Más que una deliberada asociación, la pertinencia de la cita quisiera abrir como un abanico sus múltiples niveles de connotación y reparar en lo que podría ser un detalle si no se tratara de cierta clase de hombres y mujeres quienes, además de hacer todo lo que existe debajo del sol para sobrevivir, se ven vivir y, sobre todo, escriben. En febrero de 1976, luego de muchas amenazas la dictadura cívico militar secuestró a Haroldo Contí. Para entonces, Conti ya había colgado un papel frente a su escritorio que decía: “Este es mi lugar de combate, y de aquí no me voy”. Estaba escrito en latín, cuenta García Márquez en un artículo; pero eso no les impidió hacer lo que hicieron, ya se sabe. El amor por las palabras y la convicción de que pueden cambiar las cosas, baja como un puente tendido hacia el escritorio, que no es un mero mueble. En otro plano de lo real, o acaso en el mismo, una mujer llamada Greta, una escritora, o una niña que ha crecido hasta alcanzar los setenta años, recuerda el momento en que durante un viaje a Carmen de Patagones se encuentra de casualidad como quien está a punto de retomar su pacto fáustico (“las casualidades no existen, m´hija, existe un orden secreto, el diablo me lo dijo”) con un hermoso escritorio de roble lleno de cajoncitos que rápidamente se dispone a pagar y llevarlo a su casa de Buenos Aires donde vive con su gata Praskovia. “¡Fue entonces, ahora lo tenía! Cuando volvió y se lo topó en el estudio, poderoso como el más poderoso de los sueños. Fue en ese momento que empezó a suceder la borrachera. Y no difería demasiado de otras que, en tiempos lejanos, la habían hecho correr bajo los árboles o aullar en plena calle. ¡Allá voy, hermanos muertos!, imprevistamente gritó. Y sin detenerse a pensar en lo desolado de su grito, desentendida del equipaje y de su casa, como si temiera que el impulso se le esfumara, de un tirón acomodó sobre el escritorio todo lo que había amontonado en el suelo, enchufó la máquina y la encendió. Buscó en el Winword la carpeta Vera y el optimismo3, recuerda Greta. Pero no abrió el archivo Vera3-ideas, ni ninguno de los infinitos Verax que, desde hacía años, venía llenando con páginas que a veces eran como deslumbramientos y que algún día, cuando por fin consiguiera darle forma a ese caos ardiente, iba a ser su novela final, la que había decidido escribir apenas terminó La memoria de Uma Harán, esa que, nomás sucedió lo que sucedió, se hizo el juramento de perseguir hasta que alcanzara la medida de sus sueños. La novela que por fin cerraría el ciclo. Ahora mismo era el momento de empezar a darle forma a esa lava candente que un día 44 iba a completar lo que en la adolescencia se había propuesto como su destino. Creó el archivo Vera3 nuevo y, sobre la página en blanco, en negrita y con subrayado, escribió: Capítulo uno”.

Y para ese momento, los distintos niveles de la ficcionalidad ya estarán regidos bajo los subrepticios mecanismos de la memoria y se estará leyendo Noticias sobre el iceberg, esta genial nueva novela de Liliana Heker.

