Deseosas de contribuir irónicamente a la pedagogía mileista -que de Rousseau tiene sólo el peinado- de que en las escuelas no haya adoctrinamiento, de lo que se deduce, que el mismo debe efectuarse en los hogares y, dado que en dichos hogares flaquea la figura del padre proveedor en quien ha recaído la responsabilidad como, micro empresario de la totalidad de la propia familia-no es tan cierto que las feministas carezcamos de piedad incluso con los sádicos de gobierno-vamos a acercar modestamente nuestras respetuosas propuestas.

Acaba de salir un librito editado por Traficantes de sueños titulado Abolir la familia, de la transfeminista marxista y anglocéntrica Sophie Lewis quien, sobresaltada por su propio coraje, se apresuró a subtitular Un manifiesto por los cuidados y la liberación.

El libro no tiene el tono de un manifiesto sino de un manual de intentos sobre el tema desde el Manifiesto Comunista hasta el llamado el Campamento cimarrón , pasando por el feminismo radicalidad de Shulamite Firestone creadora de un socialismo cibernético y de una máquina de parir llamada ectogénesis y partidaria de abolirlo todo menos la igualdad de hombres y mujeres no ante el trabajo sino ante la abolición (por supuesto) del mismo. Solo al final del libro muestra sus verdaderas cartas. "Lo que estamos diciendo es que tenemos que hacer dos cosas a la vez: hacer que el Estado devuelva a los humanos especialmente dependientes, a las pocas personas cuidadoras que suele reconocer e insistir en desprivatizar los cuidados, cuestionar los 'derechos parentales' e imaginar un mundo en que, por defecto, todas las personas reciban cuidados de otras muchas. (…) Estar juntas como pueblo y terminar con la separación de las personas, ese futuro sí nos lo podemos imaginar, incluso aunque no podamos desearlo por completo, al menos no nosotras. No se cómo desearlo por completo pero me muero de ganas de ver qué viene después de la familia”.

Utopías pre-queer

Sophie Lewis dice y, lo sabemos, que nadie tiene la oportunidad de violarte, asesinarte, chantajearte, robarte, manipularte, o tocarte sin tu consentimiento como alguien de tu familia. Y la pandemia de coronavirus, entre sus múltiples daños no ajenos a la política, a menudo obligó a dormir con el enemigo. Allí surgió en Philadelphia el efímero y desordenado Campamento Cimarrón, grupo de persona en situación de calle al que se sumaron toda clase de desplazados por la pandemia y fue transformándose en una especie de experiencia colectivista que inspiró la ”cocina protesta” e hizo soñar a un tal O Brien con la crianza común de les niñes y con ”establecer el intercambio de jeringuillas y otras prácticas de reducción de daños para incluir a personas con adicciones activas”. El lugar fue disuelto por la policía a finales de 2020.

Abolir la familia rinde un especial homenaje al utopista Charles Fourier que concibió en el siglo XlX el reino de Armonía, una colonia agrícolo-doméstica cuya sociedad no se agremia en ningún modo de parentesco sino en torno a gustos, pasiones o manías . En este mundo donde la felicidad sería imperativa Fourier no ha eliminado la fábrica sino que ha encarecido los productos cuya elaboración no resulta atractiva. Por ejemplo el pan, al que detesta porque simboliza la necesidad y no el deseo, lo que se encuentra en lugar de los que se busca y aquello que los discursos de las diversas izquierdas convertirán en metáfora.

Si como reprochan las feministas tipo Olalocu-Teriba, el movimiento poco se ha ocupado de los niños como sujetos políticos y viven como objetos de la propiedad de sus padres, desprovistos de todo salario, con el pretexto de que, en el mejor de los casos, se los exime del trabajo, y sin capacidad de decisión hasta una arbitraria edad pero en cambio pueden ser penados y recluidos

Se coma opíparamente o no, los alimentos producen deshechos, esa materia que el hambre busca en los containers de la “casta”, en una Buenos Aires que Fourier hubiera considerada como lo opuesto a Armonía. En ese industrioso reino feliz que nunca pasó de proyecto, les niñes recogen la basura, ya que en la infancia la escatología es una verdadera pasión que se acompaña con una lengua sucia y al gusto por la cochinada en masa.  

Son varones en sus dos tercios, se los organiza en corporaciones denominadas de pillos, forajidos o pendencieros, trabajan pocas horas y lucen en retribución durante el ocio una pulcritud detallada en vistosos uniformes que lucen sobre caballitos enanos que recorren la ciudad con gran parada hasta que la edad los lleve a asociarse según la pasión. La sabiduría de Fourier ha consistido en pensar una sociedad donde una actividad que la civilización considera humillante sea realizada por aquellos que no lo consideran así, tomándola incluso como un placer que, sin embargo, se premia. En Fourier no existe el concepto de familia.

Nuestros padres en la abolición

En los años sesenta el psiquiatra David Cooper escribió La muerte de la familia , un panfleto airado sobre esa institución demoledora a la que no dudaba en definir como un pacto suicida y cuya esencia era "un pelmazo, alguien que encuentra la primacía de su existencia en la imagen reflejada en el espejo y no en que es reflejado“. La alternativa cooperiana era declamadamente anticapitalista, nada feminista pero hipersexual y psicodélica. Seguramente, en esa muerte de la familia, los cuidados estarían a cargo de lo que él llama “mujer de la limpieza “

La entonces anti psiquiatra Maud Mannoni que hizo una experiencia de “institución estallada” con jóvenes psicóticos en el pueblo de Bonneuil, a menudo recurre a enviar a sus pacientes lejos de sus familias (¿toda familia sería patógena?). Y cita con simpatía en tiempos maoístas:  ”En lugar de hacer estallar la institución familiar como en el caso de los anarquistas o de educar a los niños en una segregación de clase de edad (Israel), China utiliza la colectividad de las familias conyugales como núcleos de formación pedagógica que a su vez no escapa a una educación política que proviene de la sociedad en su conjunto”. ¡Así se aprende en familia y no en la escuela! ¿No, Milei?

Soñar un mañana

Sophie Lewis se opone a la familia pero sobre todo a la fundada en el parentesco y no en la amistad, en la continuidad y no en los vaivenes de la vida.

¿Si inventáramos una sociedad no basada en el parentesco, en la que los cuidados fueran pagos por el Estado, y no disfrazados bajo la palabra “amor ”, con ”cocinas protesta” y “guarderías para Todes”, con turnos de asistencias temporarios también para Todes les que sólo operativamente, llamamos ”adultes”?

 

El reciente 24 de marzo, la compañera Ximena Talento pescó con su cámara esta imagen. Dos mujeres, una mayor que la otra , une niñe (nada de ropa indicativa celesta o rosa), tal vez hije de una de ellas o no, una foto de las habituales entre las imágenes de los desaparecidos que dice Marta Taboada -nada indica que es la madre de una de las dos- y una causa común, Palestina, en ese pañuelo desplegado. ¿Son amantes? ¿Compañeras? ¿las une algún parentesco? En ellas elijo imaginar a una nueva xxxxxx , esa que por ahora llamamos “familia” .