Las primeras horas del viaje del Papa Francisco a Myanmar, la ex Birmania, trajeron un componente controversial: apenas pisó suelo en el país del sudeste asiático, se entrevistó con el general Min Aung Hlaing, jefe del Ejército y máximo responsable de la persecución a la minoría de la etnia rohingya. Con todo, el encuentro estaba pautado para las horas finales de la visita, y terminó siendo la primera cita de relevancia de Jorge Bergoglio, antes siquiera de verse con el presidente Htin Kyaw y la Premio Nobel Aung San Suu Kyi.

Nadie explicó el cambio en la agenda del Pontífice, en un hecho que pone de manifiesto el peso que tienen los militares en el país. El portavoz del Vaticano dijo que se trató de un encuentro “de cortesía” y que ambos hablaron “de la gran responsabilidad de las autoridades del país en este proceso de transición".

El militar señalado de llevar adelante una limpieza étnica le dijo al Papa que “"no existe ninguna discriminación entre los grupos étnicos del país", en el encuentro realizado en la sede del arzobispado de Rangún, la principal ciudad del país. El cardenal Charles Maung Bo, arzobispo de Rangún, fue quien sugirió a Francisco el encuentro, que originalmente estaba pautado para el 30 de noviembre. El Papa y el jefe del Ejército hablaron mediante un traductor, y en presencia de tres generales del Servicio Especial de Operaciones

La minoría rohingya está compuesta por musulmanes de origen bengalí. Desde 1978, han sufrido el ataque de la dictadura birmana y se multiplicaron los casos de violaciones de derechos humanos. La furia antimusulmana se intensificó en 2012, cuando el monje budista Ashin Wirathu alentó desde el nacionalismo más cerrado la persecución a los rohingya. El gobierno de Myanmar ha impulsado una política que muchos comparan con la del apartheid sudafricano. 140 mil personas fueron confinadas en un getto en la ciudad de Sittwe, y otros tantos sobreviven como desplazados en el interior del país, en condiciones penosas. El Programa Mundial de Alimentos de la ONU permitió paliar la crisis humanitaria.

Htin Kyat asumió como presidente en 2016, el primer civil que llega a las urnas desde el golpe militar de 1962. Suu Kyi, la presa más emblemática de los militares, es la actual canciller. Pese a su prestigio como opositora al antiguo régimen, por el cual recibió el Nobel de la Paz en 1991, las críticas se cernieron sobre ella por la persecución de los rohingya en el estado de Rakhine, en el extremo occidental de Myanmar.

El jefe del Ejército es la cara visible de la represión a la etnia musulmana. “¿Quién manda en este país? Aung San Suu Kyi está en el bolsillo de los militares. Ellos son los que mandan", afirmó Kyaw Min, uno de los líderes políticos de los rohingya. Mientras, desde la ONG Fortify Rights llamaron a “que el gobierno comience a cumplir algunas de las promesas que hicieron durante el proceso electoral y se centre en la defensa de los derechos humanos en lugar de socavarlos en cada oportunidad que se le presenta".

Varios líderes católicos le pidieron a Francisco que no haga alusiones para evitar reacciones de grupos radicalizados como el budista Ma Ba Tha, uno de cuyos miembros advirtió que podría haber represalias si de su boca sale una palabra sobre el tema. "Espero que no toque un asunto tan sensible porque el pueblo birmano no lo aceptaría. No hay problema si habla sobre el Islam, pero es inaceptable que hable sobre los rohingya y los terroristas extremistas", afirmó a la agencia Reuters.

"Afirmar que los rohingya son perseguidos puede generar graves tensiones", dijo el obispo de Bhamo, Raymond Sumlut Gam, dado que “daría pretexto a los extremistas, podrían surgir problemas". En ese contexto es que Francisco se mueve con pies de plomo y accedió a verse con el general Min Aung Hlaing, un hombre que en su vocabulario no incluye el término “rohingya” y ha llegado a decir: "Es una exageración decir que el número de bengalíes que han huido es muy grande"