En los Valles Calchaquíes los antiguos crearon una tetralogía integrada por el uturuncu (yaguareté en quichua), el cóndor, la rana/sapo y el suri (avestruz), es decir, animales que intervienen en la vida cotidiana y que, actualmente, se expresan en pinturas, metales, madera y arcilla y que aparecen por en cada localidad de esta zona del país.

De hecho, la bandera de la Unión Diaguita -reúne a quilmes, amaichas, colalaos, tafíes, chuschagastas y tolombones, entre otros-, blanca, con vivos rojos y negros tiene en cada extremo a esos cuatro animales mientras que el centro lo ocupa un ser humano.

(Imagen: gentileza Rody Villalva). 

Delfín Gerónimo, que prefiere que le digan ceramista en lugar de artesano o artista, vive en El Paso, Tucumán, localidad pegada a Fuerte Quemado, Catamarca, donde la ruta 40 es bien angosta y se desliza entre cerros como el del Calvario o el de la Ventanita.

Árboles, y viviendas construidas sobre la emblemática ruta nacional que va de Tierra del Fuego a La Quiaca, casi se pueden tocar mientras a pocos metros el río Santa María o Yokavil se extiende, seco en invierno, caudaloso en verano.

Por esa zona a la altura del kilómetro 4282 de la ruta 40, un cartel sencillo de pintura blanca sobre madera, “Cerámica”, invita a conocer los trabajos del alfarero realizados sin torno ni moldes.

“Todo es parte por parte, con sistema de yapa o chorizo, manual, totalmente artesanal. El color que se le da a la arcilla, no es pintura, no es grafito, se logra con humo. Cuando ya la pieza está incandescente, se le da el tratamiento con humo y la pieza ya sale así. No tiene ninguna otra cosa”, adelanta.

Respetado por todos los pueblos que integran la Unión Diaguita, Gerónimo participó a las 28 años de las deliberaciones que en la Comisión de Nuevos Derechos derivó en el artículo 75, inciso 17 de la Constitución Nacional reformada en 1994, un hecho histórico y relevante para el país que reconoció derechos a los pueblos originarios que estaban en el territorio antes de la invasión española.

Aunque eso, el nacimiento de una nueva relación entre indígenas y el Estado argentino tras la reforma de la Carta Magna nacional fue hace 30 años, es un hecho histórico que aún está en debate y permanente pelea en los territorios donde sectores de poder buscan echar a sus legítimos pobladores.

(Imagen: gentileza Rody Villalva). 

Pero ¿cómo se hace para que eso que nos hace ser quiénes somos no se pierda en el camino de los cambios, de las invasiones, sometimientos y adaptaciones?¿Cómo el niño y joven de los quilmes aprendió a trabajar la arcilla? ¿Quién le enseñó a buscar la greda y convertirla en piezas? Algo de esto cuenta Delfín Gerónimo en esta entrevista con Salta/12.

-¿Qué significa la pieza premiada?

-El significado de esta pieza es esa memoria que ha llegado hasta nuestros días sobre la importancia del yaguareté o los uturuncos para los antiguos médicos (chamanes). Se utilizaba mucho la grasa, la piel del animal para la medicina, era muy importante entonces y hay una historia de metamorfosis de los antiguos chamanes médicos con el yaguareté, con el uturunco. Hasta hace poco tiempo, se escuchaba esa historia, la gente que iba a la zafra, a Tucumán, decía que encontraban al uturunco en la selva tucumana.

-¿Qué cuenta esa historia de mutación de hombre a animal?

-Es un hombre que se revuelca en la piel del uturunco y se transforma en un uturunco. Y la pieza que recibió un premio significa esa metamorfosis: la transformación del hombre en un animal que es visto como poderoso, sanador. El uturuncu o yaguareté es importante en todas las culturas. Se lo ve en la cultura mexicana, entre los mayas y otros está presente. En el sur los mapuches lo tienen como una presencia muy importante y si subimos a los Andes, igual. Quiere decir que tenía mucha valoración, mucho significado para la medicina, para el poder también. Un símbolo de fuerza, de poder, de visión y, de visión en la noche cuando todo está oscuro.

-Al crear esta pieza ¿en qué piensa?¿Por qué esa representación?

-Intento traer esa memoria antigua, esas producciones que tenían mucho valor simbólico, mucha significancia en lo ceremonial, pero que con el proceso de invasiones se prohibieron. Hasta nosotros llegaron los utilitarios: tinajas, pucos (vasija cóncava de cerámica), ollas, los que se usaban para la vida cotidiana. Pero lo ceremonial ha quedado en el olvido, casi. Por eso intento traer esa memoria. ¿Qué animales, entes estaban representados? ¿qué querían decir? ¿Qué eran? eran vasos y vasijas para poner alimento. Para hacer esto leí trabajos de investigadores pero muchas cosas he podido rescatar de mi abuela o de otra gente mayor.

