Cuando uno era niño/a y escuchaba “había una vez...” se predisponía a disfrutar de una buena historia. En el mundo de la publicidad, donde suelen ponerse de moda palabras en inglés, a esto ahora le dicen Storytelling: el arte de contar historias. Arte que ya existía en la época de las cavernas pero que parece haber resurgido al calor de las comunicaciones digitales y en redes sociales. Arte al que nos invitaba siempre a quienes hacíamos radio popular José Ignacio López Vigil y que se puede leer en su “Manual Urgente para Radialistas Apasionados y Apasionadas”.

  Pero decirlo es una cosa y hacerlo es otra. En las últimas semanas me llamaron de varias organizaciones preocupadas por cómo comunicar en las redes sociales. Una de las invitaciones vino del Programa de Capacitación y Fortalecimiento para Organizaciones Comunitarias de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA para dar dos clases de comunicación y redes sociales dentro del Curso de Comunicación Comunitaria. El objetivo: que integrantes de diversas organizaciones sociales del conurbano y CABA pudieran mejorar su comunicación en las redes sociales y vieran la importancia de armar equipos dedicados al tema.

Participaban allí iglesias evangélicas que realizan distintas tareas de acción social, cooperativas de la economía social, organizaciones que trabajan con gente en situación de calle, asambleas barriales,  educadores populares, promotores de vivienda, organizaciones que trabajan con gente privada de la libertad. Entre todos reunían cientos de historias interesantes para ser contadas.

En la primera clase hicimos un repaso por el estado actual de la comunicación, los debates en torno de la posverdad y las fake news y la tensa relación entre medios y redes sociales. En la segunda clase el objetivo era contar historias para las diferentes redes sociales. Elegimos para empezar las historias de Instagram. ¿Cómo contar una historia en menos de diez cuadros usando fotos, texto, emojis, dibujos y videos que no excedan los diez segundos? Algo que para cualquier adolescente resulta sencillo para muchos otros resulta un calvario. 

Indagando un poco veo como un problema que este tipo de organizaciones es tributaria de una matriz de pensamiento que tiene como ordenador a los grandes relatos históricos, algunos con 2000 años de antigüedad, otros a punto de cumplir cien, algunos más nacionales y populares otros más espirituales. A esa matriz se le suma en general organizaciones estructuradas verticalmente o tan excesivamente horizontales que siempre se depende de alguien (sea un líder, sea una asamblea) para poder contar una historia mínima.

Resulta entonces que a la hora de contar una historia se sienten en la necesidad que sean historias “importantes”, se ponen formales, dan grandes rodeos para llegar al punto: “En la radio hablamos de los signos del apocalipsis”, “Tenemos que hablar de las medidas económicas”, “Es importante denunciar lo que quieren hacer con la educación”. 

¿Y los pibes que van al comedor? ¿Y las familias que viven en la calle o van al Centro Integrador? ¿Y las acciones solidarias del grupo juvenil de la parroquia? ¿Y las historias detrás de los muros? ¿y la producción de fotos de las mercaderías que hacemos en la cooperativa?

Esas historias hubo que sacarlas con tirabuzón, hubo que hacer un gran esfuerzo para que las valoraran, para que se dieran cuenta que las pequeñas historias siempre funcionaron en la comunicación oral, en la comunicación barrial, muchas veces en la forma del chisme.

Así algunas mujeres empezaron a contar cómo un día llegaron a una dependencia municipal en Gonzalez Catán y descubrieron que podían terminar la secundaria; otros contaron la bronca que sintieron frente a un robo que sufrió su centro comunitario o como habían logrado que alguien saliera de su situación de calle.

Nuestras organizaciones e instituciones tienen que hacer un esfuerzo para contar sus historias, tienen que aprender los nuevos formatos para hacerlo a través de las historias de Instagram o los estados de Whatsapp, de los Facebook Live o un podcast. Para eso tienen que dedicar recursos tanto materiales como humanos de la misma manera que los dedican a la gestión, a la movilización o a la educación. No pueden dejar la tarea en el que tenga un rato libre, tienen que armar un equipo. Una organización que no puede contar sus historias está perdiendo una rica forma de estar en contacto con sus propios miembros, con los vecinos, con los medios, no hay excusas para no hacerlo.

* Licenciado en Comunicación UBA. Periodista y docente. @pascualicchio