Una cita literaria preside cada uno de los episodios de Mr. Loverman, miniserie británica estrenada este mes en Film & Arts e inspirada en la novela de Bernardine Evaristo. Cada línea de esas citas ofrece un guiño o un anticipo para el recorrido de la historia, pero también condensa la voz de alguno de sus personajes, todos ellos envueltos en una maraña de mentiras que lleva tejiéndose más de 50 años. La primera cita es de James Baldwin, escritor y activista estadounidense que empujó las luchas contra el segregacionismo en los años 60, escribió textos célebres como la novela El cuarto de Giovanni y la base del documental No soy tu negro, pionero en la conexión de reclamos raciales y temática queer. “No todo lo que se enfrenta puede ser transformado, pero nada puede transformarse hasta tanto se enfrente”. La frase resuena en la cavernosa voz de Barrinton Walker, Barry para los amigos, un dandy de 74 años que ha vivido desde siempre una doble vida: casado y con dos hijas, ante la mirada social; amante de su amigo Morris, alma gemela desde los lejanos años de adolescencia en la isla de Antigua. Dos vidas, una sola mentira.

El inicio de Mr. Loverman anticipa esa crisis entre una realidad subterránea, escondida pacientemente durante años, y una fachada prolija y calculada, sostenida en virtud de la recurrente tendencia negadora de la condición humana. Un día como cualquiera, Barry (Lennie James) llega a su casa luego de una nueva noche de copas y baile junto a Morris (Ariyon Bakare) y a ese mundillo de ritmos caribeños que late en un rincón de esa Londres gris y melancólica. Las canciones, las risas, el alcohol abundante lo embriagan hasta el desvarío, mientras Morris se queja del deterioro de su memoria, la confusión de los días, las noches tardías que se tornan castigo en la mañana. Barry es el eterno optimista, la petaca en el bolsillo lo mantiene achispado, con cierto andar errático y con algarabía. Pero al llegar a casa, la voz de su conciencia le recuerda: “En la boca del lobo”. Y los tropiezos que lo llevan a la habitación matrimonial anticipan lo que vendrá: la reprimenda de su esposa Carmel (Sharon D. Clarke), harta de las trasnochadas, los engaños de un pretendido mujeriego, los olvidos de un hombre que parece haber abandonado hace tiempo su corazón.

Al mismo tiempo que Barry, nos enteramos que el padre de Carmel ha tenido un segundo ACV en Antigua y que ella viaja para confortarlo después de años de ausencia. Será una despedida amarga pero inevitable, y a su regreso intentará una rendición de cuentas con el viejo Barry, una puesta a punto de ese matrimonio signado por el olor a cigarro y a ron, por las ausencias y el evidente desamor. Carmel refunfuña su malestar, se refugia en la palabra de la iglesia, en la memoria de un Barrington joven y seductor que dio paso a ese hombre fantasmal, al que solo reconoce para escupir reproches y frustraciones. Los pensamientos de Barry se ordenan en la voz de un narrador introspectivo, agudo y sincero con los deseos que el Barry padre y marido ha silenciado desde siempre. Llegó la hora de la verdad, de enfrentar a Carmel y ensayar la separación, de decirle a sus hijas adultas que ese matrimonio es cosa del pasado, que en el crepúsculo de su vida merece la verdad, la que mantuvo oculta tantas décadas. ¿Será posible desarmar esa fachada perfecta, ese aire varonil que destila su sombrero de ala ancha y su traje impecable, ese lugar social cultivado con paciencia y diligente ocultamiento?

