El domingo la ciudad estaba vacía, como si predijera una nueva pandemia. Apenas algunos caranchos sobrevolaban las terrazas buscando qué rapiñar. Todo anunciaba lo ya sabido: hemos sido derrotados. Esto es así. Y ya.

Dejaremos para dentro de un rato si ellos ganaron o nosotros perdimos, pero el domingo comprobamos en los hechos que nos derrotaron. Y hay un montón de frases para escupir. Por ejemplo que nadie volvió mejor, por ejemplo que si la tocan a ella no se armó nada. Por ejemplo el ya porfiadamente místico elamorvencealodio dicho así, de un tirón como las antiguas rezadoras del avemaría en los velorios, habiendo aún comprobado que no funcionó.

Quizá, el leguaje que emana del nuevo gobierno, haya que hacer en su mismo idioma un recuento del teatro de operaciones y saber dónde quedaron los vivos, donde los sobrevivientes, donde los muertos y donde los desertores. Y por sobre todo, dejar de minimizar al enemigo y valorar todas sus capacidades, ponerlas en los platillos junto con las propias y ver qué pasa con el fiel de esta balanza. Y tomar nota seriamente.

Venimos escuchando voces tan tardías como que salen recién hoy a decir que ahora sí, hay que resistir, hay que hablar, hay que luchar. Me recuerdan a “cerrá el portón que se escapó el caballo”. Incluso creyendo tozudamente que siempre es tiempo.

La semana pasada tuvo de todo: se cumplieron 75 años de la declaración universal de los derechos humanos, la democracia argentina cumplió cuarenta años, y hasta fue la fecha en que El Mariscal Antonio José de Sucre ganaba la batalla de Ayacucho con un ejercito compuesto por colombianos, peruanos, chilenos y argentinos, sellando así para siempre jamás las guerras de independencia libradas por Bolívar, San Martín y Belgrano. Y sin Whats App.

En reglas generales pareciera que todo pasó desapercibido. Dejaron esas cosas el descuido en algún lugar y se lo llevó la tormenta de vientos cruzados de esta nueva catástrofe, mientras los encargados de cuidar estos asuntos se distraían en peleítas de cositeros.

Hace muchos años nosotros hicimos lo que había que hacer: pensamos, discutimos, movilizamos, militamos, escribíamos paredes de noche. Y hasta cantamos cuando no se podía. En algún momento cantábamos a escondidas temas de Jara, de Silvio, de Paxi Andión, y no podría precisar cuántas veces vociferamos Volver a los 17 agarrados a la guitarra, de la tan amada Violeta Parra. Mucho la cantamos y con alegría, pero parece que no se entendió la parte de “mi paso ha retrocedido/cuando el de ustedes avanza". Y acá estamos. Inaugurando una expresión de pretendido asombro ante la nada sorprendente noticia.

Hay muchos enojados con el nuevo presidente, cuando en realidad él avanzó porque lo dejaron los nuestros, que abandonaron las posiciones mientras se daban cabezazos en reuniones estériles. A ver, él soltó un montón de palabras carentes de ideas, mientras los nuestros rumiaban ideas en reuniones interminables y privadísimas. Y no hablaban. La gente no va atrás del silencio, va atrás del que habla. Antes fue, hoy es, y siempre será.

En el pueblito perdido entre las polvaredas del camino, donde el frio quema y el calor aplasta y no pasa nada más que esa letanía repetida en siestas, el circo de la malabarista barbuda, los trapecistas esqueléticos y los leones mustios e insomnes, convocan a los aburridos, o sea, a todos. Y los divierte, porque es lo que hay.

En cuanto a los votantes apenas se dividen en dos: los odiadores y los que ignoran todo lo que estaba en juego. Ambos azuzados por una economía de un desorden descomunal. Ambos victimas colaterales de los comunicadores de intereses tan fabulosos como ignorados.

El panorama desde el espacio de enfrente es algo más complejo y variado. Por un lado los que siguen batiendo el parche hoy con la separación de poderes, y se asombran de que los jueces hagan barrabasada y media. Parece que todavía no notan que el trabajo de estos no es impartir justicia, sino garantizar el funcionamiento del modelo que ellos representan y cuidan, acorde a sus intereses. Por otro lado nuestros tiernos y sectarios izquierdistas, señalan con el dedo admonitorio el clasismo del nuevo gobierno desde una soledad tan poblada que es de no creer, vea. A esto hay que sumar los que ni acá ni allá, especulando a ver dónde qué. Luego los que realmente creen que hay que luchar ya, mas lo que avisaron que a la hora de salir a defender ya no saldrán. Lo dicen enojados con todos, pero sobre todo enojados con ellos mismos porque saben que van a salir. Y al fondo de todo, nosotros, los etiquetados como “ciudadanos de a pie” viendo en qué momento volverá a tener trabajo la “mano de obra desocupada”.

Todos finalmente, haciendo berrinchitos por la pérdida. Somos el nene que reniega porque la madre igual lo llevará de un brazo a la ducha del fin del día como algo inevitable. Y aquí estamos, bajo esta lluvia con los ojos anegados tratando de mirar.

Esta derrota durará lo que los nuevos lideres tarden en asumirla seriamente y a partir de ahí marquen un rumbo estratégico, claro y sin urgencias desesperadas, porque hasta para eso ya es tarde.

Ahora bien, tenemos un país federal y hay provincias que deberán resistir nuevamente las decisiones de Buenos Ayres, hoy CABA, porque todo indica que los van a joder. Para esto resulta importante dejar de mirar a nuestros lideres provinciales como extraterrestres que a veces dicen cosas simpáticas y sumar con ventaja sus políticas y discursos. Tanto el gobernador de Formosa, como el de La Rioja, como el de Santiago del Estero, entre otros, y por supuesto Axel Kicillof, tienen logros importantes porque hicieron, no solo lo que había que hacer, sino lo que sus votantes esperaban de ellos

Ayer, Axel Kiciloff hablaba y sonreía. No por ignorar lo que viene, sino por saber cómo enfrentarlo. Dijo que su compromiso es gobernar con un gabinete que gestiona y milita, que gobierna mirando a sus gobernados, que sin igualdad la palabra libertad es una estafa y que seguirá promoviendo la cooperación entre las provincias. Lo que se conoce cómo geopolítica.

Quizá sea hora de amalgamar el federalismo en términos políticos, y no ya solamente como cifras de bienestar. Alguien dijo que cuando todo había salido mal, lo ideal era comenzar de nuevo. Tal vez sea hora de recrear la unión de las provincias como una cadena fabulosa de resistencia efectiva y potente contra los caranchos que nos sobrevuelan mirando que rapiñar, y reconstruir de una puta vez esta nación desde el abrazo de los pueblos. Y hay por dónde.

La épica no se declama, se la construye y ella se nombra sola, en las plazas, las escuelas, los hospitales y las canciones. Aún en aquellas que cantábamos, y tenemos derecho de volver a cantar con alegría.