Lilia Lemoine, entrevistada en la señal IP, contó al borde del llanto que fue abusada. Con buen criterio, la periodista Mariana Verón le preguntó si esa experiencia la llevaba a reconsiderar su discurso antifeminista y el rechazo a medidas de protección de las mujeres. Su negativa fue contundente: para ser iguales, las mujeres no necesitan depender de un “papá Estado” que las proteja, sino volverse fuertes ellas mismas. Frente a un abuso, “hay personas que se caen y hay personas que se hacen más fuertes”. La conversión solo es posible si el Estado no se mete. 

La misma épica de la sobrevivencia justifica el DNU dado a conocer por el Presidente el 20 de diciembre. Por su sola firma, se derogan o modifican unas 360 leyes y disposiciones varias. También la llamada Ley Ómnibus, que trastocaría, si la aprueba el Congreso, leyes sociales y laborales (la fórmula de ajuste de jubilaciones y pensiones, por ejemplo); o daría lugar a la privatización indiscriminada de las empresas públicas. Entre esas cuestiones fundamentales la ley incluye, igual que el DNU, disposiciones tan insustanciales como el uso obligatorio de la toga y el martillo para los jueces. Quizás esta insustancialidad deba conectarse con la criminalización de la protesta social que la misma ley dispone, al simbolizar una sociedad-estado monárquico que preserva el poder y los privilegios de una nobleza sin títulos, en este caso. “Hay personas que se caen”, expresa la épica de Lemoine. “Hay gente que se va a caer del sistema” dice, a su vez, Claudio Belocopitt, el dueño de Swiss Medical, refiriéndose a los aumentos previstos para la medicina prepaga.

Para la ideología libertaria y el sentido común, las medidas son desregulaciones, una retirada del Estado de la vida y las decisiones que toman las personas. Fuera el "papá Estado", el dolor nos hará fuertes y libres. Pero, apenas unas horas antes de la cadena nacional en que se anunció el DNU, como después de la manifestación de la CGT, la CTA y movimientos sociales para reclamar la inconstitucionalidad del decreto, el Estado se presentaba con toda su materialidad y fuerza. Desplegaba su mayor capacidad represiva para impedir que manifestantes tomaran las calles y proteger a automovilistas y demás transeúntes, frente a quienes estarían cometiendo un abuso ("invadiendo" Buenos Aires, en palabras de la ministra de Seguridad). Un Estado guardián de la libertad de los "argentinos de bien" frente a los invasores (¿serían aquellos de la serie V-Invasión extraterrestre, de los años 80?). En la primera manifestación, desde el Departamento Central de la Policía Federal, el Presidente y las ministras de Seguridad y de Capital Humano seguían los acontecimientos con rostros adustos, como generales que supervisan el desarrollo de la batalla (al menos, en las guerras clásicas). Ante la más reciente protesta sindical, la ministra se expuso sola después de comandar a sus escuadrones policiales.

Nos interesa la primera imagen, porque si seguimos la metáfora del sociólogo francés Pierre Bourdieu sobre las funciones del Estado, identificadas como manos -la derecha, los Ministerios de Economía y Finanzas, y la izquierda, los Ministerios de Bienestar Social o equivalentes-, ella nos advierte acerca del nacimiento de un Estado deforme, con dos manos derechas, debidamente bautizadas: Economía y Finanzas y Capital (humano).

Entonces, ¿se retira el Estado?, ¿desregula? Tenemos una mala noticia para libertarios e ingenuos. El DNU y la Ley Ómnibus, con el endurecimiento de la capacidad represiva, vienen a regular de otro modo la vida de las personas. A fundar otros vínculos, a hacer otro Estado. Y con él, rehacer la sociedad (no devolverla a un supuesto estado natural), y a redefinir el poder que la ordena, ahora como emanación de un príncipe veleidoso. Javier Milei no encuentra diferencias entre “un genio y un loco” -según le respondió a Mirtha Legrand- lo que parece justificar su pretensión absolutista. Un Estado que cae con toda su fuerza para eliminar la capacidad de autodeterminación (sí, eliminar la capacidad de autodeterminación) de las personas de a pie: trabajadores y trabajadoras que quedarán (quedaremos) más sometidos y sometidas a cualquier arbitrariedad, porque la amenaza es el despido sin indemnización; los /las inquilinas que deberán negociar individualmente sus contratos de alquiler; los/las clientes (sí, clientes) de las empresas de medicina prepaga que “caerán del sistema”; o clientes de lo que sea, como los alimentos, por ejemplo. No hay retirada ni desregulación. Hay otro Estado con el que se pretende refundar la vida social.

En una entrevista, el Presidente precisó el carácter de la reforma. Respondiendo a acusaciones de corrupción, por las ventajas de disposiciones a medida de empresarios identificables con nombre y apellido (como Elon Musk y su empresa Starlink), Milei afirmó que sus medidas no son un “paquete pro-empresa”, sino un paquete “pro-mercado”. En la superficie, el discurso perfila un Estado guardián de las libertades individuales, fundamentalmente la de competir en un ámbito (el mercado) en el que se equipara al susodicho Musk o a Paolo Rocca o a Galperín, con muchos más, cuyas vidas dependen de un empleo y de sus condiciones, así como del patrimonio social (la educación, la salud pública, las protecciones en general, además de las empresas y bienes públicos). Patrimonio que la sociedad argentina supo construir a lo largo de los más de cien años que vilipendia el Presidente y que, también hay que decirlo, no siempre supimos cuidar debidamente.

En su ideología, la épica de la sobrevivencia se impregna de la épica de la competencia: nos hace mejores por más fuertes, o caídos, como las empresas que no son competitivas. En los pliegues de este discurso, el Estado (del que el DNU y la Ley Ómnibus ponen los cimientos) arremete contra la sociedad que conocimos, cercenando la capacidad de autodeterminación de las personas, con la argucia de su libertad. Un Estado que interviene el viejo Estado, lo transforma, se hace más omnipresente y vigoroso para dar toda la libertad al pequeño grupo de los más poderosos; los nobles sin nobleza que miran desde arriba y sin compasión a los que caerán del sistema, protegidos por la ley y el orden policial. Más Estado para quienes reclamaban menos.

* Estela Grassi es profesora e investigadora consulta IIGG-FCS-UBA; Eliana Lijterman es investigadora Conicet-IIGG-FCS-UBA.