En esa rara alquimia que se da muy de tanto en tanto entre un(a) cantante y un pianista de jazz, disfrutando a dúo, sin acompañamiento rítmico, hay unos pocos grandes hitos en la historia discográfica. Los primeros que siempre vienen a la memoria son las legendarias grabaciones de Tony Bennett y Bill Evans (dos álbumes consecutivos entre 1975 y1976). Pero antes fueron también las de Ella Fitzgerald con Ellis Larkins (Ella Sings Gershwin, 1950) y Paul Smith (Intimate Ella, 1960), y después las de Carmen McRae y George Shearing (Two for the Road, 1980) y de Abbey Lincoln con Hank Jones (When There Is Love, 1993). A esta lista exquisita –aunque seguramente incompleta- ahora hay que agregar el flamante CD Elemental, que la extraordinaria cantante Dee Dee Bridgewater registró junto al pianista Bill Charlap, quien casualmente hace menos de un mes estuvo tocando con su trío en el BeBop Club de Palermo.

Hay tanta maestría concentrada en este álbum, tanto saber y tanta pasión, tanta precisión y tanta emoción, que es difícil no volver a escucharlo ni bien se agotan los 46 minutos que contienen los nueve temas del disco, todos ellos clásicos de ese repertorio inagotable conocido como el “American Songbook”, que va de Gershwin a Cole Porter pasando por Fats Waller y Duke Ellington. La inmediata pregunta de rigor es: ¿se puede hacer algo nuevo, original, distintivo con ese material trajinado durante casi un siglo? La respuesta está en cada una de las pistas, que parecen darle la razón al crítico Whitney Balliett cuando definió al jazz como “el sonido de la sorpresa”.

De Dee Dee Bridgewater (Memphis, 1950) hay que recordar que se trata de una de las mejores cantantes de jazz de los últimos cincuenta años, un lapso que ella está revisando con la reedición –ahora en su propio sello, DDB Records- de doce de sus mejores álbums, entre ellos sus homenajes dedicados a Ella Fitzgerald, Billie Holiday y Horace Silver. Ese núcleo duro fue ampliado y enriquecido por sus discos monográficos dedicados a Kurt Weill (This Is New), la música africana (Red Earth) y la chanson francesa (J'ai deux amours), abordados siempre con la impronta indeleble del jazz. A su vez, Bill Charlap tiene lazos de sangre con el “American Songbook”, en tanto es hijo de dos figuras de Broadway, el compositor Moose Charlap y la cantante Sandy Stewart, con quien también grabó un álbum a dúo (Love Is Here to Stay, Blue Note, 2005), además de haber acompañado regularmente a cantantes de la talla de Tony Bennett, Diana Krall, Barbra Streisand y Donald Fagen, el líder de Steely Dan.

Pero lo que hacen ambos en Elemental es otra cosa, alcanza otras esferas. Y jamás podrá ser incluido en esa playlist de la complacencia que el algoritmo de Spotify denomina “Jazz in the Background”, porque el álbum requiere de una escucha atenta y no fue concebido para ser apenas música de fondo. Basta con descubrir que, en la primera pista, detrás de lo que Dee Dee hace con su voz y suena como unos platillos hi-hat (mientras Charlap dispara unos graves profundos con su mano izquierda, a la manera de un contrabajo) después, aparece “I'm Beginning to See the Light”, el clásico de Ellington y Johnny Hodges, que ambos desarrollan con un gusto por la conversación y un espíritu lúdico que será la marca de identidad de todo el disco.

A un Ellington le sigue inmediatamente otro, “Mood Indigo”, primero suave, casi susurrante en la voz de Bridgewater, que aprovecha las líneas sintéticas, minimalistas de Charlap (aquí con ecos de John Lewis) para hacer “humming”, mientras que en el segundo coro va subiendo el volumen y se pone blusera como pocas, sin perder jamás el control, aprovechando tanto las notas como los espacios y silencios.

A esta altura, es claro que lo de la vocalista y su acompañante es un trabajo de deconstrucción de cada uno de los clásicos que eligieron, como si tomaran un tema y lo despojaran de todo, lo dieran vuelta como una media y lo volvieran reformular en sus propios términos. Eso mismo es lo que hacen con la tercera pista, “Honeysuckle Rose”, quizás la más representativa de un disco titulado Elemental, donde después de sustraer el tema hasta desnudarlo por completo –aquí es esencial el aporte de Charlap convirtiendo el típico acompañamiento de “stride piano” en una sorprendente abstracción de apenas unas pocas notas- lo vuelven a vestir con sus mejores ropas. El arte del “scat” –esa improvisación vocal que Dee Dee maneja como pocas- le permite a la cantante jugar al gato y el ratón con su pianista y, mientras se persiguen el uno a la otra, de pronto aparece la melodía silbada, para luego reaparecer de nuevo evocada con un “scat” que sube hasta los registros más agudos para luego descender hasta el sonido sucio de un trombón. Y cuando vuelve la letra, Bridgewater la canta con una intención y un doble sentido erótico propios del humor de Fats Waller.

Hay mucho de histrionismo, de actriz de vaudeville en las interpretaciones de la cantante, que también sabe ponerse intimista y grave si se lo pide una canción como “Here’s That Rainy Day” (de Jimmy Van Huesen y Johnny Burke), un tema que tiene versiones canónicas de Frank Sinatra, Nat King Cole y Ella Fitzgerald, y a la que ahora habrá que sumar la de Bridgewater, que alcanza la profundidad de un “lieder” de Schumann, si alguien quisiera poner un símil europeo.

El “scat” reaparece en su mejor forma en “Love for Sale”, la balada romántica de Cole Porter que Charlap y Bridgewater desarman a la manera del cubismo, con la cantante de pronto convirtiendo a su instrumento en una versión de la trompeta asordinada con sopapa de Louis Armstrong. El procedimiento es similar en “ ’S Wonderful”, de Gershwin, que alcanza una extraña tensión cuando ambos van ascendiendo percusivamente en la melodía hasta que las notas más agudas del piano parecen fundirse con los falsetes de la cantante.

"In the Still of the Night" (de Fred Parris) y “The More I See You” (Harry Warren y Mack Gordon) también son objeto de relecturas y de juegos entre el dúo, que disfrutan abandonándose al lirismo sin perder jamás el swing. Pero el anteúltimo tema del disco, el siempre misterioso “Caravan” de Ellington y Juan Tizol, es otro de los grandes puntos altos de un álbum que solo parece tener cumbres. Allí el piano ferozmente sincopado, hipnótico de Charlap alude al famoso “jungle style” de Ellington, mientras Bridgewater parece ir sumando con su voz todos los instrumentos de su orquesta, desde la batería y el contrabajo hasta los bronces y las cañas. Nunca dos músicos parecieron tantos.