EL OCASO DE UNA VIDA

Bernardine Evaristo es una de las escritoras británicas más importantes de los últimos años, ganadora del premio Booker por su novela Niña, mujer, otras en 2019, referente del activismo racial contemporáneo desde la ficción literaria y también a partir de su conexión con el cine y la televisión. Mr. Loverman es una novela previa al estallido de su fama, termómetro de una historia pasada a la de su generación: la crónica de los llamados inmigrantes de la generación “Windrush”, artífices de la reconstrucción de Inglaterra en la posguerra. “Cuando escribí mi novela allá en 2013, me sentí de pronto consumida por ese señor caribeño de 74 años, Barrington Jedidiah Walker. Su voz llegó con facilidad, sin dolores de parto, y cuando mi marido llegaba a casa por las noches, lo había habitado tan profundamente que, sin darme cuenta, me encontraba hablándole con el acento antiguano de Barrington”, recordaba Evaristo en nota publicada en The Guardian en octubre del año pasado, a propósito del estreno de la miniserie en la BBC. Aquella voz podía ser la de cualquiera de los emigrados de las islas del Caribe, de Jamaica, Barbados, Antigua, Guyana o Trinidad y Tobago, aquellos que llegaron en los años 50 para levantar los escombros de la destrucción. Una reconstrucción que fue ajena entonces, y que en la voz de Barry intenta ser propia.

Los padres de Evaristo no fueron parte de la generación Windrush, bautizada así por el barco que llegó a Inglaterra desde Kingston en 1948. Su padre, Julius Taiwo Bayomi Evarist -conocido como Danny-, nació en el Camerún británico, emigró primero a Nigeria y luego a Londres en 1949, en plena ebullición de la reconstrucción. Compartió el color de piel y el destrato con los caribeños trasladados para sentar las bases de la nueva Europa del Plan Marshall y se convirtió en el primer concejal negro en el distrito de Greenwich para el Partido Laborista. Con ese legado, la escritora forjó en la ficción los dilemas de una generación arrancada de su origen, escindida entre los mandatos sociales y los deseos personales, que en la gestación de Barry asumieron la sexualidad como piedra de toque. Un narrador poco fiable, encantador y testarudo, capaz de sostener una doble vida a lo largo de décadas, causando dolor y placer a su alrededor, asimilando los imperativos sociales y desoyéndolos en un gesto de involuntaria rebeldía. “Estoy demasiado acostumbrado a estar en una prisión que yo mismo he creado, en la que soy juez, carcelero y compañero de celda”. La voz de Barry en la novela es desgarradoramente honesta, pero ¿qué implica decir la verdad cuando tanto tiempo se ha mentido, incluso a uno mismo?

“Me hizo pasar un mal momento anoche”, se queja Barry con Morris a la mañana siguiente del altercado con Carmel, mientras lee el diario, ya ataviado con su camisa impecable, sus tiradores al tono, el vaso lleno de cerveza negra sobre el mantel a cuadros. “No se da cuenta que su marido es uno de los buenos. Todos estos años me aseguré de que ella y las chicas estuvieran seguras. ¿Y eso fue para nada? Me acusa de engañarla, de ser infiel”, se lamenta con severa indignación. “Sos infiel, Barry”, le replica Morris, mientras pliega el diario entre suspiros de cansina incredulidad. “Pero no en la forma en la que ella cree -se ataja Barry -. Existe un honor, una lealtad que Carmel es incapaz de entender. Llega un tiempo en el que la máscara debe caer y la charada debe terminar”. Pero -como le replica Morris, un tanto incrédulo de ese arrebato de repentina honestidad-, esa fue la vida que eligió, la que sostuvo durante años, la que preservó con engaños y omisiones, y la que le da el confort suficiente para llevar en secreto aquella que lo hace pleno, verdadero. Una cáscara difícil de quebrar sin que aquello que habita en su interior quede expuesto al dolor del juicio ajeno. XXX

DOBLE VIDA EN FAMILIA

Adaptada por el guionista Nathaniel Prince, la miniserie sigue el presente de la novela, aquel en el que Barry toma la intempestiva decisión de separarse de Carmel una vez que ella regrese de Antigua. La despedida es amarga, con la secreta exigencia de Carmel de un viaje conjunto y la negativa egoísta de Barry de dar el brazo a torcer. El preámbulo a esa despedida había sido una reunión familiar con las dos hijas del matrimonio: la mayor, Donna (Sharlene Whyte), una trabajadora social que lidia con la crianza de su hijo adolescente y con las frustraciones de su reciente separación; y Maxime (Tamara Lawrence, actriz de la serie Millie Black), simpática e irresponsable aspirante a diseñadora de moda, quien salta de proyecto en proyecto con la financiación de ese padre culposo que todavía la malcría. El almuerzo estuvo signado por la llegada de las amigas de Carmel, devotas de la iglesia local, compendio de prejuicios y homofobia que alteran el humor silencioso que masculla Barry sentado en la cabecera. El último comensal es el propio Morris, amigo de la familia, quien carga con su oprobio tras la separación de su esposa, el destierro de la paternidad, la revelación de su secreto. Una ceremonia agria que tendrá su continuidad en el auto hacia el aeropuerto, el reclamo justo de Carmel, el silencio intransigente de Barry.