Hay dos orígenes de distinta naturaleza, y los dos se me instalan entre fines del 2013 y comienzos del 2014” dice Liliana Heker. “Uno es una escena: Vera, de sesenta años, intenta hacer la vertical en el momento en que suena el teléfono y se escucha, en el contestador, la voz de un muchacho que quiere hacerle una entrevista. El otro es un relato: el proceso doloroso que vive una mujer junto a su gato amado, que tiene un cáncer incurable y acaba muriéndose. Eso me había ocurrido a mí con mi gato Ilich que, luego de cuatro meses desesperantes, murió en octubre de 2013. Lo perturbador, y de ahí la idea de escribir una ficción con ese tema, fue que, durante los primeros días, yo negué que el gato pudiera estar enfermo y atribuí su estado al hecho de que me había extrañado porque yo había estado de viaje, de ahí que el título de esa novela inexistente fuera “Vera y el optimismo”. De los dos disparadores lo único que se materializó fue la escena de la vertical y algún apunte sobre el ser-optimista. Con los años, de vez en cuando la idea volvía y yo le hacía alguna modificación mental. Pero de escritura, ni una palabra. Hasta que empezó la pandemia. A partir de ahí, el proceso no tuvo nada de nítido. Escribía, sí, pero la historia seguía transformándose y no tomaba su forma definitiva. Creo que nunca escribí una ficción con tanta incertidumbre respecto de lo que sería la totalidad. Visto desde ahora, creo que fue una aventura inédita. Y apasionante”.

A partir de un manejo deslumbrante de diferentes técnicas narrativas, ya sea en los diálogos para que las palabras asuman las posibilidades y límites que ofrece de pensar y representar, constructoras de eso que suele llamarse realidad, o por intermedio de ficciones que según los distintos capítulos se van sumando como mamushkas, Liliana Heker escribió una novela con mucho humor pese a las condiciones tristes y trágicas que le dieron origen. Otro punto de partida, su columna vertebral que por momentos se despliega bajo la tensión del policial de enigma, cuyo detective sería una Saroyan, pero es Greta, la gran escritora, a la que nada de lo humano pareciera serle ajeno, acepta ser entrevistada por un joven, Marcos, cuyo aparente propósito es realizar su último trabajo práctico para recibirse de periodista. No llega solo el joven a la casa de la escritora que desde hace muchos años no da entrevistas. Lo acompaña una chica llamada Albertina. Y este el comienzo de la gran fiesta literaria. Víctimas y victimarios al mismo tiempo, los jóvenes. Greta, la gran escritora, tiene un sentido del humor complejo y atrapante. Su gran virtud reside en no tomarse demasiado en serio a sí misma pero sí a la literatura.

“La literatura es parte insustituible de la vida de Greta”, dice Liliana Heker. “Ibsen, que la lleva a reflexionar sobre la voluntad subterránea; Thomas Mann, que instala en ella el deseo de escribir las aventuras de una mujer trasgresora; los poetas del Pan Duro, por quienes entiende que también con un mundo cercano al suyo se puede hacer poesía; las historias de Vida maravillosa de niños célebres, que le marcan un destino prematuro y demasiado escarpado. Pero no sólo en su calidad de lectora la literatura es parte de su vida. También lo es en tanto hacedora. Sus desbordes y su soledad y su furia de adolescente los vuelca en su escritura. Y cada una de las páginas que escriba después estará hasta tal punto entrelazada con ciertos episodios que ha vivido que, aunque lo intente, no encontrará la manera de separar a unas de las otras”.

La entrevista, la supuesta motivación, hace que Greta se vuelva hacia sí misma, recordando y reflexionando, siguiendo el juego muchas veces de la correspondencia entre la vida y la obra. Un repaso por su obra a modo de espejo donde rápidamente se pone en evidencia que lo que buscan de ella es inaprensible como un secreto contaminado de fantasías y recuerdos ajenos. Greta fue una joven de los sesenta con todo lo bueno y lo malo que eso significa. Ella misma se encargará de derribar mitos durante la entrevista. Después estarán los otros, entre Mitos y Leyendas, su adorado Bécquer, y el encuentro con poetas y narradores argentinos. Sobre todo, con uno, que será bastante importante en su vida.

Hay, en muchos sentidos, no sólo uno, algo clave en la novela, y es el encuentro con un poeta.

-¿Su primer encuentro con un poeta de carne y huesos? Ah, no sé si fue tan poético como lo habría soñado una adolescente lectora de poesía pero, como Greta seguramente diría, hizo que ella tempranamente mostrara la hilacha. Y que, por un atajo no muy ortodoxo, encontrara su camino.

