Ituzaingó, provincia de Buenos Aires, yo tenía 5 años. Desde un aparato con forma de capilla -que era el único medio oral de comunicación masiva de entonces- una voz engolada informaba que alguien (desconocido para mí) estaba a punto de ser asesinado. Inmediatamente, un lacerante chillido atravesó mis oídos y el corazón se me quería escapar del pecho. El quejido provenía del fondo de un patio trasero. Tuve miedo. Uno de mis tíos estaba acuchillando un cerdo para el asadito de la noche. Los hombres de la casa comentaban -risueños más que preocupados- que así debería estar agonizando Perón en la isla Martín García. Yo no sabía quién era el presunto moribundo ni dónde quedaba esa isla. Pero percibí que algo fuera de lo común estaba sucediendo.
No podía creer en la crueldad de los comentarios alrededor del lechón moribundo. Hablaban, como si nada, del asesinato de una persona. Yo no lo sabía entonces, pero se trataba de una muerte política, se rumoreaba que fusilarían al detenido. Sentí horror. Algo desconocido pero que se repetiría incontables veces a lo largo de mi existencia. Y ahora, que estoy arribando al final de mi vida, otra vez mi país me da miedo. Está invadido por parafílicos políticos. Nuestro jefe de Estado insulta y expone al oprobio sin piedad a un niño de 12 años con trastornos del espectro autista.
¿El detonante? El director nacional de discapacidad se burla de las personas diferentes mediante una agresión desproporcionada contra un menor de edad autista. Aunque a la luz de los acontecimientos, el niño da muestras de más sentido común, ética, sabiduría y buenas costumbres, que la mediocridad de quienes lo enfrentan. ¿De qué lado se manifiestan más trastornos?
Sobre el caso vomitó mentiras el vocero sumiso y sus repetidores incels, así como les ignorantes que repiten mentiras sobre el Garrahan y la inflación sin chequear fuentes. Al mismo tiempo se agravan los ataques a la ciencia, sin la que ni siquiera habrían podido clonar a los perros presidenciales ni aplacar los ataques de pánico libertarios.
El desprecio por las mujeres, la negación de los femicidios y la indiferencia por la violencia de género merecen un texto aparte, así como el odio irracional a jubiladas y jubilados, como la depredación de los derechos de las minorías sexuales y las poblaciones desvalidas, como la violencia y la torpeza contra ciertos periodistas, reporteros gráficos, vejeces, niñeces, artistas, cultura, inmigrantes. No solo tengo miedo ante estos fachos de cabotaje, siento desprecio por el monstruo que la democracia engendró. El temor ante los depredadores del país tiñe todas las aristas de la existencia. Mete sus manos roñosas en lo más profundo de nuestra memoria colectiva. Esto ya lo vivimos.
Fui y soy testigo de nefastos acontecimientos surgidos desde el odio al diferente, la ausencia de empatía con quienes sufren, el desprecio social y la voluntad de dominio económico sin importar quien caiga. El huevo de la serpiente libertario arroja síntomas similares a los que alfombraron de ignominia la dictadura cívico militar más sangrienta de la Argentina (1976-1983). Pero ese terrorismo de Estado ocurrió varios años después de la gesta de “las patas en la fuente” de 1945.
Aquel día surgió una fuerza política que, por primera vez en nuestra historia, logró derechos y equidades para quienes la política habían abandonado desde el nacimiento de nuestra nación. Aquel 17 primaveral fue el punto de partida de mi experiencia política, entre un cerdo degollado y un líder perseguido por su cruzada a favor de la justicia social.
A principio del siglo XX, en la fatídica década infame, mi papá era un chico de la calle. Sobrevivía juntando moneditas y yendo a la madrugada a las puertas de La Prensa y La Nación para comprar diarios que voceaba por las calles de Buenos Aires. Toda su vida recordó cuando gobernaban los conservadores y, aunque él salía a vender diarios mañana y tarde, no le alcanzaba para comprarse un par de alpargatas. A ese canillita descalzo y analfabeto que fue mi papá, siendo ya jefe de familia durante el primer gobierno peronista, un vecino le preparó los papeles para solicitar un crédito a treinta años en el Banco Hipotecario.
El diariero se hizo un chalecito que pagó sin angustias mientras mantenía una familia de cinco personas. Durante aquel gobierno protector se acabaron los miedos de los que menos teníamos al mismo tiempo que crecía el odio de las clases privilegiadas. Esas que intentaron desperonizar o regalar al mercado tantas veces el país: 1955, 1962, 1966 y 1976 (hubo más golpes u intentos, pero en esta oportunidad, me refiero únicamente a los que viví). Los dos primeros establecieron dictaduras provisorias, los dos últimos se pretendían permanentes. Autoritarios todos. El último golpe impuso terrorismo de Estado y, aunque en ninguno de estos gobiernos ilícitos dejó de correr sangre del pueblo, en el último fluyó en cascada torrentosas y se expandió la violación masiva de los derechos humanos. Estos sistemas morbosos no dan explicaciones e imponen sus mentiras y maldades metódicamente. Soy contemporánea del nacimiento y desarrollo de un mundo mejor y de los reiterativos ataques de la derecha para destruirlo. Por eso hoy, ante la crueldad libertaria desaforada, vuelvo a tener miedo y, glosando al poeta, susurro con ganas de gritar “me duele mi país en todo el cuerpo”. Sé que no estoy sola en esta pasión triste y apuesto a reconvertirla en esperanza.
* * *
¿Qué es el miedo? Una pasión. Una emoción compleja que se nos invade como presentimiento de un peligro físico, psicológico o social. El objeto del miedo, sea real o imaginario, duele igual. Desde una perspectiva biológica se lo considera una defensa. Y desde el punto de vista emocional, algo similar. El miedo produce una reacción de supervivencia que compromete los sentidos. Se acelera el ritmo cardíaco, temblamos, transpiramos, lloramos, nos coloniza. Pero si no caemos en la inacción, el miedo puede hacer reflexionar y actuar en consecuencia. Hay miedo por la patria, pero se puede aprovechar el elemento combativo del temor y el temblor, para producir una torción colectiva que potencie la lucha, la justicia y el fin de las tiranías, aunque tal fin sea una utopía, aunque cada día haya que volver a empezar, aunque tengamos que seguir luchando de aquí a la eternidad.