Pero Mr. Loverman no se queda en el presente. Cada destello de frustración de Barry permite vislumbrar su germen en el pasado. Las imágenes de su adolescencia en Antigua, los primeros juegos sexuales con Morris, la condena de una sociedad severa. Gran Bretaña ofrecía un borrón y cuenta nueva, la posibilidad de ser otro, de empezar de nuevo, en sintonía con esa Europa que buscaba olvidar los pecados de la Segunda Guerra. Morris viajó primero, formó una familia tipo, una postal perfecta. Y luego Barry llegó en 1960, se asentó junto a Carmel en Stoke Newinton, un barrio popular del municipio de Hackney, al norte de Londres. Pero los encuentros con Morris existieron en un mundo paralelo, feliz a su manera, pese al secretismo y las mentiras. Sin embargo, ese “amigo” fiel vio desmoronarse su fachada, expuesto su secreto y confinado a la periferia de la vida de Barry, la del compañero leal, el visitante de los domingos, el tío confidente de las hijas. Las tensiones entre presente y pasado ponen en jaque la mirada de Barry sobre sí mismo, el egoísmo de esa voz narradora que reclama verdad y entrega en un astuto desfile de convenientes mentiras.

“Cada una de mis novelas tiene un punto de partida diferente -reflexiona Evaristo en The Guardian-, un personaje, una época, un tema, un lugar, pero Mr. Loverman tuvo orígenes inusuales. En 2009, como asistente de escritura para un programa educativo, participé de un taller dirigido por una de mis co-mentoras, la dramaturga Rebecca Lenkiewicz. Ella nos propuso un ejercicio: desplegó una serie de fotografías de pasaportes antiguos sobre una mesa, nos pidió a cada uno que eligiéramos una y describiéramos a la persona que aparecía quitándose la ropa frente a un espejo mientras pronunciaba un monólogo. ¿Quién iba a pensar que la foto que elegí, la de un hombre negro de los años 50 con gabardina y sombrero, daría como resultado el personaje de Barrington? Fue un disparador sencillo, pero generó una voz que me entusiasmó tanto que volví a casa y continué escribiendo hasta que terminé la novela. Su voz estaba influenciada por un amigo antiguano que conozco desde que éramos adolescentes. Cuando estaba escribiendo, lo escuchaba confesarse. Si bien no soy originaria del Caribe sino de ascendencia británico-nigeriana, he estado rodeada de gente del Caribe toda mi vida adulta: amigos, amantes, socios, colegas. Me habría costado concebir esta novela sin esa memoria personal”.

Pero la voz de Barry no es la única que define el espíritu de Mr. Loverman. Carmel y Morris ofrecen el contrapunto de esa vocación amatoria que aquel emigrado insular parece reclamar desde el título. Él quiere ser amado, el despliegue de su andar por la ciudad lo confirma, al igual que la voz cantarina que le brinda Lennie James, el color de sus trajes, el reluciente Daimler que conduce con estilo, la hidalguía en los bares, con el ron en la mano para quien necesite un trago de apuro. Pero Morris también anhela un amor sin secretos ni vergüenzas, sin disfraces ni engaños. Y sobre todo Carmel, cuya voz llega desde la novela en una esquiva segunda persona, aquella que se explica en el pasado, en un amor al que renunció por la familia, en un trabajo que abandonó por asumir el temor a un Dios que la acompaña y la vigila. Su recorrido sinuoso por la misma historia que Barry presenta para el afuera, ofrece un posible reverso, una voz poética ante el rigor de la prosa, una mirada piadosa sobre esa vida de mentira que esconde una verdad posible de encontrar.

Desde abril, Mr. Loverman se emite los miércoles a las 23.00 por Film&Arts.