Hay en la música, grosso modo, tres tipos de creadores. Unos que buscan siempre, mutan, despistan, zigzaguean de principio a fin, y son complejos de enclaustrar en un género. The Beatles sería el caso arquetípico para el rock clásico, sin dudas. Otros que parten de una categoría estética abrazada a priori, la desarrollan, la pulen, y alcanzan un resultado en sintonía con la génesis, pero en general más sólido. Tal vez tipos como Eric Clapton o Jeff Beck graviten como ejemplo. Y existe un tercer grupo, que se origina sin rumbo cierto, logra inventar una forma, una personalidad musical sin par, y el trayecto posterior es una réplica –con sus más y sus menos- de ese período nodal. Tómese Pink Floyd a partir de Dark Side of The Moon como caso emblemático.

Una forma posible de abordar One Deep River, décimo y flamante disco solista de Mark Knopfler, consistiría pues en jugar a ver en qué casillero cae el guitarrista, habida cuenta que su trayecto está arribando etariamente a un momento postrero. Una pista fuerte para contemplar ante el dilema, entonces: viene diciendo en sus últimas apariciones públicas que le encanta que le sigan preguntando por Dire Straits, banda que el escocés nacido en Glasgow hace 74 años armó hace 47 y dejó hace 30, tras nueve discos; tremendas canciones, por caso “Sultans of Swing”, “Down to the Waterline” o “Skateaway”; y sucesos comerciales como “Money for Nothing”.

Púa, play o click, pues, para resolver la disyuntiva lúdica. Una primera escucha global del disco da que las melodías y sus tempos hunden raíces firmes en el pasado. Puede que aparezcan ciertas disonancias inéditas, o algún matiz difícil de hallar ayer, pero sin dudas es otra vez el viejo y conocido Knopfler el que está ahí, tocando, cantando, creando. A escala global, en efecto, su reciente criatura no deja de ser un mosaico hecho de blues, folk, rock, country y brisas célticas, tocado por un tipo cuyo buen gusto resulta imposible de negar, y por músicos que le siguen el tacto. Entre ellos, el guitarrista experto en lap steel Greg Leisz; el gaitero Mike McGoldrick; o John McCusker al violín.

Una segunda escucha, ya más enfocada en las partes, refuerza que sí, que cuando se escuchan temas como “Two Pairs of Hands” o “One Deep River”, hay una elegancia, un estilo en la composición y en la interpretación que resulta insoslayable. Pero al tiempo emergen bemoles. Hay de principio una austeridad, un ahorro de notas que antes no existía –al menos no como norma en la ejecución- y ahora es intención, casi vía central. Hasta en piezas más plausibles de ser comparadas con la era Straits –“Watch me gone”, o la bañada en country “Before my train comes”, además de las nombradas-, conlleva en general esa sabia economía de recursos. Hay otra pieza que alerta. Que ubica una curva en el camino. Se llama “Scavenger's Yard”, y las guitarras lacerantes, nerviosas, transpiradas, compensan un clima en general calmo, cadencioso y melodioso, propio de la arteria sonora principal del violero.

Después está la parte autorreferencial que no suma ni resta a los fines del disparador inicial. Que en el tema epónimo el autor evoque nostalgioso y a fina pluma los días en que cruzaba el río Tyne cuando chico, es algo que puede escribir en un libro, o contar trajeado en cualquier género musical. Mismas respuestas caben en “Ahead of the Game”, gema de claros aires dylanianos –no olvidar la participación de Mark en el extraordinario Slow train coming, de Bob Dylan- de cuyos sonidos el escocés se vale para otro lapso evocativo: los días en que tocaba a la gorra en los clubes de Newcastle. Y en “Tunnel 13”, épica composición (si hay un “mejor tema” en el disco, este es, pues) cuya voz cuenta impecable la historia de un cinematográfico robo de tren, acaecido en las montañas Siskiyou a principios de la década del veinte del siglo pasado.

Si bien hay un abismo de cosas en el trayecto de Knopfler entre el fin de Dire Straits y este presente (bandas sonoras para películas que se iniciaron con Local Hero, y una profundización en músicas célticas, además de nueve discos, incluso alguno bastante heterodoxo como Sailing to Philadelphia) al tipo le encanta que lo vuelvan hacia Dire Straits. Y habría que darle crédito, pese a las variaciones detectadas a escucha total y parcial de One Deep River. Si alguna duda reaparece, empero, la solución al juego inicial está en el elegantísimo solo de guitarra del magistral “Janine”. En tal garpa el todo, y garpa la parte.

Suma. El tipo creador de Knopfler sigue siendo el segundo, dado que ni existen cambios profundos en sus composiciones, ni encontró la fórmula después de empezar. Las músicas de su primer disco (Dire Straits, 1978) lo certifican. Lo suyo pasó por transformar en hecho artístico –y luego pulir- lo que el alma le dictaba en el principio. La visión no varía si a las doce piezas de One Deep River se le incorpora el resto del material publicado por Knopfler vía British Grove -su sello propio- en formato CD, casete y vinilo doble. Consiste tal resto de nueve temas que además incluye una litografía y una chapa esmaltada… como la suya.