Entre los asistentes circula un mate. De fondo, suenan canciones de Gabo Ferro y Luciana Jury, otras de Luna Monti y Juan Quintero. En esta elección folklórica se hace presente, de a poco, el campo, y con él, el pago, la tarde que empieza a caer. El público lleva escarapelas; se respira el aire de la Semana de Mayo. Alguien hace una señal: está por comenzar el acto. Micaela Olivetto, diputada chacabuquense, pide un último mate antes de tomar el micrófono. Estamos en la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires, en un homenaje al escritor Haroldo Conti, quien hubiera cumplido 100 años este domingo 25 de mayo. No llegó: fue secuestrado y desaparecido por la dictadura cívico-militar en 1976, a sus cincuenta años.
Conti nació en 1925 en Chacabuco, provincia de Buenos Aires, en el Día de la Patria. Esto podría pensarse como una casualidad que marcó el profundo compromiso político, estético y social de Haroldo —como lo llaman con cariño en este homenaje— con su pueblo. “Un hombre que celebró perderse entre las multitudes”, puede leerse en una de las tarjetas que se reparten en el ingreso al auditorio.
A lo largo del acto, los organizadores pidieron recordarlo tanto como poeta como militante, y remarcaron que “es un deber para los bonaerenses reivindicar su obra”. Tal vez sea porque Conti habló de lo bonaerense, narró su Chacabuco natal y a sus personajes, su ritmo, sus paisajes. Desde su infancia tuvo un particular interés por los relatos de aventuras pueblerinas y por las historias de vidas anónimas, “chiquitas” para la Literatura con L mayúscula. Como resaltó Julián Coconier, periodista y nieto del autor, Conti “hizo trascender a Chacabuco y a Tigre, les dio vida eterna”.
Además de escritor, Haroldo fue periodista, piloto de avión, seminarista, navegante, nadador de aguas abiertas —ahí empezó su amor por el Delta—, guionista de cine y docente. También militó en el Partido Revolucionario de los Trabajadores y en el Frente Antiimperialista por el Socialismo. Estas experiencias lo perfilaron como una imagen alternativa a la del escritor tradicional —como eran Borges, Martínez Estrada o Mallea— que se vanagloriaba de su enorme biblioteca. Conti empezaba a ser el tipo de escritor que, en vez de eso, se jactaba de su participación en los acontecimientos. “Su moral reside en la experiencia personal de los hechos [...] Deberían leerse de otra manera los datos biográficos que acompañan sus ficciones, que no solo tienen como propósito orientar al lector sobre aquello que leerá, sino que también son una manifestación de fe en la ‘filosofía de la vida’”, escribe el profesor Alfredo Rubione en el prólogo a Con otra gente.
“Es muy difícil separar la vida de la obra de Conti, porque están absolutamente enlazadas, y él lo decía de manera explícita. Él quería volver a ‘la vida’ y a ‘la obra’ la misma cosa. Entonces, si uno analiza la vida de Conti (dónde vivió, los personajes que conoció, etc.), se da cuenta de que son los personajes que están en su obra”, dijo en el acto el periodista Manuel Barrientos. Hay, en Conti, un movimiento y a la vez una contemplación. Su obra, como su vida, están cifradas en la contradicción. “Era un autor que quería pegar el batacazo, venía de un lugar humilde, pensaba en la escritura como un oficio, pero cuando ganó la beca Guggenheim, el sueño de todos los escritores, la rechazó por motivos ideológicos. Del mismo modo que militaba en el Frente Antiimperialista por el Socialismo y seguía teniendo una convicción religiosa muy fuerte”, señaló Barrientos.
Ricardo Piglia, que era amigo de Haroldo, describió a sus personajes como “héroes medio vencidos, historias de perdedores, de gente común que resiste y que tiene siempre una ilusión que la sostiene. No son personajes derrotados”. En el auditorio se puso énfasis en la lógica comunitaria y de celebración de la amistad que se lee en las obras y el pensamiento de Conti. “Es política, esa celebración de la amistad, de lo solidario”, señaló Olivetto, la diputada chacabuquense que organizó el homenaje. “Es política y tremendamente actual”, refuerza.
Entre los oradores estuvo el cineasta Andrés Cuervo, director de Retrato humano de un escritor, un cortometraje documental que recupera archivos y entrevistas de Conti. Al momento de la proyección, la sala hizo silencio. Cuervo explicó que él se encargó de terminar el documental que inició su papá cuando cursaba la carrera de cine en la Universidad Nacional de La Plata, la primera carrera audiovisual pública de Latinoamérica, que fue cerrada durante la dictadura. En el corto aparece un Conti lúdico, joven, que cuenta anécdotas sobre sus comienzos en la escritura y sobre cómo ve él el mundo literario y sus esnobismos. El público se rió cuando el escritor recordó el abucheo que recibió en una premiación (con lectura incluida) por una obra de teatro suya en la que uno de los personajes decía “hijo de puta”. No eran expresiones tolerables entre la audiencia de la época. También aparece la anécdota de un concurso en el que la novela Sudeste fue descartada por no ser una novela “sobre Buenos Aires”. En este sentido, Conti alaba a los escritores que tuvieron el coraje de no venir a Buenos Aires y que decidieron escribir desde sus provincias: “Si la obra vale, se impone, tanto desde Chacabuco como desde La Rioja”.
Con la tarde avanzada y cerca del final del encuentro, los diputados Juan Martín Malpeli y Micaela Olivetto anunciaron, con entusiasmo, un proyecto de ley para nombrar un arroyo de San Fernando como Haroldo Conti. “Creemos que es la forma más precisa y hermosa de rendirle homenaje al autor que escribió que ‘el río es memoria’”, explicó Malpeli. La iniciativa surgió a partir del pedido de un grupo de navegantes y vecinos de las islas, con motivo de los cien años del nacimiento del autor, al que se le dio difusión en otra nota publicada por este mismo medio. “Conti conoció el Delta cuando era joven y lo hizo su lugar en el mundo”, cierra Olivetto.
El evento concluyó con palabras de aliento, café y medialunas. Entre el público se encontraba Alejandra Conti, una de las hijas de Haroldo, que compartió anécdotas y datos curiosos sobre su papá con el resto de los asistentes. Una sonrisa se dibujó en las caras de quienes se reunieron en la Legislatura bonaerense para celebrar y recordar —se hizo énfasis en este verbo— a Conti. “Me hizo bien encontrarnos”, le dijo una mujer a otra al bajar las escaleras para ir hacia la puerta de salida. En estos tiempos en que el negacionismo está a la vuelta de la esquina, los espacios de encuentro producen una sensación de alivio entre quienes los ocupan y frecuentan. Convendría no olvidar la frase que Haroldo dejó escrita en su escritorio la madrugada del 5 de mayo en que lo desaparecieron: Hic meus locus pugnare est et hinc non me removebunt. “Este es mi lugar de combate, y de aquí no me moverán”.