Dos palabras aparecen con insistencia cuando pienso en cómo presentar esta necesaria reedición del Cuaderno a María Adela Agudo, publicado originalmente en 1953 y hoy casi inhallable. Dos palabras, decía, o más bien dos ideas: la idea de rescate y la idea de colectivo. Podríamos preguntarnos qué hubiera sido de la obra de algunos poetas fundamentales sin el impulso de sus amigos, sus compañeros, o de aquellos que tan solo admiran genuinamente una obra y desean acercarla a otros. Quizá Juan L. Ortiz no estaría hoy en el centro de la poesía argentina de no ser por el rescate emprendido por escritores más jóvenes, entre ellos Juan José Saer o Hugo Gola, que cruzaban el Paraná para hacer el ritual casi iniciático de la visita a Juanele, o por toda la labor que en torno a la figura del poeta entrerriano haría después el grupo aglutinado en torno a Diario de Poesía y que continuarían quienes hasta hace poco siguieron trabajando en la reunión de la maravillosa poesía de Ortiz. Acaso lo mismo podríamos decir de Joaquín Giannuzzi y de otros poetas rescatados ya sea del olvido o de un lugar en las sombras— por grupos de escritores.

Pero no voy a seguir con la tentación contra fáctica. Estamos aquí para hablar del rescate colectivo de María Adela Agudo y del cuaderno Agón, única fuente de consulta de la poesía de la autora, que muere joven, en 1952, antes de haber publicado el libro que proyectaba, al que iba a llamar La guitarra absorta. A poco de la muerte temprana de la poeta aquellos que la habían conocido deciden juntar sus poemas dispersos en un número especial de la revista porteña Agón. Incluyen también poemas en los que algunos compañeros de La Carpa (Raúl Galán, Manuel J. Castilla, Nicandro Pereyra) la evocan y despiden, además de textos críticos y semblanzas como la de Bernardo Canal Feijóo. Se suman los bellísimos dibujos de artistas como Spilimbergo, Castagnino, Juanita Briones, Víctor Rebuffo, Carlos de la Mota. Hoy, cumplidos ya los 70 años de la muerte de María Adela Agudo, otro colectivo de escritores y poetas, también aglutinados en torno a una revista, la revista santiagueña de nombre gelmaniano: Mundar, le dan una nueva vida a ese cuaderno, a la poesía de María Adela Agudo, y al significado que tuvo su figura en esta edición que a partir de hoy comienza a andar su camino entre los lectores del presente.

Pienso en la labor silenciosa que está detrás de este proyecto editorial: en el gesto de quienes llevaron adelante esta tarea de reedición: el volver sobre un volumen amarillado por el tiempo, convertirlo a la tecnología de hoy, rediseñarlo, leerlo y pensarlo con ojos nuevos. Y poner también el cuaderno Agón en diálogo con otras miradas, como las de María Teresa Andruetto y del Teuco Castilla. Aprovecho para agradecer el haber incluido también mi propia mirada al convocarme para escribir el prólogo.

La palabra colectivo, la idea de lo colectivo adquiere aún mayor densidad si pensamos en el lugar que tuvo María Adela Agudo en La Carpa, ese grupo que en los años cuarenta agitó y renovó la literatura del noroeste con su polémico manifiesto, con la contundente proclamación de una nítida conciencia regional y grupal, con su manifestación de un auténtico amor por la región alejado del pintoresquismo. También con su afán de consagrar la vida a la poesía, con su compromiso con el oficio que roza la profesionalización, con su iniciativa de construir una editorial de literatura pionera en la región: el sello La Carpa, donde iba a publicarse el libro proyectado por María Adela Agudo. Ella no fue uno de los miembros más activos de la agrupación (como Raúl Galán y Julio Ardiles Gray, como Nicandro Pereyra o Sara San Martín, que se reunían a preparar los cuadernos y boletines de La Carpa, a encuadernarlos y coserlos artesanalmente y luego venderlos por los pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras y por las calles de Tucumán). Al contrario, por momentos María Adela Agudo parece haber mirado la labor colectiva desde cierta distancia, como se deduce de sus cartas. Sin embargo, ella encarnó los ideales de La Carpa. Aún hoy me sorprende y me conmueve la intensidad de la admiración que sus compañeros sentían por ella. Raúl Aráoz Anzoátegui afirma que “su presencia fue fundamental para los que pertenecíamos al círculo de sus afectos y veíamos en ella algo así como lo más cercano a lo que admirábamos llegar; o sea adonde nunca se accede”. Nicandro Pereyra la define como una lograda conjunción de “Arte y Vida”, principal aspiración de La Carpa, en la medida en que tanto su poesía como su trayectoria vital parecen haber encarnado los ideales poéticos y políticos del grupo: “Veíamos en aquella mujer de grandes ojos negros el hechizo de una poesía y de una conducta. Su muerte tan temprana se ató a su vida ejemplar: perseguida por la pobreza y por una tiranía ciega, nos ha quedado de ella una lección de humildad, serenidad y valentía: es decir, un poco la imagen de lo que soñábamos en aquellos días”. “Como has podido Negra morir tanto” dice Raúl Galán en su “Elegía a María Adela Agudo”.

