• Aunque no lo crean, quien suscribe -antes de ser músico- yugó de esclavo, y además lo hizo en múltiples oficios para emparejar las arcas y sobrevivir en la apuesta a futuro que significaba poder componer y vivir de ello. Cuando empezaron a sonar las primeras canciones las oía con el placer del anonimato, conciente de su felicidad y de la distracción propia del que siente que está por empezar una vida nueva. Así, trabajando de letrista, estuvo con su socio pintando la proa con una publicidad de un supermercado y el lateral de una lancha con los datos del competidor más el logo de su escudería. Ya en el amanecer concluyeron la faena y se sentaron a beber algo fresco mirando salir el sol sobre las islas. En eso estaban cuando llegó el dueño y se agarró la cabeza:

    ‑¿¡No les repetí que los datos van del lado del conductor?! -se puso a gritar enloquecido. Había este escriba realizado un trabajo fino en el costado de la embarcación, solo que distraído como estaba, oyendo que pasaban su música por la radio que lo acompañaba, no advirtió que el volante, como el de todas las lanchas de competición está a la derecha, y toda la ingeniería pictórica desplegada lucía perfecta, pero del lado izquierdo, el del conductor de un auto, por ejemplo. Esa mañana, aquel bólido acuático se presentó a pista con los datos escritos a los apurones con pincel donde correspondía, y un manchón lateral. Me contaron que ganó, pero lo único que importaba era que ese día habían pasado mi tema como diez veces.
     
  • Estaba en Buenos Aires, con una entrada para ver gratis a The Police, pero un resfrío inoportuno me mantuvo en cama. No obstante, unas dos horas antes decidí abandonar el lecho y me dirigí a River. Lloviznaba y yo había elegido ropa de mi amigo para la ocasión. Remera azul, un impermeable negro, pantalones grafa azules y mis borcegos. Caminamos unas cinco cuadras charlando con espectadores, conocidos ocasionales, contentos de asistir al show. Cuando llegamos a los molinetes un policía... ¡vestido igual a mí!, me señaló y dijo fuerte:

    ‑¡Ah, Ordoñez! ¿Como andás? ¿Vos sos de la 2ª Circunscripción? Dale pasá, pasá.

    Y no me dio tiempo a nada que ya estaba dentro. Saludé hacia el grupo que venía conmigo y me dedicaron miradas donde se leían "infiltrado", "buchón", "rati de civil" y otras preciosuras. Para amenguar el equívoco, llamé a uno de ellos y le ofrecí la entrada que no me habían cortado para que se la brinde a alguno.

    ‑!Es lo menos que podés hacer con el sueldo que te garpamos entre todos por ser cana!

    Esa fue su señal de agradecimiento.
     
  • La mayor herencia cultural que recibiera la Trova devino de Litto Nebbia, a quien se le copió el fraseo, su firma de decir, su arrabalerismo culto de habitante del interior, sus discos iniciáticos. Un día La Trova tenía que compartir escenario en Colón, provincia de Buenos Aires. Era una tarde ventosa al aire libre y uno de sus integrantes sentía una emoción particular ya que iba a conocer en persona a quien le diera tanto. El camarín consistía en dos vagones de tren. En uno la Trova, en el otro Litto. Pero se corrió la voz que no podría llegar. Estaba el músico reflexionando cuando por la puerta corrediza del vagón se asomaron unos pibes que lo confundieron con el ex Gato. Sabiendo que no iba a venir y por piedad hacia los chicos y como homenaje se puso a firmar autógrafos en su nombre. Firmó cientos. Luego al escenario. Estaban en pleno show cuando vieron llegar a Litto quien apresuradamente subió al podio para compartir el último tema con los rosarinos. Los pibes, desde abajo, reconocieron el fraude y empezaron a silbar y tirar cascotes de tierra. El falsificador le dijo al oído a Litto:

    ‑No es con vos, es conmigo.

    ‑¿Pero qué les hiciste?

