Jorge Antonio Olivera no reparó en gastos a la hora de celebrar los 50 años de casados con su esposa, Marta Ravasi. Preparó una fiesta en su casa en Vicente López. Hubo comida y baile. Incluso contrató un show del cantante ícono de aquellos años en los que se conocieron, Ramón “Palito” Ortega. La feliz pareja cantó, y los invitados hicieron coros. Hasta hubo algún que otro brindis por la libertad. No es curioso: Olivera –aunque la festichola no lo evidencia—está preso. Condenado a prisión perpetua por crímenes de lesa humanidad, pero en domiciliaria –a la que accedió por cuestiones humanitarias – a pesar de haber estado prófugo durante casi cuatro años.

El sábado a la noche, Olivera no era el hombre hosco que durante años conoció la prensa. Se había calzado un pantalón azulino y una camisa al tono. Su esposa lucía un vestido azul Francia. Los dos derrochaban alegría.

Olivera agitaba el brazo derecho y cantaba. Del otro lo tenía a “Palito” Ortega, que había llegado a la casa de la calle San Martín con un traje blanco impoluto para compartir con el auditorio algunos de los hits de los años ‘60 y ‘70. Marta Ravasi cantaba con ellos. “Y todo gracias al amor”, entonaban –o desentonaban– entre los tres mientras Lalo Fransen los seguía, desde atrás, con la guitarra.

Los invitados estaban exultantes. Una de ellas fue Cecilia Pando, la activista pro-impunidad que suele coincidir en sus cruzadas por la libertad de los criminales de lesa humanidad con Ravasi. Pando y su marido, el mayor retirado Pedro Mercado, tuvieron su foto con el cantante. “Escucharlo cantar nuevamente me hizo acordar de aquellas tardes que nos juntábamos con mi mamá, abuela y hermanas a ver sus películas y escuchar sus canciones. Canciones alegres que hablaban de Dios, de la madre, de la felicidad, del amor, letras que tanto cuesta encontrar hoy en día”, posteó, emocionada, Pando.

La música no solo la aportó Palito. Cuatro de los cinco hijos del matrimonio agarraron las guitarras y les dedicaron la canción Las nueve ramas, que popularizaron Los Paz. “Siempre quise un día una zamba darles /para agradecerles todo lo que soy/ la voz del consejo, del reto seguro/ el alma autoritaria, el corazón puro”, cantaron.

Javier Olivera Ravasi, con su sotana negra y su pierna sobre la silla, tocaba la guitarra. Es el más famoso de los hijos de la familia. Es cura y se dedica a dar la "batalla cultural" por redes sociales, donde no esconde su admiración por la vicepresidenta Victoria Villarruel –por quien su madre no siente demasiada simpatía. Cada vez que puede, Ravasi recuerda que Villarruel no hace lo suficiente por la libertad de los genocidas presos.

El hijo cura fue quien ofició la misma para que sus padres renovaran los votos en sus bodas de oro. El padre Olivera Ravasi se hizo famoso por haber compartido en redes un rosario hecho de balas. Se formó en el Instituto del Verbo Encarnado, una congregación ultraconservadora de Mendoza que era liderada por Carlos Buela, acusado de abusos a seminaristas y religiosas.

Ninguno de esos temas estuvo muy presente en la fiesta del sábado por la noche. Los 60 invitados celebraban, bebían, comían y se movían al compás de la música que pasaba el DJ. Página/12 se contactó con la productora que promociona los shows de “Palito” Ortega para consultar acerca de la contratación del artista –que una semana antes había tocado en el cumpleaños de Susana Giménez en Punta del Este– pero no obtuvo respuestas acerca de cómo se combinó el show o si el cantante conocía de antes a la feliz pareja.

Una historia de 50 años

Olivera egresó del Colegio Militar en 1971. Después de un paso por Campo de Mayo, lo destinaron a la zona de Cuyo. Con Ravasi se casaron en febrero de 1974, cuando él tenía 23 años. Ese fue un año fructífero en su carrera militar: en diciembre, lo destinaron al Regimiento de Infantería de Montaña (RIM) 22 y lo ascendieron al grado de teniente.

