Conocido como “el rey filósofo” o el “rey masón”, Federico II gobernó los destinos de Prusia entre 1740 y 1786 y fue uno de los referentes más importantes del despotismo ilustrado. El éxito en la Guerra de los Siete Años le permitió tomar el control de la Silesia y convertir a su reino en una potencia europea. Afecto a la filosofía política, un año antes de acceder al trono había publicado de forma anónima la obra Anti-Maquiavelo, en la que se oponía a las teorías del italiano que señalaban que el pueblo quería y necesitaba ser engañado. En cambio, clamaba por una mayor exigencia moral para los gobernantes.
Ya en el poder, buscó transformarse en un protector de la ciencia y de la cultura. Bajo el consejo de D’Alambert, en 1778 puso en marcha un concurso de disertaciones filosóficas en torno a la consigna: “¿Es conveniente engañar al pueblo?”. La Real Academia de Ciencias Morales de Berlín fue la institución encargada de organizar el certamen.
El francés Marie-Jean-Antoine Condorcet, más popular como “el marqués de Condorcet”, o Condorcet a secas, se sintió convocado por la pregunta y comenzó a trabajar en su disertación. Su punto de partida era el contrario. “¿Hay algún inconveniente en decir al pueblo toda la verdad?”, es la hipótesis que estructura su discurso.
Huérfano de padre desde niño, Condorcet había sido educado por los jesuitas en Reims y luego en el Colegio de Navarra de París. Anticlerical furibundo, se destacó como matemático con su Ensayo sobre el cálculo integral, que publicó a los 22 años. Al poco tiempo ingresó en la Academia de Ciencia, donde recibió la protección de D’Alambert. Colaboró en la redacción de la Enciclopedia y fue uno de los principales impulsores de la enseñanza laica, mixta, gratuita, obligatoria y universal.
En la disertación que preparó para la Real Academia de Ciencias Morales de Berlín se oponía a la idea de la “noble mentira”, que habilitaba el engaño político por razones de Estado. Allí, afirma que la felicidad común sólo será posible cuanto mayor conocimiento tengan todos los ciudadanos y las ciudadanas acerca de los asuntos públicos.
Precursor en la defensa del voto femenino, con respecto al rol de las mujeres en la vida política, señala: “Puesto que no hay diferencias entre ellas y nosotros que las que corresponde al físico propio de sus sexos, la idea de que sea preciso someterlas a errores de los que los hombres están exentos no puede sostenerse más que por quienes pretenden ser sus tiranos”.
También escribe sobre la necesidad de tratar de destruir con rapidez las mentiras, porque la persistencia en el tiempo hace esparcirlas a una mayor cantidad de personas. “Los errores, cuando nacen, no infectan más que a un pequeño número, pero con el tiempo, el número de los imbéciles aumenta”, afirma, tal vez previendo el auge de las fake news.
Denuncia a los poderosos que quieren que se sostengan los absurdos. Los acusa de utilizar supuestas responsabilidades de Estado para persistir en los engaños, algo que les permite conciliar el interés de su propia vanidad con el dominio de la Corte y del pueblo. “Ya no son charlatanes que suben a los escenarios para vender sus drogas, sino prudentes médicos que engañan a sus enfermos para curarlos con mayor seguridad”, ironiza. Condorcet defiende a la educación como el mejor medio para acelerar el progreso de la verdad.
En el concurso se presentaron 42 originales. Con una mirada supuestamente ecuánime, premiaron dos trabajos: el del francés Fréderic de Castillon, que consentía el engaño en base a la “minoría de edad” de un pueblo que debía ser tutelado; y el del alemán Rudolf Zacharias Becker, que afirmaba la necesidad de proteger la libertad de expresión y de educar al conjunto del pueblo.
¿Por qué la Real Academia no galardonó a Condorcet? El científico iluminista, por alguna razón, no presentó su trabajo. Sin embargo, en 1966 el filósofo alemán W. Kraus localizó las 42 contribuciones en la Biblioteca de la Academia de Ciencias de Berlín y decidió incluir el trabajo del marqués en su selección.
Más allá de la organización del concurso, Federico II se desdijo de su manifiesto contra Maquiavelo y afirmó que convenía engañar al pueblo, ateniéndose a sus deficientes condiciones intelectuales. Voltaire, que había confiado en el monarca prusiano, señaló en sus memorias que "se vio que Federico II, rey de Prusia, no era tan enemigo de Maquiavelo como el príncipe heredero había parecido serlo. Si Maquiavelo hubiera tenido un príncipe por discípulo, la primera cosa que le hubiera recomendado habría sido escribir contra él". Jean-Jacques Rousseau le dedicó también unas rimas: "Su gloria y su provecho, he ahí su Dios y su ley. Pues piensa como filósofo y se comporta como rey". Diderot fue incluso más tajante: “¡Dios nos libre de un soberano que se parezca a esta especie de filósofo!".
Por su parte, Condorcet participó en la Revolución Francesa y dirigió el influyente Journal de la Société en 1789. Dos años después fue electo diputado de la Asamblea Legislativa. Sin embargo, se opuso a la pena de muerte, incluso en el caso de su aplicación a Luis XVI. Cercano a los girondinos, redactó una propuesta alternativa de Constitución, enfrentándose al proyecto de Carta Magna de los jacobinos. La contienda escaló y fue condenado a muerte por traición. Logró escapar y se refugió durante unos meses en la casa de su amiga Madame Vernet, donde escribió su Bosquejo de un cuadro histórico de los progresos del espíritu humano. Pero se sintió acechado y abandonó ese hogar. Lo detuvieron y a los pocos días fue hallado muerto en la celda. Suicidio o envenamiento. O suicidio por envenenamiento.
En 1989, el presidente Francois Mitterrand decidió trasladar sus restos al Panteón de París. Fue un acto simbólico: el féretro estaba vacío. Aún nadie sabe dónde están los restos del marqués. Su obra, sin embargo, se mantiene con resistente vigencia. He aquí la conclusión de su disertación de 1778: “La verdad siempre es útil para el pueblo y que si el pueblo tiene errores es conveniente para él librarse de los mismos”.