“Una repelente mamushka de terror”. Así  define la directora Erin Lee Carr la historia de Mommy Dead & Dearest (estreno hoy a las 22 por HBO). Para llegar a la más chiquita de las muñecas habrá que abrir antes otras mucho más espesas y tenebrosas. La primera de todas ellas presenta el caso: en el 2015 una madre cariñosa ha sido apuñalada hasta morir y se desconoce el paradero de su hija recluida en silla de ruedas. En ese pueblo de Missouri conocían bien a Dee Dee Blancharde y a Gypsy Rose. La mujer había arribado a Springfield con su primogénita tras haber perdido todo por el huracán Katrina. Las autoridades temen lo peor cuando en el Facebook de la chica alguien escribe “Esa puta está muerta”. Y lo peor se manifiesta pero de una manera inesperada. La responsable del asesinato ha sido Gypsy Rose, junto su novio, con el que se había fugado sin necesidad de su silla de ruedas. Porque Gypsy Rose no era discapacitada ni padecía todas las condiciones crónicas que se habían dicho. 

No se trata de un spoiler porque cada aspecto del documental deriva en una revelación más increíble y truculenta que la anterior. A decir de Dee Dee, Gypsy tenía un retraso madurativo severo, por eso amaba las historias de Disney como Rapunzel pese a tener más de veinte años. Ambas eran asiduas recurrentes a hospitales y a programas de beneficencia por todos los males que supuestamente aquejaban a Gypsy (distrofia muscular, asma, daño cerebral y hasta leucemia). Su relación en apariencia no podía ser más simbiótica, por eso el matricidio destapa un proceso muy complejo, con arietes que van desde abusos mentales por parte de la víctima, estafas, impericia médica, un servicio social ausente y juegos de roles perversos. 

La fábula de amor entre madre e hija escondía un dominio patológico que nadie supo ver venir. En un momento dado, Gypsy se compara con la doncella encerrada por una bruja malvada en una torre y la analogía es de lo más sensato que hay en esta película. “Ahora sé que la vida no es un cuento de hadas”, dice la chica, entrevistada por la propia directora a la espera del juicio a sus 23 años. “Esta es la primera vez que digo toda la verdad, incluso le he mentido un poco a mis abogados”, dice en otro momento la acusada con una sonrisa infantil. La sexualidad de una adolescente torturada (“un poco como si fuera una historia Disney”, cree Carr) es otro de los componentes que asoma en Mommy Dead & Dearest. 

La realizadora apela a un registro collage (material de archivo, entrevistas, found footage, cámaras de seguridad, historial de redes sociales) en una búsqueda que procura apartarse del golpe bajo, del manierismo y la simple generación de empatía con la homicida. El foco está en la dimensión humana de los involucrados como un intento de comprender lo que ha sucedido. Desde un comienzo no hay dudas sobre quien cometió este filicidio, lo absorbente tiene que ver con que ese material propio del gótico sureño de los Estados Unidos haya sucedido en verdad. 

Mommy Dead & Dearest, de hecho, se enmarca dentro de ese género tan en boga denominado “True Crime” (The Jinx, Making a murderer) focalizados en asesinatos perturbadores, narrativamente encaminados como un thriller, que tantean el morbo, el examen de psicopatías y la propia incredulidad. “Mi background personal es el de estos documentales sobre crímenes. Para las mujeres es algo particular, porque es como que tu peor miedo se haga realidad, vemos y accedemos a la violencia como una cosa dramática. Este fue uno de esos casos en los que tu interés como espectador se conjuga en tu trabajo como realizador. Más que resolver el crimen se trata de deconstruir lo que aconteció”, dijo Carr en una conferencia telefónica de la que participó PáginaI12. “Cuando empecé a investigar me decía a mí misma, esto es ‘pescado podrido’, es una locura, no puede haber pasado en la realidad. Y eso era solo el 30% de lo que circulaba como noticia, había mucho más por ahondar”, manifestó la realizadora.

