El discurso del presidente ultraderechista cumple con las condiciones "formales" del fascismo contemporáneo. Esta cuestión formal merece ser diferenciada de los distintos contenidos históricos. En el caso del fascismo presidencial podemos establecer los siguientes rasgos.

A) Extinción de la Historia, borramiento de las luchas populares, de sus militantes y mártires, de los acontecimientos históricos transformadores, etcétera. De este modo la Historia se presenta simplificada a un principio absoluto, hubo cien años de decadencia que incluyen toda la historia política contemporánea, una historia corrupta y degenerada (especialmente por todo aquello que mereció llamarse nacional y popular) que dejó afuera a la "gente de bien" y que tan solo tuvo un punto prístino en el comienzo y que ahora según el ultraderechista, retorna con su figura.

Como es sabido, el término "decadencia" siempre ha sido una pieza clave en la construcción del discurso fascista. En este caso matizado por el negacionismo de la dictadura genocida y un uso deliberado, una vez más, de la" teoría del infiltrado".

B) Para anular y reducir a la historia a semejante simplificación, es necesaria la construcción de un antagonismo absoluto y sin mediación, para ello el imaginario social antipolítico, que efectivamente existe en el humor social de la población, sirve de plataforma, presentar a los políticos como una asociación criminal dedicada a esta operación le funciona al libertario para la constitución del término con el que antagoniza : "la casta". Dado que los antagonismos realmente constitutivos de la política han sido borrados o reducidos a una cuestión policial a perseguir, incluyendo nombres propios, de este modo, la audiencia parecía eufórica, sintiéndose elegidos para una nueva fundación del Estado, confirmando como siempre, que un fascista es un liberal asustado , aunque también se observaba la presencia de fascistas decididos. Obviamente esto iba acompañado de una guardia de periodistas emocionados por la gran hondura filosófica y moral del discurso presidencial.

Trazado el círculo donde el neoliberalismo financiero y el Estado se volvieron equivalentes, quedaba llamar a un pacto fundacional con los "buenos" que serían premiados sin otro requisito que el del colaboracionismo y con un proyecto que le entrega la nación al capital financiero y la vida social a la represión. El Fascismo contemporáneo es el síntoma de que la relación capitalismo-democracia se viene descomponiendo desde hace rato, esta componenda argentina de bukelismo, austríacos y Friedman, y amistad con la dictadura genocida, nos brinda un testimonio logrado 

¿Es posible que el rechazo de la población a la política, que según el planteo del ultraderechista, es pura casta corrupta, le entregué el poder definitivo a semejante destrucción de la soberanía en todos los sentidos de la palabra? El pueblo no es una esencia inmutable que está siempre ahí, como lo pensó la tradición romántica, es por el contrario un campo de experiencias políticas, que se reinventa en las coyunturas y que siempre demanda articulaciones nuevas ¿Puede el pueblo argentino, estar tan cansado, triste y fragmentado, como para ceder su deseo político a la pulsión autodestructiva?

El peronismo y la izquierda aludidos en el discurso presidencial, de modo evidente, seguramente deberán afrontar esta situación con una nueva imaginación política que permita el surgimiento y el encuentro con el pueblo a inventar.

Donde la extorsión quiere imponerse, existe el enorme desafío de atravesar la fragmentación de la sociedad con una dirección popular orientada y salvífica. "Solo el pueblo puede salvar al pueblo".