SER LA MÁS GRANDE

Enfrentada a los cajoncitos del enorme escritorio adquirido en Carmen de Patagones, Greta se pregunta ¿qué iba a guardar ahí? Va desechando cartas de amor, algunos poemas que le habían dedicado, algunas fotos. Entonces lo entiende entre la confianza y la revelación: lo que va a guardar detrás de esas persianitas serán sus cuadernos con el diario manuscrito.

“Diarios manuscritos. Ahí estaban los cuadernos, un poco percudidos: los primeros, La materia en el arte, la marca preferida desde su infancia. Los que siguieron, con espiral y cuadriculados. Se encogió de hombros: los gustos cambian con el tiempo. Sacó el cuaderno que estaba arriba de todos. 1966, decía en la tapa. Fue a la primera página. 10 de enero, leyó. Y debajo de la fecha, escrita con su letra espantosa, la primera frase como un estallido. “Ser la más grande”. Cerró el cuaderno con una violencia que un momento después la llevó a preguntarse qué era lo que la había espantado. ¿Acaso no guardaba, viva y detallada, la memoria de cómo había sido en esa época y en cada una de sus épocas vividas? ¿La memoria no era su don, el único, tal vez, con que la habían dotado en la cuna sus poco ortodoxas hadas? Ahora mismo, en un archivo que ya no existía, ¿no había anotado algo que tenía que ver con sus delirios de medio siglo atrás? Pero verlo en crudo, escrito con semejante impudor, sin el filtro organizador, ¿amansador?, de la memoria, era otra cosa. Esa pendeja irresponsable la estaba interpelando. Y no era lo peor esa interpelación. No pudo evitar verse, juzgada por esa frase, en la lectura de otros. ¿Con ‘otros’ te referís a la posteridad, Greta querida?”

Todo esto suena a una típica adolescente de los sesenta ¿lo pensabas así al escribirlo?

-No soy partidaria de las generalizaciones. Muchas de mis compañeras de la escuela normal -que un año después entrarían como yo en la década del sesenta- en el 59 iban los sábados al baile acompañadas por sus madres, quienes desde sillas apoyadas contra la pared controlaban a sus hijas y a los candidatos de turno. Presumo que esas colegialas no deben haber cambiado demasiado al año siguiente. Vale decir que, como ocurre en cada época, había de todo. Pero doy fe de que unas cuantas nos animamos a sumergirnos de cabeza en lo que proponía ese tiempo. Greta, mi personaje, fue una de ellas, aunque su experiencia no se parece a la mía. Ella, por ejemplo, no fue parte de una revista literaria, como era mi caso; su iniciación fue bien distinta, más solitaria y, sin duda, más desamparada. Sea como fuere, pienso que haber sido adolescente en los sesenta fue una especie de privilegio; todo estaba, o parecía estar, en proceso de cambio, en lo ideológico, en lo cultural, en el comportamiento sexual, en el modo de entender la vida. Y muchos de esos muy jóvenes que de una u otra forma saltamos al ruedo, nos sentíamos co hacedores de ese cambio: protagonistas de nuestro tiempo. Por supuesto, soy consciente de que, por exigencias de espacio, estoy generalizando bastante y también, idealizando un poco. Además, los sesenta no fueron eternos y tampoco un terreno lisito. Ya en el sesenta y seis hubo un golpe de estado y, como respuesta y compensación, en el sesenta y ocho ocurrió el Cordobazo, un levantamiento excepcional en el que, por primera vez, obreros y estudiantes marcharon juntos. Hubo muchas otras instancias históricas y culturales, polémicas, polarizaciones y creación a mansalva. Y por fin desembocamos en la tragedia del golpe militar del 76. Muchos acontecimientos y mucha muerte para un período tan corto. Sin contar con que la historia que siguió, y la que sigue, no nos mezquinan porrazos. Pero aun así creo que, para quienes fuimos jóvenes en los sesenta, esa época dejó sus marcas.

