Una lista maldita. Eso es lo que propone la última obra del poeta Mariano Dubin, lista tan breve como visceral de los apellidos que “fundaron una Nación”, una cúspide hecha de los Braun, Blaquier, Mitre, Bullrich, Rocca, Anchorena, Fortabat. Curiosamente, apellidos que han sido ahora revitalizados desde la Casa Rosada, “mientras el mundo se agota entre cyborgs, viajes a Marte y series de Netflix”, se lee en su cáustico poemario El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado (Cuero).

El platense Dubin, que es docente, doctor en Letras y además de otros poemas como Bardo (Pixel, 2009) publicó libros de ensayo como Parte de guerra. Indios, gauchos y villeros: ficciones del origen (EME, 2016), reescribe el título de Engels en una pequeña e íntima genealogía del poder que es, a la vez, la puesta en escena de una conciencia desvelada. Así lo sugiere en un comentario Daniel Freidemberg: un poemario que no se rinde en la denuncia del genocidio, aunque amargamente asume que la política revolucionaria está en desaparición.

“Entre sus múltiples causas, resalto la falta de audacia poética”, reflexiona Dubin. “Pienso en San Martín y la representación oral de su figura de libertador como indio o cholo; en el cruce de Artigas y el nacimiento de la gauchesca con Bartolomé Hidalgo. Pero también, más cerca en el tiempo, pienso en la irreverencia de Santucho usando la bandera del Ejército de los Andes o mixturando las imágenes icónicas de San Martín y el Che Guevara. Tampoco hay Montoneros sin antes publicarse Cólera Buey. La poesía propicia una etapa revolucionaria. Y ahora se observa un agotamiento; lo ves en lo que son los recitales de poesía”.

Un suceso que ocurre también en la política: para Dubin, intentar cambiar el mundo siempre es irrumpir con una voz nueva. Hoy se siente una orfandad en las referencias, una cierta opacidad tanto en la acción como en el lenguaje. “Imaginate alguien como Urondo que escribía: ´Parece mentira / que haya llegado a tener / la culpa de todo lo que ocurre / en el mundo, pero es así´. Hoy, en cambio, hay un intimismo pasmoso del espacio privado. Por eso cuando escribo poesía tengo un interés particular por aquellos revolucionarios. Con Eva Perón, ya escribí La razón de mi lima viendo esas mudanzas de la épica peronista de los cuarenta y cincuenta a unos noventa fundidos por el Partido Justicialista. Y en esta búsqueda de claves revolucionarias volví al texto clásico de Engels”.

Retomando el espíritu de un David Viñas, para quien la barbarie era el hijo de la civilización y no su antítesis, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado no deja de sonar grandilocuente y en una tarea repetida hasta el hartazgo. El poemario, entonces, navega en las aguas turbias de entremezclar discursos, frases, anotaciones, y el filo resulta más agudo cuando se desnuda la violencia sin atenuantes del capitalismo. Como la conocida historia de la familia Braun en Argentina y de qué modo se conectan con las matanzas de indios para “limpiar” las tierras ganadas por la Conquista del Desierto, los fusilamientos de trabajadores en la Patagonia en 1921 o más recientemente con el negociado de La Anónima durante la última dictadura.

“Ese nombre, La Anónima, es brutalmente genial, casi una concesión poética que se permiten dentro de su feroz pragmatismo. ¡Un nombre kafkiano para una familia que hizo su capital cortando pelotas de indios y fusilando obreros! No hay nombre, no hay crimen, no hay historia. Es la pulcritud de los genocidios, la sangre de los argentinos derramándose en acciones en Wall Street”, agrega Dubin, que en el poemario cruza una parte en versos con otra en prosa, cita autores como Osvaldo Bayer y Norberto Galasso, enumera extractos de noticias periodísticas e ironiza sobre la cuestión del “eslogan cultural”.

En el fondo subyace la idea de que la literatura argentina tiene mucho de panfletario. “El Martín Fierro, El Matadero o el Facundo son panfletos geniales. Lamentablemente, hace años que se objeta a la literatura política pero, en verdad, el problema es la mala literatura política. Por ejemplo, toda esa producción moralista, clasemediera, que inundó los ambientes progresistas, generosa en eslóganes: el amor vence al odio; más poesía, menos policía; libros para ser libres”.

“¿Si sólo mataran indios, nos quejaríamos?/ ¡Habría algún reclamo en la ventanilla fatigosa de nuestra dignidad/ si sólo fueran negros los que flotaran en los arroyos de los barrios/ arrojados por la policía de madrugada y no nuestro aumento para viajar a Europa?”, se lee en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, y Dubin reconoce influencias como las de Fogwill en Los pichiciegos cuando dice que su novela no fue escrita contra la guerra sino contra una manera estúpida de pensar la guerra y la literatura.

Volver al panfleto como maquinaria política y poética de la tradición nacional pero también a su épica canalla, a la brutalidad política, a la originalidad mestiza. “Como dijo alguna vez Borges: enciclopédico y montonero”, repite Dubin, que vuelve sobre los Braun, más particularmente cuando Miguel Braun asumió como Secretario de Comercio con Mauricio Macri y realizó rápidamente un viaje de pleitesía neocolonial a Estados Unidos. “Recuerdo que entre amigos comenté eso. Para mi asombro, ninguno de ellos conocía el apellido. Quedé helado. Pero tampoco, aclaro, quiénes eran los Pueyrredón, los Bullrich, los Blanco Villegas. Las familias patricias que hace dos siglos gobiernan en la Argentina”.

En el apartado “Alambrados de un desierto”, entonces, el poeta cita a Macri -“Sarmiento pensó el país, Roca lo llevó a cabo”- y luego escribe: “Se precisan cosas simples/ encontrar la camisa planchada/ el café listo, los diarios/ sobre el escritorio, el teléfono con carga/ y las pelotas de los indios/ derramando sus dólares en la bolsa/de Wall Street”. Y más adelante: “Sé que los cyborgs esta noche esperan/ el chispazo/ que les exige la fatalidad:/ asesinar a cada uno de los santos inocentes/detener/ la rebelión humana”.

El poema como estirpe caníbal, leído en un collage que se entrecorta en varios momentos ante tanta cita y densos fragmentos teóricos, donde se pide a gritos el retorno de la voz autoral. ¿Por qué nadie habla de los Braun y el expolio brutal de las tierras de los indios pampeanos y patagónicos? Tal como Viñas lo enunciaba en Los dueños de la tierra, “Matar era fácil”: perfecta síntesis de lo que sigue ocurriendo en el presente, poesía impune del poder.