Hay en la monumental muestra Les visitants un cuidado amorosamente pensado para que uno se sienta contenido, bienvenido con calidez. El montaje, la iluminación, los dispositivos de exhibición abrazan al espectador: la magnitud de esta exquisita muestra no avasalla. Uno se va con preguntas e imágenes inquietantes que interpelan. Siguen rondando tiempo después. 

Les visitants –una palabra inventada: vistante en francés se dice visiteur– reúne más de 500 obras nunca antes exhibidas en nuestro país de 23 artistas de la colección de la Fundación Cartier para el arte contemporáneo –incluida la de Guillermo Kuitca, el único argentino presente– que se despliegan entre el sexto y el séptimo piso del Centro Cultural Kirchner. Es necesario ir con tiempo para recorrerla.

Francesca Woodman, Space2, Providence, Rhode Island, 1975–1978, Fotografía en blanco y negro © Betty Woodman

 

William Eggleston, Desiertos de California, Arizona y Utah, 2006–2008, © Eggleston Artistic Trust, Memphis.
Nobuyoshi Araki, Diario íntimo, 1994 © Nobuyoshi Araki

El anfitrión, Guillermo Kuitca –que vuelve a exponer en Argentina tras su última muestra en el Malba, hace 14 años– es el alma mater de esta muestra, continuación de Les habitants, realizada en 2014 en París. Su mirada sobre la colección de la Fundación Cartier, de donde seleccionó el corpus de obras para el CCK, está en el centro de la escena. Gran referente del arte argentino, Kuitca prefiere que no lo llamen curador: su acercamiento para hacer la selección fue intuitivo. El artista relacionó las obras pensando en la lógica del dominó: una ficha que coincide de un lado y del otro se abre a otra más, un juego donde una obra dialoga con la otra y continua una serie de relaciones. 

Hay en la selección de Kuitca un profundo humanismo: la condición humana –y la mirada del hombre sobre sí mismo– son claves en esta muestra que incluye pesos pesados como Nan Goldin, William Eggleston, Patti Smith, Juergen Teller, Wolfgang Tillmans, Nobuyoshi Araki, Hiroshi Sugimoto. La lista sigue con David Lynch, Tony Oursler, Agnès Varda, Artavazd Pelechian, Raymond Depardon, Claudine Nougaret, Jean-Michel Alberola, Rinko Kawauchi, Daido Moriyama, Douglas Gordon, Adriana Varejão, entre otros artistas. 

Inspirado en un espacio imaginado por David Lynch, Guillermo Kuitca desató su instalación El living room de David revisitado, un ambiente carmín cinematográfico donde el espectador se transforma, ahora sí, en protagonista de un filme que nunca existirá y que genera un efecto adrenalínico. La luz roja cálida tiñe el living con muebles-esculturas de David Lynch; la voz de Patti Smith, cuya visita está prevista para el verano de 2018 junto con la de otros artistas de la muestra, copa esta instalación de autoría compartida. 

Los habitantes, la estremecedora película de 35 mm blanco y negro del director armenio Artavazd Pelechian, muestra en apenas poco más de 8 minutos el horror que experimentan distintos animales salvajes. Despavoridos, sin rumbo, huyen frenéticamente ante una amenaza que estalla y se acrecienta a cada segundo. No hay figuras humanas en escena: unos disparos alertan quién es el artífice del caos. Esa estampida convive en sala con las perfectas Formas matemáticas de Hiroshi Sugimoto, quien fotografió en el Museo de la Universidad de Tokio una colección de objetos científicos del siglo XIX. Se trata de perfectos volúmenes de yeso realizados en Alemania en 1880 para los estudiantes para ilustrar en tres dimensiones fórmulas matemáticas complejas. Imponentes, esas fotografías blanco y negro, de pureza de valores, unen abstracción geométrica y estética contemporánea.

En Confesiones de un pecador justificado (videoinstalación en blanco y negro) Douglas Gordon duplica una secuencia del filme Dr. Jekyll y Mr. Hyde (1931), de Rouben Mamoulian. El resultado es desconcertante: sin salida, el personaje es testigo –junto con el espectador– de su propia transformación maléfica. En cambio, en Laberinto de espejos (ojos inertes viven) el espectador es observado constantemente. Con una fantástica instalación con videos proyectados en diez esferas de 1,80 metros de diámetro y grabación sonora, Tony Oursler nos sumerge en un universo alienante: la mirada del otro deviene omnipresente. El artista usa grabaciones de sesiones chamánicas filmadas por un indio Yanomani de una aldea del Amazonas, dibujos hechos por jóvenes de esa comunidad e imágenes de una investigación propia.

Del célebre fotógrafo Nobuyoshi Araki (Tokio, 1940) se expone medio centenar de fotografías en blanco y negro de la serie Diario íntimo, que incluye tomas de paisajes urbanos, flores y desnudos. Prolífico, Araki, que tiene publicados más de 400 libros de fotografía y en los 90 se hizo famoso con sus fotos erótica, especialmente de mujeres atadas, empezó a tomar imágenes con apenas 12 años, cuando su padre le regaló una cámara. 