Si la poesía se define a menudo como ojo, entiendo que en estos textos convergen dos modos de mirar: una mirada serena y una mirada exaltada. La mirada serena está presente en los primeros poemas incluidos en Agón, que cantan motivos de la tierra natal y recurren a formas métricas populares y a la rima asonante. En ellos la poesía surge como celebración gozosa de los elementos evocados: la zamba, una calle de la ciudad de Santiago, el parque de la infancia, unas frutas en el camino, el vitral de la iglesia del pueblo, los trenes, una santarrita, unos nardos rojos. Los últimos poemas del cuaderno, “A un joven”, “Canto a Sigfrido”, “Pequeño poema”, “La otra amante” o “Poema para tu voz”, los más conocidos de María Adela Agudo y los considerados como la expresión más alta de su poesía, quiebran el tono calmo de los textos que he llamado serenos. Escritos en verso libre, son poemas en los que el yo emerge con nitidez y hace de la propia subjetividad su objeto. Un yo en permanente búsqueda, que invoca, en ocasiones, a un otro. Un yo que cobra la forma de una mujer apasionada y sola (“para qué tanta mujer que me dejaba solitaria”, “para qué ser coqueta, por qué la apostura de mis tobillos”), que ama pero sufre carencias: la falta de hijos, la imposibilidad del ser amado. “Yo, que todo lo enloquezco”, “mariposa de pasión”, “mujer por el soñar abandonada”, “mujer que sale del bosque, mujer de las casonas moliendo un cereal de cantares”, son algunas de las expresiones con las que, alternando la primera y la tercera persona, el sujeto poético prefiere autorrepresentarse. El tú al que se dirige aparece en cambio como el poseedor de todo aquello de lo que el sujeto carece (“yo no soy como tú”, “no poseo tus párpados efímeros ni la ebriedad de todos los joyeles del sueño”). Es, casi siempre, un hombre joven, rubio, inalcanzable: “niño, exaltado adolescente”, de “joven garganta llena de astros”, “rubio como los girasoles”, “rubio y con risa de plata”, “con un impulso de altura que me dejaba sola”, con voz “perfecta”, “interminable”, con nombre de “titán”, de “semidiós”, de “héroe”.

Es significativo que estos poemas que articulan una subjetividad “exaltada” hayan sido los elegidos para formar parte de la Muestra colectiva de poemas de La Carpa, la principal manifestación del grupo, y sean, al mismo tiempo, los más recordados por sus integrantes al evocar a María Adela Agudo. Sus versos fueron utilizados para definir también a la poeta, de quien se construye una imagen similar a la del sujeto de estos textos. Se trata, en efecto, de una poesía que ha generado fuertes efectos simbólicos en la figura de su autora. Si se vincula esta identificación del yo de los poemas y el yo del autor con el carácter emblemático conferido a María Adela Agudo, es posible conjeturar que ciertos atributos del sujeto de estos últimos poemas forman también parte del ideal poético y humano propuesto por La Carpa. Pareciera que sólo de un sujeto tal puede surgir una poesía que “sufre las crisis que el hombre vive”, según las palabras del manifiesto del grupo, es decir, una poesía anclada en su época.

Esta reedición del Cuaderno a María Adela Agudo es un paso crucial para restituir el justo lugar que cabe a la poesía de su autora y a la imagen de poeta que inspiró, en el proceso de renovación de la poesía en la región. Felicitaciones a la editorial Mundar y gracias: gracias por este rescate de una figura que encarnó un ideal colectivo en la literatura del noroeste argentino.