–¿La afectó en algún modo conocer a Gypsy?, ¿cuánto cambió este encuentro el proceso del documental?

–Me tomó bastante tiempo conocerla. Era justo el momento previo al juicio, así que no que era prioridad para ella dar su testimonio para un documental. Mi intención era conocerla antes de ir a filmarla.  Primero tuvimos un encuentro off the record. Ella necesitaba conocerme antes de tomar la decisión de participar en el proyecto. La entrevista siguiente resultó duró algunas horas y fue de las experiencias más intensas en mi vida.  

–¿Fue difícil llegar a su testimonio y al del resto de los involucrados?

–Siempre es un tema. Lo hicimos a través de cartas vía abogados. Contacté a su abogado y ahí comenzó todo el proceso de contarles quién era y que mi intención no era demonizarla. Como también le dije a su padre biológico, yo no puedo juzgar lo que ha hecho. Tras ver el documental hay gente que se ofuscó con su padre, se preguntanban “¿cómo puede ser que no haya hecho más?”. Hay que reconocer que esta situación es como un rayo en una botella. No podemos juzgar a nadie si no estamos en sus zapatos. Es muy importante como documentalista recordar una y otra vez que estás lidiando con seres humanos.  

–Teniendo un material tan singular, ¿era importante alejarse del enfoque exploitation? Lo cual debe haber sido difícil ya que de por sí todos los elementos reales eran horrorosos... 

–Totalmente. Me tuve que guiar por mis instintos para hacerlo de esta manera. Una vez que conocí a Gypsy Rose como persona todo lo relativo a lo más oscuro de la historia se esfumó. Mejor dicho, es una persona que atravesó todo eso. No podía evitar los elementos de tabloide pero intenté presentarlos con cuidado. Hubo un artículo en BuzzFeed que trabajó la historia de manera muy bella y seguí ese modelo, apegada a  Gypsy como ser humano. 

–¿Era consciente de que el perpetrador del crimen despierta más simpatía que la víctima? ¿Cómo hizo para no justificar su accionar?  

–Para empezar están los hechos del abuso emocional de Dee Dee y la evidencia de los estudios médicos. La única desventaja es que Dee Dee no está más para dar su palabra. Por eso era muy importante dar con el testimonio de quienes la conocieron y que ofrecen un retrato bastante problemático. Entiendo lo que pasó porque es consecuencia del abuso.  

–El documental tiene dos grandes partes. La primera en la que se presenta lo sucedido y la segunda focalizada en el juicio. ¿Por qué?

–Como realizadora tenía que empezar por el crimen, que es como yo también llegué al caso. La pregunta no era quién mató a Dee Dee sino porqué la mataron. El resto era cuestión estratégica de edición sobre cómo íbamos a revelar la información. Y ahí se destapó este asunto en el que un horror vive dentro del otro. El misterio se acaba pronto porque ella admite su responsabilidad entonces el documental se guía por simplemente por el estricto orden de los hechos.

–Varios de los documentales de este tipo –Paradise Lost, Capturing The Friedmans, Casting JonBenet, por nombrar algunos– se enfocan en familias de apariencia perfecta o muy disfuncionales. Pero además son muy representativas de su país. Lo mismo sucede en su documental. ¿Qué nos están contando de Estados Unidos sobre su relación con la violencia? ¿Hay algún otro aspecto del riñón estadounidense?

–Sería difícil encontrar una historia así en otra parte, por  otra cuestión: lo relativo al sistema médico de nuestro país. Esta mujer visitó cientos de hospitales, ninguno pudo impedir lo que pasó y muy pocos se dieron cuenta de que había algo extraño. Consumimos todo tipo de dramas médicos por televisión, pero ninguno realmente se pregunta cómo funcionan, lo que se puede falsear en un historial clínico.  En ese sentido, sí, es muy propio de “lo estadounidense”.