Amor y muerte son las palabras que el artista asegura que figurarán en su epitafio. Ese es el tema que le apasiona, el de sus fotografías. Su relato autobiográfico a modo de diario íntimo –con fecha del registro como si documentara una historia de vida– incluye imágenes de Tokio, gatos, y mujeres desnudas, atadas y suspendidas según las técnicas del bondage japonés. 

 “Para mí es un gesto de ternura, como una caricia. Nunca he impuesto el kinbaku”, dijo el artista, refiriéndose a un estilo japonés de bondage. “Nunca he pagado a una modelo. Son las mujeres las que me piden que las ate”. Y agregó: “La fotografía también ata a las personas, las mete en una cámara. La fuente de la foto está en el kinbaku, en el arte de amarrar las cosas y los eventos. Soy yo quien ata a mis modelos y, después de la sesión de fotos, quien deshace los nudos”. Si bien el bondage remite al binomio dominación sumisión, no hay en los rostros de sus mujeres amarradas gestos elocuentes de dolor ni de éxtasis. Son como fotos publicitarias, higiénicas, descontextualizadas.

Con sus fotografías, Araki expuso su vida: desde su luna de miel (Sentimental Journey) hasta los últimos días de su mujer ya muy enferma, incluida una toma cerrada de ella en el féretro. Para Araki la fotografía es una ficción con sello personal. “Como fotógrafo, mi punto de partida fue el amor y la idea de un yo novelado”, dijo. “No recuerdo bien mi infancia”, señaló. “Pero recuerdo a mi madre llorando histérica: vi sus lágrimas. Es la imagen infantil más impactante que tengo. Ella no era el tipo de mujer que dejaba ver sus sentimientos. Ese recuerdo lo tengo grabado y he dedicado mi vida a intentar consolarlo. Cuando mi madre murió le hice una foto. Quería que la gente viera lo que es la suprema elegancia. Fue fácil, encontré el ángulo y disparé”.

Junto con Araki, Nan Goldin realizó su serie Amor en Tokio. En el CCK, se exhibe La balada de la dependencia sexual, una proyección de imágenes donde Goldin presenta sus fotos en forma sucesiva y musicalizada con canciones de amor de Boris Vian, Charles Aznavour, The Velvet Underground y María Callas. La sincronía es perfecta; esta forma de presentación potencia el efecto narrativo de sus fotos.

La balada de la dependencia sexual provoca una atracción magnética: las imágenes condensan, al tiempo, biografías de vida y frescos de época. Goldin pone en el centro de la escena a personajes anónimos: al ver las tomas es posible imaginar la fuerte empatía entre la fotógrafa y sus retratados. A diferencia de Araki, las escenas de amor y de sexo de Goldin están cargadas de pasión y erotismo, de cariño o desdén absoluto; siempre son naturales. “Es algo espontáneo, surge de la relación y participo de sus latidos del corazón”, dijo Goldin de esas tomas íntimas.

Conocía bien a los protagonistas de sus fotos. Después de que su hermana se suicidó, Goldin creció entre varias familias adoptivas. Sus amigos –que eran su familia– fueron figuras centrales de las fotografías que documentaron el underground neoyorquino de los años 70 y 80.

Fotografió a sus amigos en escenas de sexo explícito; a uno de ellos lo retrató en la cama del hospital, enfermo de sida; más tarde en el ataúd. Se tomó autorretratos desfigurada por los golpes de su amante, y hasta documentó su propia desintoxicación. Los retratados –y autorretratos– de Goldin miran de frente al espectador: ese cruce de miradas es una de las formas de conexión más potentes. Para el filósofo y sociólogo alemán Georg Simmel los ojos desempeñan una función sociológica: ese enlace y acción recíproca de los individuos que se miran mutuamente es quizás la relación más inmediata y pura que exista. “La más mínima desviación, el más ligero apartamiento de la mirada, destruye por completo la peculiaridad del lazo que crea. No queda en este caso ninguna huella objetiva, como ocurre mediata o inmediatamente en las demás relaciones que se verifican entre los hombres, incluso en las palabras que se cambian. Todo el trato entre los hombres, sus acuerdos y sus repulsiones, su intimidad y su indiferencia, cambiaría de un modo incalculable si no existiera la mirada cara a cara, que engendra una relación completamente nueva e incomparable, a diferencia de la mera visión u observación del otro”, señala Simmel.

Goldin encuentra humanidad y belleza en sus retratados, llega al núcleo de los personajes: no hay artificio en sus fotos. Pone el foco en seres marginales, destrozados, colocados, simples, cero glamour. Su cámara captura –y lo hace también con sus autorretratos– mujeres con mirada vidriosa en una noche que termina en soledad, amorotonadas o con cicatrices. Algunas miran de frente mientras hacen sus necesidades; otras lloran, se acurrucan o en la cama de un hotel esperan caricias que nunca llegarán. Como una conjura que alivia, a veces esos hombres y mujeres comparten momentos inolvidables, se enamoran, hacen temblar de emoción al espectador. u

Les visitants: una mirada de Guillermo Kuitca 

a la colección de la Fondation Cartier pour l’art contemporain se puede visitar hasta el 27 de mayo de 2018, de miércoles a domingos y feriados, de 13 a 20. En el CCK, Sarmiento 151. Gratis.