-¿Cómo lograron proteger esa información y prácticas?

-Cuando estaban prohibidas, en el anonimato allá en las comunidades de altura se practicaba. Se hacían ofrendas, ceremonias y oficios para la Madre Tierra. O se tenía una persona fallecida como un protector al que se le hacían ofrendas, se prendían lamparitas, se lo llamaba. No eran velas, sino un trapo embebido en grasa que se prende y dura un par de horas en un puco.

-¿Quién le enseñó y cómo se aprenden los oficios en las comunidades?

-Mi abuela tuvo mucho que ver porque era ollera. Ese era el oficio, el nombre que le daban a los ceramistas en esa época. Se producía lo utilitario, la tinaja, los pucos, las ollas para cocinar mazamorra, ella hacía eso y bajaba a vender a Fuerte Quemado, Santa María. Bajaba a vender e intercambiar por alimentos o lo que necesitara. Lo mismo hizo mi papá. Mi padre también era del oficio y también hacía. Menos que mi abuela, pero hacía. Con mis hermanos nos criamos comiendo en pucos de barro y mis hermanas jugaban con muñecas de barro. Los animales que se ponían en Navidad, por ejemplo, eran de barro, de arcilla. Cocinadas en un fuego, como se hacía antiguamente. Así que de ahí viene lo que hago.

(Imagen: gentileza Rody Villalva). 

-¿Y a qué edad comenzó? Normalmente en las familias que viven en el campo los niños ayudan ¿no?

-Sí, sí. Nosotros le ayudábamos a mi papá, pero jugando. No era una cosa sistemática en el sentido de “tenés que producir tanto”. Con mi hermana ayudábamos pero después tuve que emigrar en busca de trabajo. Cuando volví, a mis 25 años, me empezó a picar esta necesidad de saber más. Por suerte estaba mi abuela todavía. Le pregunté y compartí mucho con ella. Y después fui practicando por mi propia iniciativa.

-Además de ceramista, como indígena también desarrolló un trabajo en torno a la defensa de derechos.

-Sí, paralelamente estaba la cuestión comunitaria, el derecho, la organización de la comunidad. Pero ¿qué otras cosas tiene la lucha comunitaria?: no solamente la lucha por la tierra. Están los saberes, la medicina, la cultura. Y en la cultura, ¿dónde está la cerámica? ¿Cómo le damos vigencia a eso? ¿Cómo le damos permanencia? ¿Cómo le damos visibilidad? Porque también los oficios se han degradado en el sentido hasta del nombre. Digamos, lo que hoy vemos en los museos está catalogado como arte. Y lo que producimos nosotros es artesanía. No sé si está mal o bien dicho (aunque) de todas formas, son terminologías de afuera. Y ahí empecé a rastrear, a leer libros y visitar museos para ver qué es lo que producían antes. ¿Qué había de nuestros mayores? ¿Qué producían en la cerámica? Y bueno, ahí están las pipas, los elementos ceremoniales, las vasijas, la decoración, la terminología presente. Y esto es lo que trato de reflejar en las obras.

La defensa de los derechos 

Con Delfín Gerónimo es posible hablar horas y horas porque a su trabajo de ceramista se suma la escritura con el libro “Versos y Relatos de mi tierra”, publicado por Ediciones del Parque (2017) en Tucumán, y la relevante misión de representar al Pueblo Quilmes en distintos escenarios y con diferentes tareas.

Sus palabras lo acreditan. “He dedicado 50 años de mi vida a la tarea por los derechos de nuestros pueblos, junto a muchos hermanas y hermanos de quienes aprendí mucho. Con los errores, que son lógicos y hasta necesarios, he sido parte de un proceso que protagonizaron los pueblos en este país para lograr su reconocimiento jurídico, aún cuando en la práctica falta muchísimo trabajo para su aplicación. De los diaguitas que atravesaron ese proceso tal vez sea uno de los pocos que quedan”.

Y cerró: “Entendí que la tarea de reivindicación tiene muchos frentes de trabajo, no solo la dirigencial. El arte es uno de ellos, de ahí mi esfuerzo por traer la memoria de mis mayores sobre sus conocimientos y producciones. Queda muchísimo trabajo, y mi deseo es que nuevos diaguitas sigan estos caminos y hagan cosas que superen lo que hicimos. He tomado la decisión de no participar más en las cuestiones dirigenciales, y aportar cuando lo crean necesario desde mi oficio que es lo que me gusta”.