absoluto del susodicho ejemplar, alcanzan y sobran para iluminar lo que el vate desgrana:  

Tundras, tonos inminentes evalúan posbélicos iliones; exasperas duchazos, ordinarieces; epifanía, llamador. (I de la sección Apéndice)  

 

 Los sueños del poeta siempre albergan teorías turbadoras.  Quizás conlleven algo de fatal. Y como corresponde, apremios y delirios. Alfredo Vento nos asevera que la Novia Poesía continúa trasmitiendo el clamor de certidumbres que incordian, al mismo tiempo que se regocija en el tronío cabal del arte.