Lo emplazan en el Tribunal Federal bajo apercibimiento de detención y lo archivan entre legajos centenarios, muertos, mientras espera el turno que debiera ser el de su hora puntual de llegada, 7.30, pero que se estira y estira en abandono, fuera de cualquier marca horaria. Tiempo perpetuo en la salita vacía. De repente el espacio, por una hendidura del techo, arroja su piedrazo: "documento y el celular", exige la voz que cae sobre él. Rufino coloca su DNI y el teléfono en la caja que cuelga desde la rajadura, y el meteorito se va, lo deja a puerta cerrada, click de llave funcionando. Frente a él, sólo un escritorio desnudo. Rufino da unos pasos. Otros. Gira como ventilador a paletas, lento. Nadie, nada, nunca.

Hasta que el cosmos le planta frente a sí este hombre de uniforme que lo palpa, lo repasa con un aparatito detector de metales, lo desviste tras armas sepultadas en algún agujero de su cuerpo, no las halla. Para qué decir: ‑-Oficial, ya pasó más de una hora desde que llegué... y tengo que arribar a tiempo a mi trabajo.

Los legajos no hablan. Aguardan y aguantan. El otro lo escupe como a un gargajo, -‑Señor o espera que le tomen declaración o deberé detenerlo.

-‑¿Por qué me citan?

-‑¿No sabe leer? Lea: para ratificar testimonio del grave episodio ocurrido en su entorno, marzo de 1981.

Lo tiran de vuelta al fichero, apretado entre millones de expedientes. Se duerme. 

A las 2 pm, entrada de un médico al que un coro de trompetas unge en su título de doctor. Él profesional le ordena: "tírese sobre la camilla".

Sólo hay un escritorio. El pulgar del honoris causa se lo indica y ahí se tiende Rufino a hacerle la venia al discurso clínico.

-‑Señor Rufino: un testigo como usted tiene que ser chequeado. Su memoria, por ejemplo. Si sufre de Alzheimer puede confundir cosas, alterar épocas, tergiversar identidades. Usted denunció un allanamiento de las fuerzas del orden, realizado en marzo de 1979 en el edificio donde reside, ¿verdad?

-‑No sucedió en el ´79 sino en el ´81. 

-‑¿Y quién era el presidente del país ese año?

-‑Viola, creo. O Galtieri.

Gesto de gol del médico. Anota: "El testigo se muestra incapaz de precisar datos".

-‑¿Puede al menos relatar los sucesos que declaró en ese momento?

-‑Era gente armada, vestida de civil. Irrumpieron pateando cada puerta y a punta de ametralladora nos hicieron salir de nuestros cuartos, juntándonos a todos en el hall.

-‑¿La hora? 

-‑No sé... tarde? alrededor de la una, dos de la madrugada.

-‑¿Qué día concreto de la semana? ¿Martes? ¿Sábado?

-‑Me acuerdo de la fecha, tres, o cuatro de diciembre, pero no del día hábil al que correspondía.

Más anotaciones doctorales en el prontuario de Rufino.

-‑Continúe.

-‑Y los armados, delante de nosotros, ataron a una columna a Luis Acuña, y le prendieron fuego hasta matarlo, un sacrificio en la hoguera.

-‑Ningún otro testigo ratificó sus dichos, señor. Todos sus vecinos negaron los hechos. Y usted desapareció, fugándose a Bolivia.

-‑Sí. Pude salvarme.

-‑¿Cuántos eran los que llevaban fusiles?

-‑No los conté, pero muchos.

-‑¿Y el número de habitantes del edificio? Nómbreme a sus vecinos.

-‑¿El apellido de cada uno? No podría... Iban y venían. Variaban todo el tiempo. Mis conocidos: Rotela y Acuña.

-‑¿Por qué mintió afirmando que se trataba de personal de gendarmería?

-‑Entreví algún uniforme verde debajo de los sacos comunes, y una gorra de ese cuerpo militar caída en el piso.

-‑No hubo un solo periódico que publicara tal noticia de allanamiento, con asesinato de alguien ante un público espectador, señor Rufino Paredes.

-‑Bueno, la censura de entonces...

-‑No se publicó ni antes ni después de 1983.

-‑No puedo responderle... ignoro...

-‑Y su huida del país contó con la ayuda de compañeros terroristas, ¿verdad?

-‑No conocí a nadie de esas agrupaciones.

-‑Usted es descendiente de mapuches, ¿verdad? A esos terroristas me refiero entonces. Recíteme el Preámbulo de la Constitución nacional.

-‑Cómo acordarme de lo que dice el Preámbulo.

El cuello del doctor se mueve y decreta su diagnóstico: "presunta demencia senil". Ráfaga de saludo que encaja a Rufino de nuevo en su anaquel. Y allí lo clavetea el comunicado que llega por parlantes: "Se informa a los presentes que los fiscales del Tribunal Federal hemos iniciado una jornada de trabajo a reglamento, a la que luego se añadirán otras medidas de fuerza si no se procede al reconocimiento de nuestra antigüedad en la liquidación de haberes".

Rufino vegeta. Hiberna.

El palillo del tambor repica sobre su cabeza: palabras que el parlante machaca y una carpeta que se le desploma encima desde el techo. La abre: fotos y fotos de individuos pegadas siguiendo un orden y con un número impreso encima de cada una, "Señor Rufino: proceda a identificar a quienes dice que lo allanaron en 1981 en el edificio Marítimo, sito en Olivares y San Martín de la ciudad de Trelew. Y anote los números que correspondan a los actuantes de aquella noche, en la carpeta que se adjunta".

Pasaron treinta y seis años. Su memoria no exhuma ninguna facción de los intervinientes.

Después de un rato, manifiesta esa situación hablándole a la hendedura del techo: -‑Declaro mi imposibilidad de reconocer a quienes vi menos de dos horas hace casi cuarenta años.

Demasiado tiempo oxidándole los recuerdos. Deja sólo fragmentos de éstos.

-‑Pero respetuosamente le pregunto, señor fiscal: ¿por qué esta citación luego de tantas décadas de olvido?

-‑Es nuestro deber establecer la verdad, Rufino; si hubo culpables dado lo que usted declaró, procederemos. Si se trató de un falso testimonio de su parte, un juez lo imputará por su delito.

¿Olvido o descuido deliberado? ¿Y ahora a reflotarlo, ya que él es mapuche/ el terrorista?

Enseguida otro comunicado oficial: "Ciudadanos: los citados para atestiguar quedan a disposición en este Tribunal y deberán aguardar hasta que los fiscales los convoquen según se retomen las tareas de manera normal. Disculpas por las molestias ocasionadas".

En la oficinita no hay salida a sanitario alguno. En ese momento caen sobre Rufino un pan, una botella de agua, una escupidera, un rollo de higiénico.

Mastica migas. Se acomoda en el anaquel, expediente a su lugar. Cierra los ojos. Mastica. Dormita.

...

Post data: el caso de Milagro Sala, el arresto de Facundo Jones Huala, la muerte de Rafael Nahuel, variadas detenciones de ciudadanos ordenadas sin condena previa, sobre las que Zaffaroni expresó: son "parte de una serie de shows judiciales y procedimientos de tipo mafioso. En la Argentina se está cayendo a pedazos el estado de derecho", grafican la unilateralidad y violación de las normas que garantizan derechos ciudadanos.

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