Dentro del universo literario, hay algunas preguntas clave que han ido marcando de distintas maneras todas las épocas. ¿Se puede enseñar a escribir ficción? ¿Es posible transmitir conocimientos específicos para producir un texto literario? ¿El escritor es antes que nada un buen lector? Desde tiempos remotos vemos que poetas, narradores y hasta filósofos han reflexionado sobre el arte de escribir. Si se traza un recorrido hacia atrás, con ancla en la Antigüedad y el Renacimiento, encontramos un conjunto de poéticas, retóricas, oratorias, propedéuticas que al mismo tiempo que brindaban herramientas precisas para la práctica de escribir asentaban principios que se suponían inquebrantables para definir el estatuto literario de las obras. En la actualidad y en el contexto nacional e incluso en el marco de los debates en que varios teóricos han fechado el cambio de estado de lo considerado literario y la hegemonía de un régimen estético y democratizador de las artes en contraposición a otros órdenes restrictivos, se han afianzado múltiples modalidades que legitiman la enseñanza de la escritura creativa. Desde los conocidos talleres literarios que han impulsado a jóvenes autores de mucho prestigio hasta la institucionalización pública y privada, de grado y posgrado, que forman escritores y alientan la profesionalización y la inserción de la escritura literaria en el sistema productivo.

En este marco se inserta el nuevo libro de Guillermo Martínez, titulado Once tesis (y antítesis) sobre la escritura de ficción, que reflexiona sobre la complejidad de escribir un libro de "lecciones" sobre escritura, dada la naturaleza subjetiva y cambiante de esta práctica. El origen del libro fue una conferencia que Martínez dio para Filba en 2022 con el mismo título, para la que revisó muchos de los argumentos teóricos y ejemplos que había expuesto en seminarios anteriores y en sus clases en la Universidad de Tres de Febrero, entre otros lugares. Además, este trabajo recoge parte de los conceptos presentados en el seminario que dictó en 2017 en el City College de Nueva York.

El escritor nacido en Bahía Blanca, autor, entre otros libros, de Crímenes imperceptibles y Acerca de Roderer, confiesa que siempre creyó que, para escribir, era preferible dedicarse a la práctica misma, sin necesidad de un equipamiento teórico previo. Sin embargo, a lo largo de su experiencia como coordinador de talleres y profesor en la Maestría de escritura creativa de la Untref, identificó “argumentos, que reaparecían, se refinaban y consolidaban”, así como dilemas y errores comunes que surgían con recurrencia. De ese trabajo eminentemente práctico, el escritor afirma que “provienen estas consideraciones teóricas, que son ni más ni menos que un criterio para pensar sobre la escritura”.

El libro pone a los lectores y a quienes deseen aventurarse en la propia práctica de escritura en situación: ¿cómo está hecho un texto? Es decir, llama a leer y a escribir con la atención puesta en los principios de construcción de la ficción para desentrañar, entonces, procedimientos, mecanismos, técnicas, que tal vez en una lectura no dirigida o pasatista pasarían de largo.

Además de presentar una lista de once tesis para la escritura de ficción, este libro incluye en cada caso la discusión de posibles antítesis. Una de las mayores preocupaciones del autor es mostrar el alcance limitado de sus afirmaciones en las tesis. Estimulado por las Seis propuestas para el nuevo milenio de Ítalo Calvino, donde el autor italiano señala las buenas razones para la posición opuesta a cada preferencia, Martínez se vale de un método que conjuga oposiciones y reparos.

La propuesta ofrece una perspectiva matizada sobre la escritura de ficción, destacando la importancia de considerar los contraejemplos en los criterios que guían la creación literaria. Su enfoque en la dicotomía levedad-peso, inspirada en Kundera, sugiere que la escritura puede beneficiarse al abrazar la interpenetración de contrarios, donde situaciones aparentemente opuestas enriquecen la narrativa.

Uno de los aspectos más destacados en sus tesis es la originalidad, que va más allá de la novedad superficial e implica un trabajo de selección frente a los lugares comunes. La resolución, o "maestría en la ejecución", se refiere a las elecciones acertadas en todos los aspectos de la escritura, buscando una forma que parezca natural y necesaria. La escritura misma se presenta como un medio en el que vive el texto, un lenguaje propio dentro del lenguaje que debe ser único y vibrante.