En octubre de 1975, a Olivera lo mandaron por primera vez al Operativo Independencia, la prueba piloto en Tucumán del genocidio que se implementaría después en todo el país. Volvió en noviembre, y retornó en diciembre.  Otro que fue de la partida fue Gustavo de Marchi, su compinche histórico.

Entre mayo de 1976 y 1977, Olivera fue el oficial de inteligencia del RIM 22 –conocido como La Marquesita. Decenas de testimonios lo identifican como secuestrador y torturador. Sobrevivientes también contaron que se jactaba de haber violado a Marie Anne Erize, la modelo francesa que solía ser tapa de revistas.

Ravasi, mientras tanto, trabajaba en la Universidad de San Juan. Estaba en el área de orientación vocacional porque había estudiado psicología. Olivera también frecuentaba la universidad. Sobrevivientes de la represión lo calificaron como el “Alfredo Astiz” de esa casa de altos estudios en alusión a la infiltración del marino en el movimiento de derechos humanos.

Un escapista de la justicia

Olivera no solo hizo carrera militar –y como carapintada–. Se dedicó a la abogacía y fue uno de los defensores del nazi Erich Priebke. En 2000, lo detuvieron en Italia por el secuestro y las torturas de Erize. Logró escabullirse presentando un certificado de defunción falso de su víctima. En 2007, después de la reapertura de los procesos en la Argentina, la justicia Federal de San Juan ordenó su captura. Tardaron más de un año en encontrarlo, pero la Policía Federal lo halló caminando por Vicente López. Recibió, así, la primera de sus tres condenas a prisión perpetua.

Después de la sentencia, logró que le dieran autorización para ir a una consulta al Hospital Militar Central con su consorte de causa, de Marchi. La consulta había sido gestionada por la propia Ravasi, que era psicóloga con grado militar. Desde allí se fugaron. A Olivera recién lo recapturaron en 2017.  Lo encontraron escondido en el baúl de un auto de su familia.

Pese a tener esos antecedentes, Olivera consiguió que le dieran la prisión domiciliaria al tiempo. La concesión se produjo en 2021 en la Cámara de Casación. La decisión la adoptaron Juan Carlos Gemignani y Eduardo Riggi. Se la otorgaron porque tenía más de 70 años y por “cuestiones humanitarias”. Mientras estaba en domiciliaria, Olivera urdió otra maniobra para salir de su casa. Presentó un certificado médico sin fecha que había firmado Mario Caponetto. El cardiólogo es uno de los exponentes del nacionalismo católico argentino, ligado tanto él como su hermano a la ultraderechista revista Cabildo. La fiscalía y el tribunal de San Juan advirtieron que era un nuevo acto de mala fe procesal y los jueces, por mayoría, decidieron revocarle la domiciliaria. Pero Casación optó por mantenérsela.

Después de que trascendieran imágenes de la fiesta del fin de semana, el fiscal Dante Vega –a cargo de la Unidad de Asistencia a causas por violaciones a los Derechos Humanos de Mendoza– y su colega Francisco Maldonado pidieron al Tribunal Oral Federal (TOF) de San Juan que investigara los hechos. En esa línea, le solicitaron a los jueces –que se enteraron de la fiesta por Twitter– que le impongan a Olivera la obligación de abstenerse de realizar eventos sociales “que supongan la concurrencia de un número considerable personas ajenas al entorno familiar, la contratación de servicios de música, mobiliario, catering, o cualquier otra actividad que, en definitiva, desnaturalice el alcance y sentido de la pena impuesta, y ponga en crisis la motivación estrictamente humanitaria que justifica dicho régimen de excepción”.

Por ahora, el TOF no se pronunció, pero a Olivera y a Ravasi, ¿quién les quita lo bailado?