Problema
Ahora está en problemas pues tiene una idea del comienzo aquí y es maravillosa. Pero es también un sueño y, como tal, arena, agua que se va de las manos, verso olvidado que no es posible recuperar.
Un imposible conduce a una escritura incomunicable. De ser expulsada con este movimiento inicial, en el intento de comenzar unas notas dando vueltas sobre la nada, la escritura se ha de tornar ilegible.
Lo sabe el notario, lo intuye el lector.
Posibilidades de una escritura
El que escribe este relato tiene no más de cuatro o cinco posibilidades narrativas: la memoria, el olvido, la aventura, el amor. Y todas van desfilando lastradas por la carga del tema: un sueño que no se puede recordar.
Sin embargo, está muy cerca aun ese sueño, verificable en el costado derecho del soñante, en su mejilla derecha donde estuvo apoyada la cara sobre la almohada y debajo de ella su mano; del otro lado, lo que puede ser el rostro de la entidad del sueño que olvidó, que interrumpió quizá el dolor de la mano derecha extraída inerte desde su incómoda posición. Ese dolor lo despertó, y ya en un duermevela, buscó otra vez el hilo del sueño.
Pero fue en vano.
Ahora que ha pasado un poco más de tiempo, acuciado por el deseo de narrar lo que ha olvidado, reemplaza un sueño por otro: el material onírico por el material de los libros de su biblioteca.
La biblioteca suele ser también un sueño que a veces se olvida.
Lo Neutro
Es Lo Neutro de Roland Barthes el primero de los libros que tentó para la escritura del sueño olvidado. Su relación con ese texto se parece mucho a la que tiene con el sueño: cree haberlo entendido y hasta gozado de un conjunto de sensaciones que tocan de modo familiar los sentidos más agudizados de un escritor (alguien que escribe) que está más o menos acostumbrado a las operaciones con el lenguaje, que incluso acepta la conjunción de figuras de lo “neutro” y hasta puede llegar a comprender el “deseo de lo neutro”. Pero también, hay que reconocerlo, nunca estuvo en condiciones de decir mucho más acerca de aquel libro que se parece a un terreno baldío al que se llega con el perfume de un jardín interior.
De esta lectura anota, extrae y compara: memoria y olvido son figuras ajenas a lo neutro, parece decir Barthes. Esto no es tan importante como convencerse de que las escrituras fundadas en dichos materiales son ególatras porque se escriben desde el yo. Así que va tachando, y la nota se va haciendo cada vez más estrecha, cada vez más imposible.
Contracción del tiempo
En ese libro lee también sobre el sueño como una “contracción del tiempo”. Se cita una observación de De Quincey (que no solo incluye el sueño entre sus experimentaciones). Cuenta De Quincey que, al caerle un baldaquín de su cama sobre el pecho, se la apareció en sueños todo el desarrollo de la Revolución Francesa, con la guillotina y el frío en la garganta evocando el acero caído, igual que un rayo.
Un instante que es del sueño y vale como un panorama.
Entonces se propone ser breve. Pero al querer narrar, el sueño se dispersa. No se sabe bien por dónde comenzar. Es ganado –como antes en la biblioteca- por las digresiones.
Lenguaje
Si se persiste en la escritura del imposible es por pura arrogancia del lenguaje. La pregunta sobre lo escrito proyectada al hipotético lector, al lector avisado: ¿qué es lo que se escribe y qué lo que no se ha escrito, y por qué? Todo esto es de la jurisdicción del sueño y del libro, uno de los problemas de la literatura.
No es anecdótico que el sueño se sienta nacer de un costado. Del costado de Adán creó Dios a Eva en el Antiguo testamento; un soldado clava el costado de Cristo muerto en el Nuevo Testamento. El sueño de Adán- se ha dicho- es una figura mortal de Cristo.
El escriba comienza a sospechar que la última posibilidad de la escritura es el amor.
¿Y la aventura?
En este mundo de competencias, arduo pero indiferente, que somete todo a la alternativa éxito/ fracaso, no hay lugar para la aventura. El espacio entre los seres humanos ni siquiera es distancia. Negado el Ser al infinito en la famosas “redes sociales”, toda aventura quedará confinada a un pasatiempo, a los géneros menores, a los pulp fictions, a la historieta, a los guiones de alguna película o a la eventual serie distópica de moda en su respectiva plataforma.
Ni el aprendiz de empleado de comercio ni el oficinista medroso y grisáceo compondrá su sueño por aventuras.
El amor por imposible, escrito
Lo que se ha evaporado entre las láminas acuosas de aquel sueño, lo que no se deja aparecer puede ser, acaso, la sensación del otro; del que está por venir, del Mesías que adviene para salvarme del tedio, del peligro o de la angustia. Lleve éste el nombre que sea: amigo, cómplice, compañero; sean también todas las figuras inventadas de la literatura- el enamorado, los amantes- temporalmente en desuso, borradas por el discurso del yo. El amor es siempre el otro, y el amor sucede, aparece como en un sueño o en una epifanía. Con sus restos, se hace literatura.
Para que exista el amor, igual que el sueño, tiene que ser escrito, tiene que salirse de la memoria bella, del imperdonable olvido, tiene que caer en el deseo violentamente, y ser el sueño que se ha querido soñar.
El deseo de lo neutro aporta o desdice a la escritura para dejarnos al menos el intento.
Si lo logramos, si podemos poner en palabras el sueño o el amor, se vaciará del todo dejando un pliegue apenas: esta nota vacilante, una pequeña luz, el panorama de una esperanza.