FOTO DE ALEJANDRA LÓPEZ

¡En qué sentido te referís a esas marcas?

-Ciertas etapas y ciertas experiencias que una vive dejan sus marcas y sus golpes y una tiene que arreglárselas para hacerse a sí misma con eso o a pesar de eso que le cayó encima. Sí creo que, en general, ciertas experiencias tienen un peso muy singular si ocurren cuando una se está formando, cuando está conociendo la vida por las suyas y, en cierto modo, empieza a entender, y a decidir, quien es y quien quiere ser. Creo que en la novela este tipo de cuestiones está bastante presente. El hecho de que Greta se encuentre frente a un chico y una chica muy jóvenes hace que se interrogue respecto de su propio ser- joven y respecto de su ser- ahora; que sienta de una manera muy intensa el peso de los años y se interrogue acerca de la posibilidad imposibilidad de encuentro con una generación muy alejada de la suya. Por otra parte, el motivo por el que los dos visitantes están en su casa, la entrevista a la autora célebre, lleva a Greta a hurgar en algunas experiencias de su pasado que ella siente como esenciales pero que, en rigor, no quiere enfrentar.

Hay mucho humor en la novela, y aparece muy despojada de nostalgia.

-El tema de la nostalgia aparece en Noticias sobre el iceberg de manera explícita. Ante una pregunta de los visitantes, Greta explica por qué no es nostálgica. Lo vivido, (más o menos dice), bien vivido está; lo saboreó o lo sufrió hasta el hueso; si fue hermoso, permanece inalterable o aun enaltecido en el agua de la memoria, convive con ella; la constituye; ¿qué sentido tendría volver a vivirlo? Y si fue ingrato, ¿cuál sería la razón para añorarlo? En cambio, dice, tiene nostalgias de lo no vivido, de lo que nunca fue. Haber sido adolescente en un pueblo, por ejemplo. Y también tiene nostalgias ajenas, un perfume de yuyos y de alfalfa en una calle de Pompeya que ella nunca pudo siquiera olfatear. Fuera del tema de la nostalgia, me comentaste sobre la problemática existencial que viste en la novela. En realidad, en ningún momento de la escritura me planteé si estaba abordando, o siquiera rozando, una problemática existencial. No son estos los planteos que me hago cuando estoy trabajando en una ficción. Me importa mi personaje, esa mujer o ese hombre singular que por alguna razón se me cruzó y que llego a conocer al punto de que puedo soltarlo y dejarlo actuar y reflexionar por las suyas. Seguramente, ahora que me lo decís, podría aceptar que en Greta hay una manera existencial de entender el mundo y de entenderse. El ser-para-sí y el ser-para-otro están presentes en sus reflexiones; el elegir y el elegirse aparecen en la raíz de su conflicto. Pero ella en ningún momento de la novela se lo plantea en estos términos. Y yo tampoco me lo planteé. Greta es de una manera, se comporta de una manera. Cada lector verá lo que verá a través de esos comportamientos y de lo que ocultan. Hay algo misterioso en cada personaje que una crea. Quién es y qué es para cada otro, para cada lector. La verdad que no lo sé y siempre me dan curiosidad esas construcciones ajenas. Ir enterándome azarosamente me resulta bastante jugoso.

 

Noticas sobre el iceberg es una de esas novelas que uno está esperando para leer, acaso como se esperan ciertas confirmaciones. Es una lástima que ciertas frases estén tan trilladas cuando más se necesitan. Porque es cierto, cierta clase de escritoras y escritores son como astros luminosos y errantes. Noticias sobre el iceberg dialoga con Zona de clivaje, a modo de cierre en algún aspecto en lo que refiere a un proyecto estético y de apertura, en otro, para quienes entienden la literatura como una herencia colmada de familiares espirituales.