En una de sus tantas y célebres intervenciones en Intrusos, Moria Casan describió al fallecido Ricardo Fort como una mamushka. El conductor de programa, Jorge Rial, alucinó con esa metáfora: la One había ocupado la figura de esas muñequitas rusas -“esas que son muchas en una”, dijo Rial- para referirse al musculoso millonario.

Pues bien, me gustaría recuperar ese dixit para hablar de quien nos convoca esta noche. Estoy convencido que Moria es una mamushka con pelucas; en ella se contienen millones de representaciones femeninas en una: mil actrices, mil vedetes, mil brujas, mil jurados del bailando. Y quisiera agregar algo más: en ella se contiene una infinidad de versiones de la propia Mo, todas marcadas por su particular uso del pelo real y pelo cosmético.

Quisiera proponer desde ya que lo que conocemos de Moria Casán es el resumen de metros y metros de pelo propio y pelo falso -no sabría reconocer el límite entre uno y otro, entre el real y el accesorio en ella-, una montaña de aplicaciones y extensiones, tintes y peinados que se condensan en su melena larga y oscura y el  clásico flequillo negro (en Chile le decimos “chasquilla”).

Y es que nos hemos acostumbrado a escuchar que su rasgo distintivo es su baby face, nos hemos creído que sus tetas son su mayor atributo, incluso que sus curvas son marca registrada. Pero quisiera proponer que lo más sagrado, divino y óptimo que conocemos de Moria es su cabellera. O la falta de esta.

Por tanto, esta noche quisiera realizar una breve mitología del pelo de la One para ahondar en ciertas particularidades que a través de su pelo emergen. Bien dijo Roland Barthes que podemos realizar una suerte de lectura mitológica de “toda unidad o toda síntesis significativa, sea verbal o visual”, ya que todas estas unidades son un lenguaje que podemos leer e interpretar. 

Hoy quisiera realizar, muy someramente, ese ejercicio con el pelo de Ana María Casanova.

En primer lugar, me gustaría proponer que gracias al uso que durante décadas ha realizado del pelo, Moria ha logrado diferenciarse de casi la totalidad de las divas de la región, y por qué no decirlo, del mundo. Alejada del prototipo de Susana Giménez, Mirtha, Madonna o incluso RuPaul, ha descartado el color que históricamente se asocia a valores positivos y de alto estatus: el rubio. La One es y será de cabellos oscuros, una suerte de Cleopatra de Avenida Corrientes. Y este punto es relevante, pues ya desde el pelo es posible ubicar a Moria en un rincón particular, en una zona alejada del convencionalismo del espectáculo. Moria no será la cándida conductora rubia, blanca, “fina” y correcta. Moria no será la millonaria ni la diva lejana e intocable. Moria será la opuesta, el punto en contra, el factor sorpresa, la instalación de una diferencia que comienza en la raíz del pelo.  

Sin embargo, y aunque todos los que estamos aquí asociamos de manera más o menos instantánea a Mo a una imagen de melena oscura, ella ha sabido (al mismo tiempo) romper ese molde para escaparse aún más de sus compañeras de generación y de rubro. Un día Moria puede tener extensiones azules, una peluca verde, una peluca rosada, mechones claros, trenzas, rulos, etc. En ese sentido, Moria es una especie de Nicki Minaj del cono sur, una Lady Gaga porteña, o como en más de alguna oportunidad ella misma se ha asociado: una prima lejana de Cher. En ese juego, la policromía de su performance capilar le permite ocupar diversos roles (vedette, cómica, putonga, futurista, intelectual, otaku, cosplayer), para abarcar zonas que otras no pueden ni quieren alcanzar. 

En segundo lugar quisiera plantear que además de todo lo anterior, Moria es consciente que su cabellera está asociada a numerosos atributos de los que ella se enorgullece. Quisiera detenerme en algunos que siempre me han fascinado. Uno en particular me parece sorprendente: hablo del pelo limpio de Mo. Su pelo (insisto, real o falso) brilla, siempre está como recién lavado, en su lugar, perfecto, sexy, invita a tocarlo y ella nunca deja de hacerlo. Higiénicas, o higienizadas, sus pelucas se diferencias del resto de la comarca; ninguna parece tan real como las de ella, ni tan bien ubicada, tan bien llevada. Cómo olvidar otro de los móviles de Intrusos en el que Moria encara a su rival, Georgina Barbarossa, impugnando sus conductas, su talento como actriz, su ética, su físico, pero por sobre todo: ¡su peluca! Dice Moria: ¡Que se cambie esa peluca de canecaló, que se le nota el plástico, es un papelón!

En esa mítica sentencia Moria reclama su supremacía capilar, ese reinado en el que todas las demás están fatales, mal adornadas, mal lookeadas, de cotillón. A Moria, literalmente no puedes tocarle ni un pelo, porque rasura a sus contrincantes al resaltar que cada una de sus mechas está bien ubicada en su frente, tapando sus orejas, arqueando sus pómulos o cayendo sobre sus hombros. Moria como enemiga es Medusa y hasta ahora no aparecido ninguna o ningún Perseo que se atreva a tocar su cabeza. 

Bien, en tercer lugar y para ir finalizando mi intervención, quisiera terminar insistiendo en un detalle. Si bien es seguro que Moria seguirá haciendo un uso magistral de los avances de los postizos, ella no teme en despojarse de los casquetes y de las extensiones. Recordemos la portada de Memoria, su autobiografía o cuando luego de sumergirse en una piscina del Bailando perdió la peluca y tuvo que afrontar a la audiencia con su pelo real. Recordemos que lo hizo muerta de risa. Viviríamos otra era en el pop si Britney hubiese afrontado Blackout calva, estaríamos contando otra historia hoy. Moria hasta en eso ha sabido levantar una táctica en la que pueda hacer de sus pelucas un accesorio más, como las uñas falsas, las pestañas falsas. Quiero decir, por tanto, que Moria sabe que su unicidad se completa con las pelucas, o bien, con su pelo, pero también entiende que si llegase a no contar con ellas podría mirar de igual a igual todos, calva, “imperfecta”, Mostra, haciendo de esa carencia otro punto de diferenciación. Moria es una especie de Sansón local, sin complejos, sin temores, que no rompe las pelotas con la peluca, que no teme perder algún poder o encanto si es que pierde su cabello y que como sabemos, tampoco se quiere casar de blanco en la Catedral.