    ‑Me hice pasar por vos, después te explico.

    Un signo de interrogación en Nebbia, y el tema que terminó en un coro de chiflidos. Abajo, el músico tuvo que huir disimuladamente antes de que una piara de jovencitos lo encontrara.
     
  • "¡Ríase, ser rosarino es un chiste del destino!", rezaba el mandamiento de la revista Risario, protagonista heroica de una época de pocos pesos y mucho arte en colaboración. Ella fue la que difundió el fenómeno y le dió aire al movimiento, perdonando las desafinaciones. Pero la primigenia, en lo que a mí respecta fue Smog, dirigida por Horacio Vargas y Jorge Santa María. Un cuadernillo con pocas hojas: allí escribí la letra de Mirta de regreso a pedido de esos amigos. Me sentía nombrado, elegido, autorizado y respetado. La letra salió íntegra en un número de la revistita y abajo rezaba: "Escrito en cuclillas mientras espero el colectivo". Cosa más que cierta, como también lo fue que el patrullero que pasara después me pidiera documentos, y hasta el último examen de orina, solo por estar sospechosamente agachado escribiendo en un papel algo así como una poesía.
     
  • El Topo Carbone, ese saurio fenomenal, acaparador de historias cómicas y surrealistas, tiene una que particularmente no deja de sorprenderme. Era verano y tocábamos en la Lavardén. Imprevisible y vividor del momento, llevó una remera para ensayar y la misma para actuar. Tocando en la prueba de sonido transpiró como un beduino, por lo que no tuvo mejor ocurrencia que llegarse hasta el bar de enfrente y pedirle al mozo el favor de aposentar su remera sobre el cuerpo metálico y vaporoso de la máquina express. A la media hora, tenía nuestro baterista la remera seca y lista para actuar. Y además, perfumada con el aromatizante inconfundible del café. Algunos parroquianos se sorprendieron con la maniobra, pero el Topo no se amilanó. Exhalaba una esencia poderosa. Una excelencia de idea, poesía pura de la practicidad y del absurdo.
     
  • Estábamos en Bariloche, pleno junio, bar repleto, alcohol, tabaco, chocolate en tazas y fin de la primera parte cerrando con Mirta de regreso. Voy al baño y veo delante un revuelo: un tipo que rompe como en los films de pelea una botella de cerveza contra el borde de la mesa y me amenaza. Me detuve y me aparté; entre varios lo desarman y lo llevan afuera. Se acercó entre la bruma y la música incidental del lugar una damita pequeña como un hada a charlarme y a revelar la verdad de aquel incidente.

    ‑Son casualidades -expresó y se tornó pensativa mirando hacia afuera, hacia la nevada que caía‑; el tipo estuvo preso como tres años y su novia, de nombre Mirta, se fue con otro... Me puso después la mano en el hombro, chiquita como era, igual a que si me diera un pésame por escribir ciertas canciones.
     
  • Un músico de la Trova fue invitado a un programa vespertino y allí acudió, a sabiendas de que se trataría de un programa reciente, novicio, y con ese ánimo entró. Ya en el aire una dama rubia lo presentó correctamente y pasó el micrófono al conductor, que había permanecido en las sombras, sin hablar. La sorpresa del músico resultó mayúscula: el que conducía la entrevista era tartamudo, de aquellas sonoridades no tan exageradas pero que con todo respeto, resultan ineficaces para transmitir desde el éter. El artista pensó en las múltiples posibilidades: un padre que compra el espacio para que el hijo se desarrollase, distracciones de los dueños de la emisora, el destino exagerado y absurdo que se presenta sin decir ni buenas tardes. Así fue que munido de paciencia realizó la nota, intentando completar rápidamente la pregunta del tartamudo, cosa de no dejarlo mucho al aire empantanado en una consonante. Era, de algún modo, un sentimental: a los veinte minutos, para acompañar, para solidarizarse, el rosarino se descubrió tartamudeando tanto como el otro.

 

[email protected]