Un aspecto sustancial de este arte de escribir de la contemporaneidad es el de la idea de adoptar una actitud de originalidad que lleva a bucear entre lo ya hecho pero haciendo pie en el elemento diferencial del propio texto. Se sabe que no se escribe desde un punto 0 y que de un modo y otro ya encontramos en la historia de la literatura eso que creíamos que era una idea genial. Pero el arte del escritor está, sin dudas, en enfrentarse a la lucha entre los elementos hegemónicos y residuales que hacen a la evolución del sistema literario y en elegir lo propio en un proceso de refuncionalización estética.

El libro profundiza en la idea de ejercitar aspectos técnicos en la escritura para desarrollar una voz personal y una forma propia en la escritura. Comparando estos tecnicismos con una "cajita de herramientas", sugiere que al igual que en otras disciplinas, en la literatura también es necesario adquirir un lenguaje nuevo. Este artificio se construye mediante búsquedas artísticas, creando un lenguaje dentro del lenguaje que produce extrañamiento, al sacar los objetos poetizados del flujo cotidiano para lograr la experiencia de estar viéndolos como si fuera la primera vez, lo que otorga especificidad al hecho literario.

La "guerra contra el cliché" es pura batalla contra las frases hechas y lo que se ha cristalizado como el "buen decir" literario. Esta lucha obliga a una selección precisa del vocabulario, la creación de imágenes, la dosificación de tiempos y la creación de atmósferas que permitan que las palabras aparezcan con la intensidad, la sutileza o la sorpresa deseadas.

En cuanto a los comienzos de los textos, Martínez resalta la importancia de establecer el tono, el punto de vista y la "autoridad narrativa" del autor desde el principio, para atraer y mantener la atención del lector a lo largo de la historia. La introducción y desarrollo de los personajes debe realizarse a través de acciones y deliberaciones enlazadas con la trama y no mediante descripciones estáticas. En particular para la novela, Martínez enfatiza en la necesidad de ahondar en los personajes a través de giros, contradicciones y evoluciones, sin desatender los peligros de la sobredeterminación y los simbolismos declarados. Tanto es así que rescata cierta indeterminación como necesaria para dar márgenes de libertad al momento de incluir énfasis, cambios o ambigüedades en el curso narrativo.

Es notable el interés de Martínez por sugerir formas narrativas convenientes de administrar la información para que siga un trayecto natural, necesario, que la integre al fluir de la narración. Además, identifica dos tipos de información: específica y preparatoria. La primera se refiere a detalles técnicos o tradiciones culturales que no son comunes para todos los lectores, mientras que la segunda se trata de datos o movimientos iniciadores que dan pistas sobre hechos futuros de la narración.

Entre los distintos ensayos con los que Martínez trabaja en su libro están las “Tesis sobre el cuento” de Ricardo Piglia y el Por qué nos creemos los cuentos, de Pablo Maurette. De Piglia retoma la idea conocida sobre la duplicidad en la narración, tanto en el cuento como en la novela, donde existe una historia visible y otra secreta, cifrada en los intersticios de la primera. Del segundo libro, se interesa en la idea de convicción en una obra de arte, que produce una aceptación sin cuestionamientos del mundo propuesto. En diálogo con estas propuestas, él propone que la calidad diferencial del policial de enigma es establecer un pacto de lectura propicio para enmarañar al receptor en un juego de hermetismos, penumbras, dobleces y ocultamientos y sacarlos de la conocida fórmula de seducción, traición y sojuzgamiento.

Martínez deja en la última tesis una reflexión sobre los finales, entendidos como operaciones de desplazamiento respecto a lo narrado, que reúnen, resignifican o iluminan de una manera distinta todo lo leído. Mientras que en el cuento, el final revela la segunda historia y saca a la luz el plano simbólico, en la novela el final puede ser simplemente la extinción de la acción o de una vida, con mutis sigilosos de los personajes y epílogos para cerrar líneas secundarias o suavizar el aterrizaje.

La bibliografía mencionada funciona como un archivo exhaustivo y útil sobre el arte de escribir, al que se puede recurrir para cualquier iniciativa de investigación sobre el tema. Entre obras clásicas y fundamentales del campo de la crítica y la teoría literarias, se destaca además la presencia de Borges, Milan Kundera, David Lodge y César Aira, entre otros.

El libro ofrece una visión integral sobre la escritura y con cada una de sus propuestas originales, Martínez nos hace una invitación: a utilizar métodos y ponerlos en duda, a fraguar estilos, a filiarse y desafiliarse de tradiciones consolidadas, a organizar los materiales, elegir el espacio adecuado, inventar historias y, sobre todo, a probar suerte y ponerse de inmediato a escribir.