A lo largo de toda su carrera, el pintor argentino Santiago García Sáenz –que falleció a comienzos de los 2000 y es recordado por pintar Cristos en el litoral y en hospitales– desarrolló una técnica para agregarle luminosidad a sus obras: pintaba los fondos de preparación de las telas de naranja o amarillo. Sobre la combinación de esos dos colores, el artista creaba esos escenarios que eran un poco religiosos y otro poco homosexuales: Jesús siempre era santo y era chongo. Quizás el jovencísimo pintor santafesino Juan Valenti, que inauguró recientemente una muestra individual en la galería Constitución, titulada Niebla de junio, tenga alguna técnica similar para iluminar las pinturas de su exhibición que, aunque no retratan al hijo de Dios, están llenas de luz como el nimbo de cualquier ángel o cualquier querubín de cachetes rosados.

Esta es la segunda muestra individual de Valenti en Buenos Aires. La primera fue en el espacio independiente Para Vos Norma Mía, el año pasado. Antes, realizó otras exposiciones en su provincia natal: en 2023 mostró sus pinturas en la galería rosarina Jamaica –con curaduría de la artista Claudia del Río– y en 2022 en el Museo de Arte de Rafaela. Participó de varias muestras colectivas en diferentes instituciones como por ejemplo el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, el Museo Rosa Galisteo de Santa Fe y el Museo Histórico de Rafaela. Como artista se formó en el programa de la Universidad Di Tella, la Escuela de Artes y Oficios del Centro Cultural Kirchner y el programa Artistas x Artistas de la Fundación El Mirador, entre otras experiencias. También cursó la Licenciatura en Bellas Artes en la Universidad Nacional de Rosario.

Las pinturas que el artista presenta en esta oportunidad son una simulación; aparentan retratar algo o alguien pero nunca de una forma definida. De esa indefinición, de esa suerte de nebulosidad surge esta simulación gracias a la cual se erigen algunas caras deformes y borroneadas, emplazadas en cuerpos que fingen –o pretenden– ser sexis, pero que terminan resultando un poco patéticos en sus contorsiones para mirarse frente al espejo o hacer pis en la mitad de una sala. Son cuerpos a los que les gusta el coqueteo y la seducción, pero nunca logran concretar el cortejo porque terminan flotando en soledad. Es decir, son cuerpos histéricos.

Los retratos están poblados de líneas suvaes, que sugieren a la vez figuras cubiertas de llamas de colores.

Esta simulación recurrente es lo que permite que las obras de Valenti estén pobladas de trazos pretendidamente suaves y un sinfín de líneas curvas, como si cada pintura estuviera hecha por un montón de llamas de fuego de distintos colores. No es alta definición, ni tampoco baja, las pinturas de esta muestra son escapes hacia un mundo lejano donde todo es blando y escurridizo. Las imágenes parecen una ensoñación. Hay una libertad formal en la manera de pintar que empuja a la práctica de Valenti a olvidar cualquier tipo de representación natural de las cosas –o de cómo deberían ser idealmente–, incluso llega a coquetear con cierta abstracción. Como dijo el crítico Cordova Iturburu para referirse a este tipo de pintores que se corren de la representación mimética sin abandonarla del todo: son artistas que están “a un paso de lo no figurativo” y “de una sensibilidad afinada” (casualmente es un pintor santafesino al que Iturburu señala como el precursor de esta corriente, Domingo Candia).

Detrás de la neblina aparecen un puñado de retratos. Todas las obras incluidas en esta muestra podrían enmarcarse dentro de ese género. Sin embargo, es difícil reconocer cómo lucen o quiénes son los retratados: los rostros están borroneados y sus cuerpos tienen las extremidades extrañas (¿podrían ser acaso personajes de fantasía?). Esto es bastante llamativo; en la tradición de este género, la gracia está en poder reconocer algo acerca del retratado, pero la pintura de Valenti esconde toda huella. Por poner un ejemplo extemporáneo, pero muy ilustrativo, en los retratos realizados durante el periodo colonial y hasta bien entrado el siglo XIX, no sólo se pintaba a los modelos con extrema definición, sino que también se incluían en la obra diferentes objetos personales que dieran cuenta de su clase social: si eras rico aparecías en la tela con tus alhajas y si eras pobre directamente ni aparecías en la tela porque nadie los retrataba. No solo los objetos aparecían en aquellas obras, sino que las personas eran insertadas en un espacio físico determinado, como un escritorio o un salón para el caso de los hombres o un cuarto, como ocurría con las mujeres.

Entonces, en el retrato no sólo importa el retratado, sino dónde aparece. Nada de todo esto le importa a este pintor santafesino que no solo borra las caras de las personas que habitan sus pinturas, sino que también, en algunos casos, ni siquiera se puede identificar dónde están esos rostros gigantes y deformes como los que emergen de una selfie mal sacada. Se puede distinguir un espacio exterior, pero la geografía es poco clara y ni siquiera hay un horizonte bien definido; ninguna línea recta sobre la cual descansar la mirada. Aquellos que muestran interiores lo hacen con habitaciones que guardan alguna extrañeza, como una silla de cinco patas o techos construidos en múltiples direcciones.

Finalmente, en la pintura de Juan Valenti parecería no haber gestos, ni tampoco territorio. Pero sí hay trazos y colores que se funden unos con otros para devolver esta imaginería casi figurativa y casi no figurativa. La gramática que parece estar ensayando en estas obras es una que se esfuerza por escapar de la definición, que se siente cómoda en los intersticios y en los puntos ciegos que sigue ofreciendo la pintura por más tradicional y acabada que parezca, porque qué cosa puede ser más divertida que escapar hacia algún espacio indefinido, pero extrañamente familiar. Estas obras simulan ser un conjunto de retratos, pero en verdad son otra cosa. Son apenas una idea de retrato que no logra constituirse como tal en cada una de estas obras. Qué son entonces: apenas una aventura. 

Niebla de junio se puede visitar de miércoles a viernes de 15.30 a 19 y los sábados de 15 a 20, en la galería Constitución, Del Valle Iberlucea 1140. Gratis.